Alba González

Los herederos


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formó parte del paquete accionario que adquirió en 1980 el empresario Julio Vizental, dueño de otro frigorífico exportador ubicado en la vecina localidad de San José. Aun actualmente la historia de la transferencia de estas propiedades constituye “un enredo judicial”, “una maraña que todavía no se ha podido desentrañar”.21 Un diario local da cuenta de los sucesivos traspasos de estos inmuebles:

      Las ambigüedades y opacidades con relación a “quién es el dueño de esto, aquello, lo otro”, que muchos habitantes de Pueblo Liebig siguen considerando una unidad indisoluble, constituyó una fuente de conflictos que actualizó las sutiles y porosas fronteras entre lo público y lo privado en las vidas de quienes, casi durante un siglo, vivieron en los dominios (y bajo el dominio) de Liebig’s.

      En segundo lugar, la venta del establecimiento fabril concluyó en la desactivación de la mayoría de las secciones de la fábrica y el cierre definitivo pocos años más tarde. El fin de la fuente de empleo local derivó en el desplazamiento de la población activa hacia regiones aledañas o con perspectivas de empleo.

      Como consecuencia de estos cambios, Pueblo Liebig se vio sometido a dos transformaciones que amenazaron las percepciones de los habitantes sobre su “integridad”, sus formas de vida y los referentes identitarios que un número considerable asumía como propios: por un lado, la clausura de la planta, y por otro la pérdida de espacios que recordaban como de uso “colectivo” (no públicos, porque pertenecían a la empresa) y de los que ahora se veían expulsados. Muchos habitantes sueñan aún con que el Estado los expropie y puedan utilizarse para el turismo: proponen un centro cultural, un museo, un lugar donde se muestren cómo se hacían los productos. Pero hasta ahora nada ocurrió; las ruinas de la fábrica siguen, incólumes, recordándoles cada día lo que fue y ya no es.

      Los problemas vinculados con esta “nueva” cuestión social se hicieron acuciantes: la falta de caminos asfaltados resintió la comunicación y el transporte, la basura comenzó a inundar los baldíos, el problema de la falta de agua obligó, entre otras cosas, a la intermitencia en las actividades de la escuela; las construcciones, sin inversión, comenzaron a deteriorarse. El problema de la vivienda mostró su cara más degradante: a los cuartos antes reservados para los trabajadores eventuales, se mudaron familias enteras; lo mismo ocurrió con las habitaciones del antiguo hotel. Algunos antiguos pobladores se refieren a estos ocupantes como “gitanos” o los relacionan con la nueva “suciedad” que aqueja al Pueblo, vinculada a la precariedad de su vivienda.

      En tercer término, en el último decenio, a la población que conservaba aún su homogeneidad y daba una “fisonomía propia” al lugar, se sumaron otros habitantes llegados desde distintas partes del país: los “venidos y quedados”, como los califica una de estas “nuevas” vecinas para diferenciarlos de los “nacidos y criados” en el Pueblo. Una población “adventicia”, para usar el término que escogió el entonces presidente de la Junta local y cuyo significado, según el Diccionario de la lengua española de la Real Academia, refiere a lo “extraño o que sobreviene, a diferencia de lo natural y propio”.

      Todos estos cambios implicaron alteraciones en un modo de vida y una cartografía social que se había reproducido por décadas, al mismo tiempo que modificaciones en la estructura espacial.

      Una vecina reciente que instaló un pequeño negocio da cuenta de este crecimiento:

      Entre los habitantes actuales, una gran parte tiene relación con la empresa Liebig’s: o trabajaron para ella o lo hicieron sus padres, abuelos, o alguno de sus familiares. Varios conforman la tercera o cuarta generación que habita Pueblo Liebig: según el análisis de 141 hogares del casco histórico, el 42,5% de las familias cuentan por lo menos con un antepasado que trabajó durante veinticinco años en Liebig’s.