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E-Pack Los Fortune noviembre 2020


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a tomar tus propias decisiones, ya sean las correctas o no.

      Max se quedó callado mientras terminaban el desayuno. Estaba segura de que no permitiría que lo acompañara a la clínica. Pero, afortunadamente, no fue así.

      —Muy bien, Kirsten. No me gusta tener que admitirlo, pero la verdad es que te necesito. A lo mejor es por eso por lo que me he enfadado tanto —le confesó Max con un suspiro—. La verdad es que me encantaría que vinieras conmigo a la clínica para escuchar todo lo que nos cuente el pediatra, pero no quiero que seas mi portavoz. ¿De acuerdo?

      Una parte de ella habría preferido mantenerse completamente al margen y dejar que Max se encargara de todo, pero sabía que era demasiado. Desde que apareciera Courtney un par de días antes y le dijera a Max que era el padre de Anthony, había sido muy duro adaptarse a la nueva situación, pensar en todo lo que iba a necesitar el bebé y cuidar de él con la poca experiencia que tenían los dos. Se dio cuenta de que era demasiado para una sola persona.

      Aunque había sido muy difícil, le había encantado la sensación de formar de nuevo un equipo con su hermano, algo que no había sentido durante muchos años. Por eso había tenido la sensación de que iban a poder superar sus problemas del pasado y llegar a convertirse en una familia de verdad, como habían sido antes de que su padre los abandonara y antes de que muriera su madre.

      Con errores y aciertos, frustraciones y sonrisas, Max y ella habían aprendido a marchas forzadas cómo cuidar de Anthony. Creía que la llegada del bebé, aunque hubiera sido una sorpresa con la que no contaban, iba a ser un regalo para todos, una oportunidad para cambiar.

      —De acuerdo —le dijo entonces ella—. Trato hecho.

      Una hora más tarde, estaban en la clínica. La recepcionista, una mujer mayor y algo regordeta, los recibió. Según la chapa identificativa que llevaba prendida de su uniforme, se llamaba Millie.

      —Siéntense —les dijo la mujer—. No tardarán mucho en atenderlos. Hoy ha venido más temprano y no tendrá que esperar tanto como ayer. Las tardes son mucho más complicadas.

      Max la miró de reojo y con el ceño fruncido. Ella decidió no decir nada. Ya se había disculpado por llevar al niño a la clínica sin el permiso de su padre, no pensaba volver a hacerlo. Se había equivocado, pero no podía hacer nada para cambiar el pasado. Creía que era mejor olvidarlo.

      Se sentaron a esperar en la salita. Max sostenía al bebé en su regazo y ella tomó una de las revistas que tenían en la mesa para entretenerse. La hojeó con poco interés. Estaba preocupada, pensando que quizás habría sido mejor que no acompañara a su hermano y hubiera permitido que se ocupara él solo de Anthony. Por otro lado, le parecía imposible que su hermano pudiera ir a entrevistas de trabajo y encontrar un empleo si no se quedaba ella con el niño. No podía echarlos de su piso.

      Aun así, estaba decidida a mejorar su actitud y mantenerse al margen.

      Lo que no sabía era cómo podría cuidar del pequeño y animar a su hermano para que encontrara un trabajo sin que éste se lo tomara como una forma de controlarlo.

      Miró a Max de reojo. Observaba a su hijo con una tierna expresión, pero se dio cuenta de que no parecía cómodo con él en su regazo, no estaba acostumbrado. Era normal.

      Aunque su existencia había sido toda una sorpresa, cualquiera que lo viera podía darse cuenta de que empezaba a sentir algo por Anthony. Le gustó mucho verlo así.

      Se abrió la puerta de la sala de espera y entró una enfermera. Llamó a una mujer que había estado esperando con ellos y las dos salieron hacia las consultas de los médicos. No pudo evitar alargar el cuello para tratar de ver el pasillo desde allí. Se imaginó que el atractivo cirujano ortopédico que había conocido el día anterior no estaría muy lejos.

      Lo que no tenía muy claro era lo que podría hacer si conseguía volver a verlo.

      Pensaba que a un hombre como él le interesarían las mujeres sofisticadas y elegantes, con carreras profesionales muy importantes y una ajetreada vida social.

      Aun así, seguía buscándolo con la mirada cada vez que se abría una puerta en el pasillo o cada vez que pasaba alguien con bata blanca frente a la puerta. Sin saber por qué, estaba deseando volver a ver a ese médico de pelo rubio e intensos ojos azules. No había podido dejar de pensar en él.

      Jeremy trató de concentrarse en la radiografía que estaba examinando. Era la de un adolescente que se había fracturado el hueso escafoides de una mano unos años antes.

      La noche anterior, el joven se había caído durante un partido de baloncesto y se había hecho daño en la muñeca. Esa mañana se había levantado aún con dolor en la zona y su madre lo había llevado a la clínica temiendo que se tratara de algo más grave. Acababa de comprobar que la caída había agravado una lesión anterior. Era una suerte que la madre lo hubiera llevado a la clínica. De no haberse tratado a tiempo, el joven podría haber terminado perdiendo la movilidad en la muñeca.

      Iba a tener que operarlo.

      —¿Doctor Fortune? Siento molestarlo, doctor, pero Kirsten Allen ha vuelto esta mañana —le dijo Millie—. Es la mujer por la que me preguntó ayer, ¿recuerda?

      Se le aceleró el pulso al oírlo, pero no dejó que su expresión lo delatara.

      —Gracias, Millie. ¿Dónde está?

      —En la sala de espera.

      Le habría encantado poder ir a hablar con ella, pero antes tenía que contarles al adolescente y a su madre lo que había descubierto al examinar la radiografía de la muñeca.

      —¿Podrías hacerme un favor, Millie? —le dijo Jeremy—. ¿Puedes encargarte de que lleven a Kirsten a una sala de examen? Después, dime dónde puedo encontrarla, por favor.

      —Muy bien, así lo haré.

      —Muchas gracias —repuso Jeremy.

      No solía pedir ese tipo de favores ni tratar a sus pacientes de forma diferente, pero Kirsten se había ido el día anterior sin que nadie la atendiera y no quería que volviera a ocurrir. Antes, quería tener la oportunidad de verla y hablar con ella.

      Millie salió de la consulta para hacer lo que le había pedido y él regresó a donde lo esperaba su paciente.

      Diez minutos más tarde, fue hasta la consulta cuatro, la sala donde esperaba el paciente Anthony Allen, el hijo de Kirsten.

      Llamó con los nudillos y abrió la puerta mientras contenía el aliento. Estaba deseando volver a verla. Pero vio que había un hombre con ella y se le cayó el alma a los pies.

      Por desgracia, parecía claro que estaba casada o que al menos tenía una pareja estable. Se imaginó que era el padre de su hijo.

      No sabía por qué le extrañaba o sorprendía ese hecho.

      Después de todo, si estaba tan obsesionado con ella era porque se parecía un poco a la mujer de sus sueños, nada más. Se dio cuenta de que había dejado que volara demasiado su imaginación. Había creído que su sueño significaba algo más, que era una especie de mensaje de su subconsciente y acababa de ver hasta qué punto había estado equivocado.

      Intentó parecer tranquilo y que su rostro no reflejara lo que estaba pensando. Se acercó al padre y le ofreció su mano.

      —Hola, soy el doctor Fortune.

      —Encantado, soy Max Allen. ¿Va a examinar a Anthony?

      —No, yo…

      Miró entonces a Kirsten y se preguntó si la mujer sabría por qué estaba allí.

      Pero se dio cuenta de que no podía saberlo. Ni siquiera él lo tenía demasiado claro.

      Intentó concentrarse en el padre y aclararle la situación.

      —Verá, conocí ayer a la señora Allen en el aparcamiento. Sé que tuvo que esperar durante bastante tiempo en la sala de espera sin que nadie pudiera atenderla, así