Jesús Sánchez Adalid

La luz del Oriente


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47

       Capítulo 48

       Capítulo 49

       Nota histórica

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      Annotatio

      En el siglo III de nuestra era, el Imperio romano se halla sumido en una profunda crisis a todos los niveles: los violentos movimientos sociales, políticos y religiosos que se han sucedido a lo largo de su existencia se acrecientan en esta época. El inmenso rompecabezas de dioses y cultos que caracteriza la vida religiosa del pueblo romano se halla en el epicentro de esta espiral de febril agitación. En este escenario, Félix, un joven lusitano movido por el deseo de encontrar sentido a su vida, está a punto de comenzar un largo viaje que le llevará a recorrer gran parte del Imperio romano.

      Jesús Sánchez Adalid

      A mi padre, sabio y ávido lector, tras cuyos pasos me adentré en la literatura de temática histórica

      Cronología

      Año 222. Asesinato de Heliogábalo y de su madre, en provecho de su primo, al que él había adoptado en el año 221.

      En esta fecha muere Tertuliano. Años 222-235. Reinado de Severo Alejandro.

      Año 224. Entrada triunfal del sasánida Ardacher en Ctesifonte: el reino persa sustituye al reino parto.

      Años 227-229. El emperador kushana Vâsudeva se alía con el rey de Armenia contra Ardacher.

      Año 228. Asesinato del prefecto del pretorio Ulpiniano por los pretorianos.

      Año 229. Dion Casio cónsul con el emperador Severo Alejandro.

      Año 230. Orígenes tiene que salir de Alejandría.

      Años 231-232. Primera guerra contra los persas.

      Año 235. Asesinato de Severo Alejandro y de su madre en Maguncia.

      Años 235-284. Años de anarquía militar.

      A partir del año 235 en Roma se suceden emperadores más o menos efímeros, en medio de las peores dificultades exteriores e interiores: todas las fronteras son atacadas y rebasadas; en las provincias se producen levantamientos y secesiones; la crisis económica es cada vez mayor.

      Año 238. Proclamación y asesinato de Gordiano I y Gordiano II en Cartago.

      Año 240. Muerte de Ardacher; sube al trono Sapor I.

      Años 240-243. Viaje de Mani por las orillas del Indo.

      Años 241-251 Conquista del imperio kushana por el Irán sasánida.

      Años 242-244. Campaña de Gordiano III contra Sapor.

      Año 243. Sínodo de Bostra. El obispo Berilo se retracta del sabelianismo.

      Año 244. Plotino llega a Roma para enseñar; muere en el 269.

      Años 244-261. Misiones maniqueas en Egipto.

      Todo aquello sucedía en figura, esto en verdad. Si aquello que te parece maravilloso no fue más que una sombra, cuánto más maravilloso no será esto cuya sombra te admira.

      Tú has conocido lo que tiene más valor, pues la luz es preferible a las tinieblas, la verdad a la figura…

      Del Tratado sobre los misterios, de Ambrosio, siglo IV d. C.

      Cuatro son los puntos cardinales: norte, sur, este y oeste. Cualquier persona reconoce sin la menor duda que debemos orar mirando al oriente, expresión simbólica del alma que mira al levante de la luz verdadera.

      Por decisión humana los edificios miran indistintamente a una u otra parte, pero la naturaleza prefiere el oriente. Lo que es por naturaleza ha de anteponerse a lo arbitrario…

      Orígenes, año 240

      1

      Mi abuelo Quirino no confiaba en los dioses. A veces me parecía que tampoco creía en ellos. Durante gran parte de su vida estuvo influido por los viejos estoicos, pero como la vida le fue siempre favorable y le ahorró sufrimientos, nunca supo aceptar la vejez y se rebeló conscientemente contra la Providencia. Aun así, nunca adoptó ademanes desesperados, simplemente era escéptico y ocasionalmente irónico con los asuntos religiosos.

      Amaba los libros; vivía entre ellos. Mi padre solía decir que era un hombre aburrido, pues no mostraba interés por los negocios ni por otras ocupaciones mundanas. Pero lo que de verdad le ocurría es que había perdido el deseo a fuerza de pensar que sus objetivos eran caducos, pasajeros. Aparte de la lectura, tan solo una cosa parecía entretenerlo: la cría de palomas, a la que se entregaba absorto en un hermoso palomar levantado en los jardines de su domus, al otro lado del río. Pasaba horas contemplándolas. A cada una le tenía asignado un nombre, y gustaba de emparejarlas por colores para multiplicar la variedad en el bando. Como durante el día vivían sueltas, las esperaba a la caída de la tarde, para verlas regresar y hacer el recuento. Mientras contemplábamos aquellos vuelos de retorno, en cierta ocasión me dijo:

      —Míralas, hago las parejas a mi antojo, juntándolas en un cajón. Dejo vivir a los pichones que me interesan y me deshago de aquellos que sobreabundan en un color; cuando quiero las regalo o las cambio por otras. Cuando alguna es belicosa y molesta a las demás, mando al criado que la golpee contra el suelo y la desplume. Luego me la como en salsa de almendras. Aun así retornan aquí cada tarde para alegrar el jardín con revoloteos y arrullos.

      Dicho esto se quedó abstraído un momento, mirando el cielo de la tarde, limpio de nubes, y continuó:

      —¿No somos los hombres como ellas que, a pesar de las pruebas a las que nos somete la vida, retornamos siempre a los dioses?

      Entendí aquella pregunta como una afirmación, sin prestar atención al interrogante: los hombres son fieles a los dioses en las dificultades de la vida.

      No obstante, aquella interpretación era la de un niño en cuya mente no cabía la duda.

      Con el tiempo comprendí cuál era la pregunta que anidaba en el ser más profundo de mi abuelo Quirino: «¿Por qué ser fieles a los dioses y vivir atados a ellos?». Porque si hay tribulaciones o dichas en la vida son fruto del azar; los dioses no existen, o si existen, no les importan los asuntos humanos.

      Pero estos pensamientos los deduje yo a lo largo del tiempo, porque no actuaba él con impiedad o con amargura contenida. Era, en cambio, aparentemente impasible, digno sin artificio; jamás daba la impresión de cólera o cualquier otra pasión. Siendo muy rico, vivía un régimen de vida frugal, discreto, alejado de las estridencias y las ansias de relumbre. Creo que fue esta manera de ser suya lo que lo llevó a abandonar su casa de la vía Lautitia para retirarse definitivamente a la domus del otro lado del río Anas. Era todo un signo de su desapego y de su indiferencia ante la vanagloria de los honores aparentes. La discreta cancela que daba paso a los jardines, que se abrían ante la austera casa campestre, estaba a continuación de los columbarios y de las tumbas marmóreas alineadas a lo largo de toda la calzada. Daba la impresión de que siempre quiso morar vecino a la muerte.

      El pasado político de mi abuelo Quirino era todo un misterio. De su vida en Tarraco sabía que descendía de una ininterrumpida estirpe de senadores a la que él se incorporó; había llegado a ser tenido por un gran jurista, miembro del mismo colegio que Ulpiano, de cuyo asesinato tuvo noticia siendo yo aún un niño. Disfrutó, pues, de los beneficios del orden más elevado de los ciudadanos romanos y tuvo muchos conocidos entre los grandes de su época. Pero algo