Sherryl Woods

Castillos en la arena - La caricia del viento


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y sabía las pérdidas que podían causar los vendavales, las devastadoras tormentas y las inundaciones. Había visto carreteras destrozadas, casas derrumbadas, vidas arrancadas de raíz.

      Por suerte, aquella última tormenta se había desviado en el último momento hacia el este y tan solo les había golpeado de refilón. Había habido daños, y muchos, pero de momento no había visto el nivel de destrucción de veces anteriores; de hecho, él había salido relativamente bien parado. En su restaurante había entrado un poco de agua y varias tejas del tejado de su casa habían sido arrancadas, pero lo que más le preocupaba después de examinar sus propiedades era el restaurante familiar de Cora Jane.

      Castle’s by the Sea había sido una constante en su vida, al igual que la propia Cora Jane, y ambos habían sido su inspiración a la hora de decidir embarcarse en el negocio de la restauración. Su intención no había sido emular el éxito del Castle’s, sino crear su propio ambiente acogedor. No había recibido el apoyo de ninguno de los miembros de su disfuncional familia, y estaba en deuda con Cora Jane porque ella le había ayudado a creer en sí mismo.

      La principal razón del éxito que tenía el Castle’s, aparte de su ubicación a pie de playa, la buena comida y la cordialidad del servicio, era la dedicación con la que ella dirigía el negocio. Después de que pasara la tormenta, Cora Jane le había llamado más de una docena de veces para ver si ya le habían permitido regresar a Sand Castle Bay, y él había cruzado el puente para ver cómo estaban los dos restaurantes en cuanto se había levantado la orden de evacuación.

      Al final, la llamó desde el comedor húmedo y revuelto del Castle’s by the Sea para darle la evaluación de daños. Ella había estado esperando con ansia su llamada y, sin pararse a saludarle siquiera, le preguntó sin más:

      –¿Está muy mal? Dime la verdad, Boone. No te atrevas a engañarme.

      –Podría haber sido peor. Ha entrado algo de agua, como en el mío.

      –¡Qué desconsiderada soy! No te he preguntado cómo te ha ido a ti. ¿Te ha entrado agua?, ¿no hay más daños?

      –No, eso es todo. Mis empleados ya están limpiando, saben lo que hay que hacer. Mi casa está bien, y la tuya también. Un montón de ramas rotas en el jardín, un par de tejas arrancadas, pero nada más.

      –Gracias a Dios. Bueno, termina de contarme cómo está el Castle’s.

      –El viento ha arrancado un par de contraventanas, y los cristales se han roto. Vas a tener que reemplazar las mesas y las sillas que están empapadas, aplicar algún producto contra el moho y pintar, pero la verdad es que podría haber sido mucho peor.

      –¿Cómo está la terraza?

      –Sigue en pie. A mí me parece bastante sólida, pero haré que la revisen.

      –¿Y el tejado?

      Boone respiró hondo. No le gustaba dar malas noticias, y había dejado aquello para el final de forma deliberada.

      –Mira, Cora Jane, no voy a mentirte. El tejado tiene mala pinta. Ya sabes lo que pasa cuando el viento consigue arrancar unas cuantas tejas.

      –Sí, claro que lo sé. ¿El asunto es grave? ¿Está destrozado, o solo se han soltado unas cuantas tejas?

      Boone sonrió al ver que se lo tomaba con tanto pragmatismo.

      –Me gustaría que Tommy Cahill viniera a echar un vistazo, pero yo creo que será mejor que lo reconstruyas por completo. ¿Quieres que le llame? Me debe un favor, seguro que consigo que venga hoy mismo. Puedo llamar a tu compañía de seguros para que envíen una cuadrilla de limpieza.

      –Me harás un favor si consigues que Tommy vaya cuanto antes, pero yo me encargo de llamar al seguro. No me hace falta ninguna cuadrilla de limpieza, las niñas y yo iremos mañana a primera hora y lo limpiaremos todo en un abrir y cerrar de ojos.

      Boone sintió que le daba un brinco el corazón al oír aquello. Las «niñas» en cuestión tenían que ser las nietas de Cora Jane, incluyendo la que le había dejado tirado diez años atrás y se había marchado para iniciar una vida mejor que la que él podía ofrecerle.

      –¿También vendrá Emily? –albergaba la débil esperanza de que ella no volviera, de no tener que soportar el tenerla delante de sus narices, de que no se pusiera a prueba si de verdad había logrado sacársela de la cabeza.

      –Claro que sí –Cora Jane hizo una pequeña pausa antes de preguntar, con muchísimo tacto–: ¿Va a haber algún problema con eso, Boone?

      –Por supuesto que no. Lo mío con Emily quedó en el pasado, en un pasado muy distante.

      –¿Estás seguro? –insistió ella.

      –Seguí adelante con mi vida y me casé con otra persona, ¿no?

      –Sí, y perdiste a Jenny demasiado pronto.

      A Boone no le hacía falta que le recordaran que hacía poco más de un año que había fallecido su esposa.

      –Pero no perdí a nuestro hijo. Tengo que pensar en B.J., ahora él es mi vida entera.

      –Sé cuánto quieres a ese niño, pero necesitas algo más. Te mereces una vida plena y llena de felicidad.

      –Puede que algún día encuentre esa felicidad de la que hablas, pero no estoy buscándola y tengo muy claro que no voy a encontrarla junto a una mujer que pensaba que yo era un tipo sin futuro.

      Cora Jane soltó una exclamación ahogada.

      –Las cosas no fueron así, Boone. Ella no pensaba eso, lo que pasa es que tenía la cabeza llena de sueños absurdos. Sintió la necesidad de marcharse de aquí y ponerse a prueba, de ver lo que podía llegar a conseguir por sí misma.

      –Esa es tu opinión, yo lo vi de otra forma. Será mejor que dejemos de hablar de Emily, tú y yo hemos conservado nuestra amistad porque hemos dejado ese tema a un lado. Ella forma parte de tu familia y la quieres, es normal que la defiendas.

      –Tú también eres de mi familia, o como si lo fueras –afirmó ella con vehemencia.

      Boone sonrió al escuchar aquello y admitió:

      –Sí, siempre has hecho que me sienta como uno más de los vuestros. En fin, deja que haga esas llamadas, a ver lo que puedo hacer para dejar este sitio listo antes de que vengas. Te conozco y sé que querrás encender la cafetera y abrir las puertas en cuanto vuelvan a darte la luz, pero te advierto que puede que tarden un par de días. Quizás deberías plantearte quedarte con Gabi hasta que esté todo arreglado.

      –No, tengo que estar ahí –le contestó ella con determinación–. No voy a conseguir nada quedándome aquí sentada de brazos cruzados, yo creo que podremos arreglárnoslas con el generador que instalaste después de la última tormenta.

      –Comprobaré si está funcionando, y revisaré las neveras y la cámara frigorífica para ver si no se ha echado a perder la comida. ¿Necesitas que haga algo más antes de que vuelvas?

      –Si Tommy te da un presupuesto razonable para lo del tejado, dile que puede ponerse manos a la obra.

      –El precio será razonable, tienes mi palabra. Y serás la primera de su lista, ya te he dicho que me debe un favor.

      –Muy bien, te veo mañana. Gracias por ir a echarle un vistazo a mis cosas.

      –Los miembros de una familia se apoyan los unos a los otros.

      Esa era una lección que había aprendido de Cora Jane, ya que dar apoyo y comprensión era algo que no entraba en la forma de ser de sus padres.

      Después de colgar, no pudo evitar preguntarse si llegaría el día en que no lamentara que el vínculo que le unía a Cora Jane y a la familia de esta no fuera uno mucho más permanente.

      Emily tardó dos días de lo más frustrantes en completar el trayecto desde Colorado hasta Carolina del Norte. Para cuando aterrizó por fin en Raleigh en un día despejado en el que no quedaba