Arturo Villavicencio

Neoliberalizando la naturaleza


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Los cambiantes patrones en el manejo de los territorios deben contextualizarse como prácticas históricas específicas de rerregulación de los recursos en lugar de desregulación. Este es el caso de las modalidades neoliberales de conservación. La relación de la conservación con estos procesos ha sido consistentemente ambigua. Mientras los conservacionistas se quejan del Estado ineficiente e intervencionista como la mayor barrera para sus proyectos, son las áreas protegidas y parques nacionales promovidos por los Estados el mayor soporte de la conservación internacional. «Se constata una intensa y constante proliferación de parques nacionales y áreas protegidas paralela al auge del neoliberalismo» (Buscher, 2013: 20) y esta demarcación de territorios con el fin de controlar pueblos y recursos continúa con su crecimiento exponencial (Kelly, 2011: 683). En efecto, en las dos últimas décadas de arremetida neoliberal, las áreas protegidas por los Estados han proliferado a escala global. Esta tendencia es evidente; para citar algunos casos: en Tanzania, alrededor del 30 por 100 de su territorio ha sido declarada área protegida; en Belice, el 50 por 100; en Guatemala, el 30 por 100; en Panamá y Costa Rica, el 25 por 100. Esto es evidente también en el Corredor Biológico Centroamericano (Igoe y Brockington, 2007: 435).

      [3] Sostenemos aquí que la difundida idea de posneoliberalismo como una fase ya superada por el gobierno de la llamada revolución ciudadana está muy alejada de la realidad.

      [4] Meadows, Rander y Meadows (2005: 176) señalan la disminución del stock de recursos y el aumento de los niveles de contaminación como los síntomas de una crisis potencial: i) el capital, los recursos y la fuerza de trabajo son desviados ya sea hacia actividades de compensación (mitigación) por la pérdida de servicios provistos sin costo por la naturaleza, a la explotación de recursos cada vez más escasos o hacia el reciclaje cada vez menos productivo; ii) una inversión creciente en tecnologías para explotar recursos más dispersos, de menor calidad y de menor valor; iii) disminución de la eficiencia de los mecanismos para remediar los crecientes niveles de contaminación; iv) una creciente deterioración del stock de capital (especialmente en la infraestructura) ya que su depreciación excede la capacidad de inversión y mantenimiento. Todo esto implica que el gasto social pasa a un segundo plano frente a las necesidades de consumo, inversión, seguridad y obligaciones del endeudamiento.

      Resulta curioso el comentario de O’Connor sobre el estudio Los límites del crecimiento, al que califica de «tecnocraticismo y neomalthusianismo» (1988), ya que la tesis de este autor sobre la segunda contradicción del capitalismo coincide con las conclusiones de este estudio. Como se discute en el siguiente epígrafe, la tesis de la segunda contradicción es un aporte teórico valioso para entender los problemas ecológicos, pero únicamente si este concepto se limita a su dimensión ambiental. Es en este sentido que usaremos esta categoría a lo largo del presente trabajo.

      [5] Esta contradicción no es nueva en términos históricos. Modos no capitalistas de producción han sido perfectamente capaces de crear sus propias destructivas segundas naturalezas, sus propias contracciones ambientales (Tainter, 1990).

      [6] Esta es la coincidencia con la tesis del estudio Los límites del crecimiento a la que nos referimos anteriormente.

      [7] Sostiene Spence que «Marx usó la frase “condiciones de producción” con diferentes connotaciones y significados dependientes del contexto. No hay evidencia de que él la haya usado como una categoría analítica con la precisión del significado atribuido por O’Connor» (2000: 89). Stahel (1999: 108) considera que «la idea de una segunda contradicción puede ser identificada más fácilmente en los trabajos de Polanyi que en aquellos de Marx».

      [8] El uso de especies exóticas, nocivas para los ecosistemas en los páramos ecuatorianos con el fin de acelerar los procesos de captación de carbono (proyecto Profafor) es un ejemplo de alteración de los ritmos naturales con el objetivo de aumentar la eficiencia del capital invertido [véase el epígrafe «Profafor», en pp. 153-157].

      [9] Véase [www.theguardian.com/environment/2008/feb/13/conservation].

      [10] «Harvard y otras grandes universidades norteamericanas, a través de fondos de inversión británicos y otros especuladores financieros europeos, están negociando la compra o arrendamiento de vastas extensiones de tierras en África, lo que puede resultar en el desplazamiento forzado de miles de campesinos de sus tierras» (The Guardian, 8 de junio de 2011).

      [11] Los términos «cambio climático», «cambio de clima» o «calentamiento global» son usados indistintamente a lo largo del texto. Sin embargo, nos parece válida la aclaración de V. Barros quien sostiene que «a esta problemática se le ha dado en llamar impropiamente “cambio climático”. Cambios climáticos han ocurrido en el pasado y seguramente ocurrirán en el futuro, por diversas causas y no solo por cambios en la concentración de gases de efecto invernadero. En rigor, se trata de un “calentamiento global” que ciertamente entraña un importante cambio de clima, no solo en la temperatura, sino también en otras variables climáticas importantes para la vida» (Barros, 2004: 12).

      [12] Un revelador estudio sobre las articulaciones entre ecoturismo, conservación neoliberal y apropiación de la tierra es el caso del Parque Nacional Natural Tayrona en Colombia (Ojeda, 2012).

      [13] Cit. en Harvey (2016).

      [14] Sostiene Naomi Klein (2007: 16) que las crisis, desde las guerras hasta los ataques terroristas, son explotadas por el capitalismo mediante la creación de nuevos espacios de acumulación: «El papel económico primario de las guerras hasta hoy había sido la apertura de nuevos mercados que generaban booms económicos de posguerra. Ahora, las guerras y las respuestas a los desastres son totalmente privatizados de tal manera que ellos mismos constituyen los nuevos mercados». Dentro de la misma lógica, las visitas a los lugares de desastre ocasionados por el huracán que azotó New Orleans o a los bloques de hielo desprendidos del Ártico a causa del calentamiento global son algunos de los «nuevos objetos de atracción» que explota la industria ecoturística.

      [15] Una aclaración entre los términos gobernanza y gubernamentalidad es necesaria. El término gobernanza destaca las modalidades bajo las cuales el poder de gobernar se dispersa entre múltiples actores (incluidos actores privados) y niveles subnacionales y supranacionales de gobierno. El concepto implica que las formas de gobierno se están desplazando desde mecanismos formales hacia informales, desde jerarquías hacia redes, de contratos legalmente obligatorios hacia acuerdos voluntarios. Foucault (2001: 219) introduce el término gubernamentalidad para referirse al gobierno de una época histórica específica, concretamente aquella caracterizada por el biopoder (Oels, 2005: 189).

      [16] El caso del Parque Nacional Yasuní es muy revelador. De un problema de defensa del hábitat de los pueblos locales y de la conservación de un ecosistema único, la protección del parque pasó a convertirse en parte de un problema ambiental global: la mitigación del cambio de clima.

      [17] Conservation International, World Wide Fund for Nature, Flora and Fauna International, the Fund for Wild Nature, de Wildlife Conservation Society, African Wildlife Foundation (Chapin 2004) son organizaciones transnacionales en su ámbito de acción, emplean miles de personas alrededor