Felipe Van der Huck

La literatura como oficio. Colombia 1930-1946


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anterior es preciso: las condiciones básicas de lo que significa ser un autor o un escritor son desconocidas en la mayor parte de periodos históricos.

      Uno de los objetivos que ha dado forma a este libro consiste en hacer una sociología de la figura del escritor durante la República Liberal, y, de esta manera, contribuir al conocimiento de las condiciones básicas y del significado de ser un escritor en un periodo histórico específico. Esta sociología centrada en la figura del escritor puede implicar, sin embargo, algunas críticas. Por ejemplo, la de dejar por fuera las obras literarias. Se escribe la historia de los escritores, de sus relaciones y conflictos, pero no se dice nada acerca de lo que escribieron. Bénichou afirma:

      No es falso que el escollo de la crítica sociológica, lo que la hace literariamente peligrosa, sea la dificultad de conservar, en los esquemas a los que debe necesariamente conducir, la vida propia de las obras, tal como la sienten autores y lectores. Esta vida irremplazable corre el peligro de estar ausente de las fórmulas por las cuales pretende el análisis histórico expresar lo esencial (2006, pp. 431-432).

      Otra posible crítica a una sociología literaria consiste en que esta convierta las obras en el reflejo de su época, de los intereses de clase del escritor o de alguna forma de espíritu individual o colectivo. A esto, precisamente, se ha referido Gombrich al escribir:

      Cuando recomendamos la inclusión de la literatura en el programa de estudios, porque las obras literarias reflejan de forma tan perfecta su época, deberíamos añadir también que, igual que los espejos, reflejarán hechos diferentes sobre la época según el ángulo desde el que los observemos, o el punto de vista que adoptemos, por no citar la fastidiosa tendencia de los espejos a devolvernos nuestra propia imagen (Gombrich, 2004, p. 99 [cursivas añadidas]).20

      La idea de que la literatura “refleja de forma perfecta su época” ha sido común en las ciencias sociales. Quienes hacen este tipo de uso documental de la literatura creen que ella mantiene una relación transparente con la realidad (Silva, 2007). Una novela sobre los desposeídos será aceptada como el espejo de su vida; una novela sobre el rock, la salsa y los jóvenes será el retrato de una generación; una novela cuyo escenario es la ciudad será, a priori, la mejor fuente para escribir su historia. En muchos casos, como sugiere Gombrich, el reflejo no devuelve más que nuestros preconceptos.21

      La historia y la sociología de la literatura pueden ser la historia y la sociología de un oficio, de sus practicantes, relaciones y creaciones, y tratar al mismo tiempo de mantener una actitud más prudente frente esa difícil cuestión que es la de los vínculos entre literatura y sociedad. Esta perspectiva se acerca de manera muy estimulante a otras formas de hacer historia (por ejemplo, la historia del libro, la lectura y la edición) y a las ciencias sociales (sociología de la literatura, de los oficios intelectuales, etc.).

      En Colombia, Rafael Gutiérrez Girardot (1989; 1990) fue tal vez el primero, hace tres décadas, en promover una historia literaria en colaboración con otras disciplinas sociales. En uno de sus libros escribe:

      Precisamente estos temas, esto es, público, difusión del libro y la lectura, (bibliotecas, editoriales, revistas), la figura y el contorno sociales del escritor (grupos, tertulias, bohemia, salones) apuntan a la “mediación”, a los caminos por los que las posiciones ideológicas y estructuras sociales se imponen en la literatura (Gutiérrez, R., 1989, p. 8).

      Inspirado por un ensayo de Adorno (2008) sobre la relación entre literatura y sociedad, a Gutiérrez le interesaba explorar estos problemas sin caer en las abstracciones de las grandes teorías, ante las cuales sostuvo constantemente una actitud crítica. Postular que existen relaciones entre la literatura y la sociedad no es problemático; describir esa relación, “descubrir la relación mutua de los fenómenos” (Gombrich, 2004, pp. 42-43), requiere superar las fórmulas simples.

      Gutiérrez pensaba que el escritor era “el objeto primario de cualquier interpretación social de la literatura” (Gutiérrez, R., 1989, p. 14), una afirmación con la que es difícil estar de acuerdo. La historia y la sociología de la literatura pueden tener diferentes puntos de partida y llegada. Pero lo que hoy parece insostenible es estudiar la literatura a partir de la idea del “creador increado” (Bourdieu, 2003), de la obra literaria como texto puro (trama de sentido sin soportes ni lectores) o, en fin, del texto como reflejo.22

      El escritor como intelectual

      Si bien el escritor no ha de ser necesariamente el objeto primario de la historia literaria, no está de más llamar la atención sobre un hecho: dada la asociación común entre el escritor y el intelectual, sorprende lo poco que los estudios históricos y sociológicos dedicados a los intelectuales se interesan por las condiciones básicas de lo que significa ser escritor.

      Como se sabe, la noción de intelectual no se limita a una categoría socioprofesional. Los intelectuales, además de su rol de intelectuales, ejercen a menudo diferentes profesiones y oficios: pueden ser abogados, periodistas, escritores, médicos, etc. Al respecto, puede ser útil plantear algunas preguntas: por ejemplo, ¿cuáles son las categorías socioprofesionales o los oficios dominantes de donde provienen, en un tiempo y lugar determinados, los intelectuales? ¿Cuáles son los conocimientos, habilidades y atributos sociales vinculados con mayor frecuencia a esta figura? ¿Cuáles son, en fin, sus fuentes principales de autoridad?

      Dice Bobbio que “una de las funciones de los intelectuales, si no la principal, es escribir” (Bobbio, 1998, p. 57). Tanto si se considera que el intelectual es una figura moderna, como si se acepta la existencia en otras épocas de categorías sociales que habrían cumplido funciones similares, es cierto que el control de la escritura y una relación privilegiada con ella –con su producción, difusión e interpretación–son características notables de aquellos sujetos que podemos designar con diferentes nombres: intelectuales, sabios, clérigos, hombres de letras o literatos (Bobbio, 1998, p. 104). En todo caso, es evidente que la figura del intelectual no siempre ha coincidido con la del escritor moderno de ficción.23

      Si la figura dominante del intelectual en una sociedad es la del escritor literario, como sucedió en Colombia en las décadas de 1930 y 1940, vale la pena preguntarse no solo por el tipo o los tipos de escritores que la personificaron, sino también qué significaba escribir en esa sociedad; cuáles eran las condiciones que hacían posible la existencia –precaria o no– de un grupo de personas dedicadas a la escritura; de qué manera esa escritura se relacionaba con el prestigio intelectual; cómo se hacía una carrera literaria y cuáles eran las funciones sociales del escritor y la literatura.

      Se trata, pues, de estudiar a los escritores en cuanto intelectuales, pero no de manera abstracta, sino considerando su especificidad como escritores y, por lo tanto, su especificidad como intelectuales. De esta manera, debería ser posible evitar el uso en abstracto de nociones como campo literario, campo intelectual o campo político, y reconocer, por ejemplo, cuál es la especificidad del espacio de relaciones que hizo posible, durante el periodo de la República Liberal, la presencia dominante de la figura del intelectual-escritor: intelectual-dirigente, orientador espiritual de la Nación, reformador social, síntesis del hombre de letras y del hombre público.24

      Usos y abusos del campo

      Los diccionarios y enciclopedias de literatura se ocupan poco de la “doble vida” de los escritores (Lahire, 2011); una vida dividida entre la escritura literaria y la necesidad económica, entre el deseo de escribir y la obligación de pagar las cuentas. Lahire afirma que es posible hacer una sociología de la vida de escritor, siempre que no se pierda de vista el siguiente hecho: en la mayoría de los casos, los escritores son a la vez empleados que ocupan una parte importante de su tiempo en otras actividades de las que depende su existencia material. Esta sociología de los escritores, que es también una sociología de la creación literaria, se opone en algunos puntos a la sociología de los campos de producción cultural (Bourdieu, 1997).

      Un campopuede definirse como un espacio relativamente autónomo de relaciones específicas “dentro del macrocosmos que constituye el espacio