Marta Lamas

Dolor y política


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por su definición como un nuevo impulso de movilización que tiene cuatro elementos distintivos: un interés mayor en la lucha contra la violencia sexual, el manejo del internet, el sentido del humor y la perspectiva interseccional (Cochrane 2013). Ahora bien, cuando las mujeres europeas y norteamericanas hablan de “violencia sexual” se refieren al acoso y la violación, pero no a los feminicidios, puesto que en sus contextos esos crímenes son excepcionales. En cambio, en los países latinoamericanos esas tragedias pavorosas suceden con una frecuencia alarmante, así que, aunque los cuatro elementos mencionados también están presentes en las protestas de nuestras activistas, aquí destaca el reclamo “Ni una más”. También hay que sumar en nuestra región la lucha por la legalización del aborto y en defensa de la cultura originaria y del territorio. De ahí que, pese a cierta sincronía mundial de las movilizaciones feministas, no hay que olvidar que la Cuarta Ola tiene características distintas en lo que se conoce como el “Primer Mundo” y el “Tercer Mundo”,⁹ y vale la pena tenerlas en mente para no generalizar procesos que tienen especificidades diferenciadas.

      Para explorar los interrogantes que voy a compartir con ustedes asumo el peso que tiene el contexto de violencias generalizadas en mi país, y en específico, me centro en lo ocurrido en la Ciudad de México. El desborde de violencias que alimenta las protestas feministas tiene causas económicas y políticas, y la pesadilla que viven muchas de las activistas se expresa en sus consignas, en las palabras que han publicado en volantes o que han registrado la prensa y las publicaciones académicas, y también lo que queda plasmado en las pintas. Ciertos aspectos de las protestas recientes exhiben emociones que no se suelen admitir en las mujeres, como la rabia, que resulta crucial en el momento de hacer política. La dimensión subjetiva de la política resulta eficaz, según Byung Chul Han (2014), porque opera desde dentro de los sujetos, y desde la perspectiva que da un lugar clave a las emociones y al afecto me propongo pensar acerca de la energía afectiva que mueve a las activistas. Y aunque se podría criticar la narrativa de las olas desde una postura decolonial,¹⁰ cuestionando que esa cronología occidental sea el marco utilizado para el análisis, coincido con otras feministas latinoamericanas que retoman la metáfora de la ola para ubicar el momento actual de los feminismos. En América Latina la Cuarta Ola ha cobrado gran fuerza y visibilidad por las masivas movilizaciones en contra de la violencia hacia las mujeres y por la legalización del aborto; también por los paros mundiales que, desde 2016, han llevado a mujeres de distintas latitudes a dejar de realizar sus labores por un día, para poner en evidencia el valor de su trabajo, en especial invisibilizado cuando es en el hogar; y desde 2017, por la explosión de denuncias sobre el acoso sexual desatadas con el estallido del #MeToo. Todo esto ha producido una “temporalidad afectiva” que, en palabras de Prudence Chamberlain, habla acerca de que “la ola feminista está abierta al afecto de su tiempo y lista para tomar la forma que le dé el momentum del sentimiento público” (2017:41). Tal momentum es uno de indignación, dolor y rabia.

      Al registrar el vínculo entre las emociones y la política,¹¹ coincido con Sara Ahmed (2015) quien, desde una mirada decolonial y queer, plantea que no hay que comprender las emociones solamente como estados psicológicos, sino también como prácticas sociales y culturales que inciden en la vida pública. Ahmed habla de “la política cultural de las emociones” para nombrar la forma en que éstas se reproducen y circulan, o sea, habla de una economía de los afectos. No resulta fácil precisar las motivaciones individuales de las activistas (Ahmed señala que sería reduccionista), pero es posible detectar ciertos encadenamientos afectivos. Acerca de la importancia de comprender la economía emocional ya habló hace años Norbert Lechner (1986; 1988) y señaló que las emociones tienen resonancias políticas, lo que también cobra importancia en los procesos de avance democrático. Mientras que Lechner destacó el vínculo entre la sociabilidad cotidiana, los arreglos afectivos y la política, Ahmed lo hace con el vínculo entre emoción y acción, y habla de las emociones como acción.

      Estas páginas comienzan con una breve relación de las protestas feministas en la Ciudad de México; retomo palabras y actos significativos, que son la materia prima, el engranaje y el producto de su quehacer político. Al enfocarme en la forma en que las activistas feministas hacen política al salir a la calle, desplegando en el espacio público sus cuerpos, sus emociones y sus palabras para que su dolor y rabia sean escuchados y vistos, dejo fuera lo que ocurre con multitud de iniciativas y acontecimientos feministas, muchos de los cuales se llevan a cabo en distintas entidades del país, con movimientos locales muy destacados. Además, las feministas están desarrollando cantidad de expresiones políticas creativas y esperanzadoras; en especial, son notables sus manifestaciones artísticas, sus formas de solidaridad interna y sus espacios de encuentro y disfrute. Sin embargo, en este texto no abordo la contribución que han hecho —y siguen haciendo— muchas de ellas con sus prácticas artísticas y culturales que, como señala Mouffe, son fundamentales para la revitalización del proyecto emancipador de la política democrática radical. La contribución de las prácticas artísticas y culturales a la ruptura de las representaciones tradicionales de la feminidad merece una reflexión aparte, que en estas páginas no puedo realizar.¹² No sólo en México, sino también en otros países de América Latina, muchas activistas despliegan una variedad de acciones y reflexiones desde una forma distinta de organización: las constelaciones (Borzacchiello 2018; Gago et al. 2018) y las artistas no son una excepción.¹³ En estas páginas relato principalmente lo que he escuchado de un sector muy específico de universitarias de la unam¹⁴ y, en menor medida, del itam (pues tengo vínculos con alumnas y exalumnas de esas instituciones con las que hablo y discuto).

      Al analizar el entramado, afectivo y cultural que da sustento a los actos solidarios y transgresores de estas jóvenes activistas me confronto con mi propia subjetividad. Como académica y activista feminista soy, a la vez, observadora y parte de lo que observo, y enfrento la difícil tarea de asumir la autorreflexión, cuestión que el psicoanalista y antropólogo George Devereux (1977) plantea como indispensable. En su obra clásica sobre el método en las ciencias sociales, Devereux insiste en la necesidad de explorar no sólo la estrategia de investigación, las “decisiones” acerca de lo que se investiga, sino también las angustias y las maniobras defensivas de quien investiga. Según Devereux, es imprescindible el estudio del interés afectivo personal del científico por su material y, por fortuna, según él los llamados trastornos o perturbaciones creados por la existencia y las actividades de la persona observadora son, debidamente aprovechados, las piedras angulares de una verdadera ciencia del comportamiento y no —como suele creerse— contratiempos deplorables. Devereux, que expresa con ironía sus dudas sobre la neutralidad y objetividad de quien investiga, concluye con sencillez diciendo que siempre ayuda descubrir exactamente qué es lo que una en realidad está haciendo.

      Entonces ¿qué estoy haciendo? Además del entusiasmo y preocupación políticos que me suscitan las protestas feministas, en estas páginas también hablo de las emociones que me produjeron varios incidentes en los que ciertas feministas me adjudicaron motivos o perspectivas que no corresponden a mi postura política ni ideológica. No puedo soslayar que me he sentido afectada por la rabia que algunas feministas dirigen a mi persona, pero aquí elaboro mis emociones, las pongo en palabras y las relaciono con reflexiones teóricas, y eso me permite poner un ejemplo actual y cercano de uno de los mayores obstáculos políticos que enfrentamos las feministas: la dificultad para debatir entre personas con posturas adversarias. Siguiendo el dictum de Alain Badiou (2005), que insiste en que lo que no tiene palabras no se puede pensar, y que lo que no se puede pensar no se puede cambiar, creo que debemos hablar incluso hasta de las violencias entre nosotras. Eso sí, Brown nos sugiere a las feministas que seamos precavidas, pues corremos el riesgo de desfigurar nuestro discurso político con “recriminaciones paralizantes y resentimientos tóxicos que se presentan como crítica radical” (1995:xi).

      Un libro es una forma de entrar al debate, de abrirse a la crítica. Para los feminismos es especialmente importante pensar el problema de la política, y la clásica pregunta ¿qué hacer? se ha mantenido vigente a lo largo de todas las crisis y las inflexiones de nuestro orden político. La pregunta forma parte de los dilemas que enfrentamos día con día y una de mis maneras de asumir ese dilema ha sido el de compartir mi trabajo intelectual con compañeras y alumnes. Por eso, aunque pretendo que éste no sea un libro académico, sí contiene muchas