dejar de mirar de reojo a los tres religiosos. En el bolsillo de su delantal tenía una grabadora.
La otra monja, que le doblaba la edad, la urgió a que terminara y se retirara, pero ella lo hacía todo muy despacio para poder quedarse y escuchar.
–¡Pero son cuatro! ¡Se necesitan cuatro, Santo padre y padre Superior general!
»Y por ello me permití orientarla en relación con el posible itinerario que necesitará realizar para encontrarlos. Le hablé de la Ruta Sacra y ella ya está disponiendo los arreglos que hacen falta para visitar los siete lugares –comentó Dante.
–¡No podemos permitir que la chica junte los cristales verdes mientras no tengamos la plena seguridad de que está del lado de la luz y de la humanidad, aunque quiero creer que lo está. Encontrará todos, incluso el que falta, de eso no hay duda –dijo el papa bastante inquieto, poniéndose de pie y caminando con dificultad de un lado a otro de la habitación.
Hasta se agachó para ayudar a incorporarse a la joven monja, que no sabía qué hacer para justificar su presencia en el lugar.
–Los tres grandes olivinos o cristales verdes fueron encontrados hace más de treinta años por unos arqueólogos japoneses muy lejos de sus localizaciones originales cuando hacían sondeos cerca de las pirámides de Dashur, cerca del Cairo. Habían estado perdidos por miles de años y habían sido escondidos allí en templos, donde fueron venerados cuando los bajaron de las cúspides de las tres grandes pirámides de Gizeh. Faltaba el cuarto, porque, como bien dijo Dante, él vio cuatro en El Paititi –comentó el Superior general.
–¿Y me podría decir dónde están ahora esos tres, padre Superior general? –preguntó Antonioni.
–A través de la Yakuza, la Mafia o Crimen Organizado del Japón, conseguimos sustraérselos a los científicos y comprárselos para ocultarlos. Se encuentran repartidos en tres de los siete centros de la Línea Sacra.
–¡Las cosas de las que llega a enterarse uno! –comentó en voz baja Antonioni.
–¿Y el cuarto cristal, Santo padre?
–¡Respecto a ese cuarto cristal no tenemos la menor idea, Antonioni! –intervino el Superior general.
–¡Así es, Dante! –intervino el Sumo Pontífice–. Es un misterio, pero confiemos en que llegaremos a saberlo muy pronto.
»Esto que nos has comentado sobre Esperanza nos da razones suficientes para pedirte que procures mantenerte lo más cerca posible de ella. Debes ser como esos jugadores de fútbol que ejercen la marcación estampilla y están en la anticipación –dijo el papa.
–¡Jajá!… –se rio Abascal–. ¡Santo padre, usted aprendió de su predecesor, que siempre lo relacionaba todo con el fútbol! No puede con su genio.
–¡Nuestro Señor explicaba todo con parábolas, Félix! Y era a través de las cosas de su tiempo. Estoy seguro de que en esta época sería hincha del ganador del Globo de Oro.
»De más está decirte, Dante, debes ser muy discreto y reservado con toda esta información para no poner en peligro la vida de Esperanza, y la tuya propia.
»¡Ve con Dios, y que el Espíritu Santo te proteja e ilumine! Hablaremos nuevamente cuando Esperanza llegue a Roma.
La monja terminó de recoger los pedazos de los platos rotos y de limpiar los restos de postre desperdigados y se dirigió a la cocina; allí la estaba esperando la que era mayor, más alta y delgada, que era de procedencia española.
–Hermana Ann, ¿qué fue todo ese teatro delante del Santo padre? Durante todos estos meses siempre has hecho gala de muy buen pulso, diligencia y pulcritud.
–¡Lo siento mucho! Es que me emocioné con la presencia del pontífice, sor Dominga. Quería hacer las cosas bien y es cuando una se vuelve más torpe.
–¡Bueno!, date prisa en limpiar para retirarte ya.
–Sí, sor Dominga; mil disculpas.
La monja joven salió de la pensión e hizo una llamada con su móvil. A los cinco minutos, un coche oficial del Vaticano, una limusina negra con ventanas polarizadas, se acercó a ella en una esquina. Se abrió automáticamente la ventanilla lateral posterior y una mano con un guante de cuero negro recibió la minúscula grabadora.
La monja besó la mano con guante y escuchó una voz conocida que salía del interior del vehículo.
–Könntest du alles aufnehmen, Ann? (¿Lo pudiste grabar todo, Ann?)
–Ja, deine Eminenz! Es ist alles da. (¡Sí, su Eminencia! Está todo ahí.)
–Sie können sich nicht vorstellen, wie wichtig die Dienste sind, die Sie dem Heiligen Stuhl, meinem Kind, erweisen. Sie haben viele, viele Ablässe für sich und Ihre Familie verdient. Du hast den Himmel hart verdient. Aber da wir in dieser Welt leben, nimm diesen Umschlag mit Geld für deine Eltern, die mir gesagt haben, dass sie krank sind. (No te imaginas la trascendencia de los servicios que le estás prestando a la Santa Sede, niña. Te has hecho acreedora de muchísimas indulgencias, tanto para ti como para tu familia. Te has ganado el cielo a pulso. Pero como vivimos en este mundo, toma este sobre con dinero para tus padres, que me dijiste que están enfermos).
–Danke, Eminenz! (¡Gracias, Eminencia!)
Dicho esto, la ventanilla se cerró y la limusina negra Mercedes Benz se retiró por las oscurecidas calles empedradas de los alrededores del Vaticano.
Capítulo II.
Un viaje en el tiempo y el espacio
«El telescopio espacial Spitzer de la NASA captó una insólita lluvia de cristales verdes brillantes sobre una estrella emergente en la constelación de Orión formados por un mineral llamado olivino. Es la primera vez que son observados diseminándose por las polvorientas nubes de gas que se forman alrededor de nuevas estrellas.
Los astrónomos aún debaten cómo aquellos cristales han podido llegar hasta allí. La investigación está a cargo de Tom Megeath, de la Universidad de Toledo en Ohio (Estados Unidos), y aparece publicada en ‘Astrophysical Journal Letters’».
ABC Ciencia, España 30-05-2011
La noche se iluminaba con los rayos y relámpagos, que hacían estremecer el cielo mientras el automóvil avanzaba en medio de una fuerte tormenta.
La doctora Esperanza Gracia había viajado hasta la costa este de los Estados Unidos a petición de los patrocinadores de sus investigaciones y exploraciones. Habían aportado ingentes sumas de dinero para financiar sus grandes descubrimientos en la Isla de Rapa Nui o Pascua en la Polinesia y en las selvas del Madre de Dios en el Perú, inversiones que rentabilizaron ampliamente de diferentes formas. Ahora estos acaudalados inversores deseaban financiar una nueva exploración arqueológica, pero esta vez a Egipto, para conectar con la «Puerta de Orión», un supuesto portal dimensional abierto hace milenios en alguna parte de ese fascinante país africano, pero cerrado violentamente por quienes como guardianes dejaron en este mundo a un grupo de disidentes extraterrestres.
El portal conectaría con planetas de las estrellas del Cinturón de Orión, de donde habría llegado a la Tierra en tiempos inmemoriales un grupo de interventores de otros mundos que viajaron a través del tiempo y el espacio con la intención de cuidar y supervisar el proceso de evolución de este planeta, seleccionado cósmicamente como terreno de experimentación sociológica, antropológica y metafísica de la Gran Hermandad Blanca del Universo, cuya versión terrestre sería la Orden Blanca u Orden de Melchisedek.
Uno de los inversores que habían apostado desde un principio por promover la carrera de la arqueóloga peruana y dotarla de todo el apoyo necesario, incluyendo un variado equipo de científicos seleccionados en diversas disciplinas, era Aaron Bauer, de la fundación Rothschild, y el otro era Adam Weishaupt VI.
La destacada profesora de largo