Sherryl Woods

Castillos en la arena - La caricia del viento


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      –¿Oíste lo que dijo la señora Cora Jane cuando Emily le propuso esa idea?

      A pesar de que él mismo había intentado convencer a Cora Jane de que al menos escuchara las sugerencias de Emily, era poco probable que estuviera dispuesta a aceptar un cambio tan drástico, ya que ella pensaba que el sencillo tono beige de las paredes y la madera oscura del mobiliario le conferían al restaurante un marcado carácter marinero.

      –Sí. Que no iba a dejar que embe… embelleciera el restaurante, que por encima de su cadáver. ¿Qué significa embellecer?

      –Poner cosas que a una chica le parecen bonitas. ¿Cómo se lo tomó Emily?

      –La llamó mula testaruda. La señora Cora Jane se echó a reír y dijo que Emily era igualita a ella en eso.

      Boone sonrió, ya que aquella afirmación era totalmente cierta.

      Justo entonces llegaron al aparcamiento del Castle’s, que había vuelto a abrir su comedor y estaba abarrotado. A la gente no parecía importarle que, escasos días atrás, el local estuviera dañado por el agua y que el suelo hubiera estado cubierto por una capa de arena, ni que aún quedara un ligero olor a humedad en el ambiente. El aire acondicionado volvía a funcionar, el restaurante iba secándose poco a poco, las hamburguesas estaban tan buenas como siempre, y la cerveza se servía bien fría.

      Estaba a punto de abrir la puerta cuando Emily estuvo a punto de golpearle con ella al salir como una exhalación.

      –¡Habla tú con mi abuela, a ver si puedes hacerla entrar en razón! ¡Yo me rindo! –exclamó, furibunda, mientras se alejaba hacia las dunas de la playa.

      Boone la siguió a toda prisa después de ordenarle a B.J. que entrara en el restaurante. Ella cruzó sin miramientos la carretera y dos coches tuvieron que frenar de golpe para evitar atropellarla, pero, como no era un suicida, él optó por dejar pasar el tráfico antes de cruzar a su vez. Para cuando la alcanzó, ella ya había llegado a la orilla, y le extrañó que no se metiera en el agua vestida y todo; en su opinión, le habría ido bien para calmarse.

      –¿Quieres hablar del tema?

      Mantuvo las manos en los bolsillos para contener las ganas de abrazarla, porque daba la impresión de que el más mínimo gesto de consuelo bastaría para que se derrumbara del todo.

      –¿De qué serviría? Le he enseñado una docena de propuestas para modernizar el restaurante, para darle algo de estilo, y ella las ha rechazado todas. Ni siquiera parece darse cuenta de que sé lo que hago, la gente me paga mucha pasta por mis ideas.

      –A lo mejor piensa que esas ideas son adecuadas para un restaurante sofisticado de Beverly Hills, pero que no encajan en un local informal que está en una playa de Carolina del Norte. Al Castle’s no le falta clientela, en este momento está abarrotado con gente que tiene que comer de pie.

      Ella le asestó una mirada asesina que debió de dañar un par de órganos vitales como mínimo.

      –¿Por qué crees que tengo tanto éxito en mi profesión? Pues porque sé analizar las necesidades de cada cliente, y crear el ambiente perfecto para cada lugar –le espetó ella con irritación–. Conozco este restaurante y a sus clientes mejor que nadie, empecé a servir mesas aquí en cuanto pude sostener una bandeja.

      –Sí, y creo recordar que detestabas ese trabajo –comentó él, sonriente.

      –Eso es irrelevante. Por el amor de Dios, no estoy proponiéndole que traiga asientos de cuero, ni que instale iluminación ambiental. Tan solo intento darle un poco de encanto marino al local, ahora es deprimente.

      –Y rústico, ¿no? –al ver que volvía a fulminarlo con la mirada, se encogió de hombros y admitió–: Me lo ha comentado B.J.

      –Vale, sí, me parece rústico. ¿Puedes decirme por qué no ha querido dejar cerrado el comedor un par de días más, hasta que se ventile del todo? Seguro que para no perder clientes.

      –A lo mejor es porque sabe que la gente de la zona cuenta con ella –sugirió él con tacto–. Emily, sabes tan bien como yo que es un lugar con muchos clientes habituales. Los turistas nos mantienen a todos a flote, pero la prioridad para tu abuela son las personas de por aquí que se reúnen en su restaurante para ver a sus convecinos, para charlar y ponerse al día. El Castle’s es una parte muy importante de esta comunidad, mucho más que mi restaurante.

      –Vale, puede que tengas razón en eso, pero ¿qué tiene de malo arreglarlo un poco?

      –A lo mejor es que ahora no es un buen momento para hacer más obras.

      No le extrañó verla negar con la cabeza, porque ni él mismo se creía ese argumento.

      –Si yo pensara que es por eso, pondría las cosas en marcha y esperaría a que acabara la temporada alta antes de implementar los cambios, pero seguro que a mi abuela tampoco le parece bien esa idea.

      Boone no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa al verla tan exasperada; de hecho, entendía que quisiera modernizar el interior del Castle’s, porque él mismo había contratado a un diseñador de interiores para que creara un ambiente acogedor y elegante en sus restaurantes. No quería peces embalsamados y aparejos de pesca en las paredes, quería una imagen que encajara tanto en una ciudad como Charlotte como allí, en la costa.

      –A lo mejor deberías confiar más en su opinión. Da la impresión de que conoce los gustos de sus clientes, lleva muchos años en este negocio.

      –Yo solo digo que creo que el local gustaría más aún si metiéramos dentro algo de luz –masculló ella.

      –Y de ahí el tono azul cielo con adornos dorados como el sol que B.J. me ha comentado que querías.

      –¿Te ha comentado también cómo reaccionó mi abuela?

      Boone se esforzó por contener una sonrisa, y se limitó a contestar:

      –Sí.

      –Pues a lo mejor se cumple el deseo de esa testaruda, y lo hago por encima de su cadáver. Puede que un día de estos, suponiendo que ella no me haya llevado a la tumba antes a mí, venga cuando ella ya no esté y pinte el restaurante entero con colores estridentes… un rosa fuerte y un rojo chillón, por ejemplo. ¡Esa sí que es una combinación explosiva!

      Él tuvo que hacer un esfuerzo titánico por contener las ganas de echarse a reír.

      –Sí, no hay duda de que sería bastante llamativa. ¿Y qué harías después?, ¿te apetece llevar las riendas de un restaurante que te mantendría atada a este lugar?

      –Claro que no, mis hermanas y yo lo venderemos por un montón de dinero; de hecho, a lo mejor te lo vendemos a ti. Eso es lo que quieres, ¿verdad? Apuesto a que estás deseando echarle mano.

      La camaradería que se había creado entre ellos desapareció de golpe, Boone se quedó helado al oír aquello. Le parecía inconcebible que, aunque fuera por un segundo, ella pudiera pensar algo así.

      –Como sé que estás alterada, voy a dejar pasar esa ridiculez –la miró a los ojos al añadir–: Deberías conocerme lo bastante como para saber que no soy así, Em.

      Dio media vuelta y se marchó hecho una furia. De vez en cuando, sentía un chispazo de la vieja conexión que había habido entre los dos, esa mentalidad de «nosotros dos contra el mundo» que les había unido en la adolescencia, pero en ese momento se daba cuenta de que estaban más distanciados que nunca.

      Emily se sintió avergonzada, mezquina y despreciable mientras veía alejarse a Boone. Sabía que acababa de herirle con sus palabras. A lo mejor lo había hecho a propósito, pero, en cuanto su dardo envenenado había dado en la diana, se había arrepentido de haber abierto la boca. Él había ido tras ella, había escuchado sus quejas y había intentado consolarla, y ella le había pagado insinuando que ayudaba a su abuela porque quería quedarse con el Castle’s. A aquellas alturas, después de ver el vínculo que les unía, se había mostrado suspicaz e irracional.

      Había