que el mejor traductor no puede hacerles sino escasa justicia, por no decir una verdadera injusticia y agravio. ¿Quién puede mejorar a través de la traducción lo que el alemán Gemüth significa, o quién no percibe la diferencia entre las dos palabras verbalmente tan cercanas como la inglesa gentleman y la francesa gentilhomme?
Bushido, entonces, es el código de principios morales que los samuráis eran requeridos o instruidos a observar. No es un código escrito; como máximo consiste en unas pocas máximas transmitidas boca a boca o provenientes de la pluma de algún célebre guerrero o sabio. Más frecuentemente es un código no pronunciado y no escrito, ratificado enérgicamente por los hechos y por una ley escrita en las tablas de carne del corazón. Se fundó no por la creación de una mente, no importa cuán brillante, ni en la vida de un solo personaje, no importa cuán reconocido. Fue un crecimiento orgánico durante décadas y siglos de carrera militar. Quizás, ocupe la misma posición en la historia de la ética que la Constitución Inglesa en la historia de la política, aunque no tenga nada comparable con la Carta Magna o el Acta de Habeas Corpus. A principios del siglo XVII, se promulgaron Estatutos Militares (Buké Hatto), pero sus breves trece artículos se ocupaban básicamente de matrimonio, castillos, ligas, etc., y las cuestiones didácticas eran abordadas muy por encima.
No podemos, por tanto, señalar ningún momento o lugar definitivos y decir: “Ahí está la fuente”. Sólo en cuanto toma conciencia en la era feudal, su origen, por lo que al tiempo se refiere, puede ser identificado con el feudalismo. Pero el feudalismo en sí mismo está hecho de muchos hilos, y el Bushido comparte esa intrincada naturaleza. Así como en Inglaterra las instituciones políticas del feudalismo se puede decir que datan de la Conquista de Normandía, del mismo modo podemos decir que en Japón su surgimiento fue simultáneo al ascenso de Yoritomo, a finales del siglo XII. De todos modos, así como en Inglaterra hallamos los elementos sociales del feudalismo más atrás en el período previo a Guillermo el Conquistador, los gérmenes del feudalismo en Japón también existieron mucho antes del período que he mencionado.
De nuevo, tanto en Japón como en Europa, cuando el feudalismo se inauguró formalmente, la clase profesional de guerreros adquirió una natural preeminencia. Éstos eran conocidos como samuráis, literalmente, como los antiguos cniht ingleses (knecht, caballero), guardianes o acompañantes, semejantes en su carácter a los soldurii, a quienes César mencionaba como existentes en Aquitania, o los comitati, quienes, según Tácito, siguieron a los jefes Germanos de su época, o, buscando un paralelismo algo más tardío, los milites medii sobre los que uno lee en la historia de la Europa Medieval. Una palabra sino-japonesa “Bu-ké” o “Bushi” (caballeros luchadores) se adoptó para uso común. Eran una clase privilegiada, y originalmente debieron ser una raza ruda que hicieron de la lucha su vocación. Esta clase era naturalmente reclutada durante un largo período de guerra constante, entre los más más viriles y aventureros, y durante todo el tiempo en que el proceso de eliminación continuaba, se eliminaba a los timoratos y los débiles, y sólo una “robusta raza, masculina, con fuerza bruta”, para tomar prestada la frase de Emerson, sobrevivía para formar las familias y rangos de los samuráis. Llegando a profesar grandes honores y privilegios, y, consecuentemente, grandes responsabilidades, pronto sintieron la necesidad de un patrón de comportamiento común, especialmente al pertenecer a diferentes clanes y estar siempre en continua lucha. Igual que los médicos limitan la competición entre ellos mismos mediante la cortesía profesional, igual que los abogados se sientan en cortes de honor en casos de violación de la ética profesional, también los guerreros deben poseer una instancia para juzgar sus infracciones.
¡Juego limpio en la lucha! Qué fértiles gérmenes de moralidad yacen en este primitivo sentido del salvajismo y de la infancia. ¿No es la raíz de toda virtud militar y cívica? Sonreímos (¡como si hubiéramos superado!) ante el deseo infantil del pequeño británico, Tom Brown, “dejar tras de sí el nombre de un muchacho que nunca molestó a un niño o dio la espalda a un adulto”. Y aun ¿quién desconoce que este deseo es la piedra angular sobre la que pueden sustentarse las estructuras morales de grandes dimensiones? ¿No puedo decir incluso que hasta la más amable y amante de la paz de las religiones avala esta aspiración? El deseo de Tom es la base sobre la cual se ha construido la grandeza de Inglaterra, y no nos llevará mucho tiempo descubrir que el Bushido no se sustenta sobre un pedestal menor. Si la lucha en sí misma, sea ofensiva o defensiva, es, como correctamente testifican los cuáqueros, brutal y errónea, podemos seguir diciendo con Lessing: “Sabemos de qué errores nace nuestra virtud.”2 “Chivatos” y “cobardes” son epítetos del peor oprobio para naturalezas saludables y simples. La infancia comienza la vida con esas nociones, y la caballería también; pero, a medida que la vida se hace más amplia y sus relaciones más complejas, la fe primitiva busca la sanción de una autoridad superior y fuentes más racionales para su propia justificación, satisfacción y desarrollo. Si los sistemas militares hubieran operado solos, sin un soporte moral superior, ¡qué lejos de la caballería habría caído el ideal de los caballeros! En Europa, el cristianismo, interpretado con concesiones convenientes a la caballería, le infundió elementos espirituales. “Religión, Guerra y Gloria eran los tres espíritus de un perfecto caballero cristiano”, dice Lamartine. En Japón había varias fuentes del Bushido.
1 History Philosophically Illustrated (3a ed., 1853). Vol. II, pág. 2.
2 Ruskin fue uno de los hombres más bondadosos y amantes de la paz que haya existido jamás. Sin embargo, creía en la guerra con todo el fervor de un admirador de la vida intensa. “Cuando os digo”, declara en la Crown of Wild Olive, “que la guerra es el fundamento de todas las artes, quiero decir también que es el fundamento de todas las virtudes superiores y todas las facultades de los hombres. Es muy extraño para mí descubrirlo, y me horroriza, pero he visto que es un hecho innegable. . . He visto, en suma, que todas las grandes naciones aprendieron su verdad de palabra y su fuerza de pensamiento en la guerra; que la guerra las alimentó y la paz las debilitó; que la guerra las enseñó y la paz les engañó; que la guerra las formó y la paz las traicionó; en una palabra, que nacieron en la guerra y expiraron en la paz.”
CAPÍTULO II
FUENTES DEL BUSHIDO
Puedo comenzar con el Budismo. Proporciona una sensación de colmada confianza en el Destino, una tranquila sumisión a lo inevitable, una calma estoica a la vista del peligro o la calamidad, un desdén por la vida y una amistad con la muerte. Un gran maestro de esgrima, cuando vio a su pupilo dominando totalmente su arte, le dijo: “A partir de este punto, mi instrucción debe dejar paso a la enseñanza del Zen.” “Zen” es la palabra japonesa equivalente a Dhyâna, que “representa el esfuerzo humano para alcanzar a través de la meditación zonas de pensamiento que están más allá de la expresión verbal”.3 Su método es la contemplación, y su intención, hasta donde yo lo entiendo, estar convencido de un principio que subyace en todo fenómeno y, si es posible, del Absoluto en sí mismo, y ello para ponerse en armonía con este Absoluto. Definido de este modo, la enseñanza era más que el dogma de una secta, y quien alcance la percepción de lo Absoluto se eleva a sí mismo sobre las cosas mundanas y despierta a “un nuevo Cielo y una nueva Tierra”.
Lo que el Budismo no podía dar lo ofrecía el Sintoísmo en abundancia. Tal lealtad al soberano, tal reverencia a la memoria ancestral y tal piedad filial no enseñadas por ningún otro credo fueron inculcadas por las doctrinas sintoístas, imponiendo pasividad al, por otra parte, arrogante carácter de los samuráis. La teología sintoísta no tiene lugar para el dogma del “pecado original”. Por el contrario, cree en la bondad innata y en la pureza divina del alma humana, adorándola como al sanctasanctórum desde el cual se proclaman los oráculos divinos. Todo el mundo ha observado que los santuarios sintoístas están visiblemente vacíos de objetos e instrumentos de culto, y que un simple espejo colgado en el santuario conforma la parte esencial de su mobiliario. La presencia de este artículo es fácil de explicar: tipifica el corazón humano, que, cuando está perfectamente plácido y claro, refleja la verdadera imagen de la Divinidad. Por tanto, cuando uno se sitúa frente al santuario para rendir culto, puede ver su propia imagen reflejada en su superficie brillante,