Marta Lamas

Dolor y política


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historia pasada. Desde la necesidad de recuperar la memoria aquí los reproduzco como insumos para que los aprovechen quienes se interesen por ir alimentado su praxis. Quiero subrayar que, en esta reflexión, se encuentran los aprendizajes que he tenido a partir de la riqueza que ha significado el trabajo grupal durante la creación de la revista debate feminista, el Grupo de Información en Reproducción Elegida (gire), la asociación Equidad de Género: Ciudadanía, Trabajo y Familia y el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir, así como mi añeja colaboración con Semillas (Sociedad Mexicana Pro Derechos de la Mujer). Sin ese trabajo grupal con distintas compañeras feministas no sería quien soy ahora.

      A lo largo de estas páginas he tratado de mostrar que las subjetividades ofrecen muchas de las motivaciones que alimentan la política y que dado que los sentimientos, emociones y afectos tienen efectos políticos, es útil entender la “temporalidad afectiva” que atraviesa hoy al activismo feminista. No sabría decir cuál es esa política que se supone que las feministas deberíamos estar haciendo, pero sí sé que resulta necesario discutir acerca de la no-violencia no sólo en el espacio público, físico y virtual, sino también en relación a las dinámicas intersubjetivas que se dan entre nosotras. Wendy Brown, quien aborda la complejidad política del contexto contemporáneo, plantea que es necesario “revitalizar la política de izquierda desarrollando genealogías enriquecedoras, análisis institucionales perspicaces y visiones políticas apremiantes” (2001:44). Sí, tenemos mucho trabajo por hacer. Ojalá que el peso de algunas ideologías, por un lado y, por el otro, la rabia y el dolor no impidan las prácticas deliberativas entre las feministas.

      Estoy muy agradecida con mis amigas, colegas y estudiantes, con quienes he debatido algunos aspectos acerca de lo que van a leer. En especial, con el grupo Feminismo Crítico: Alethia Fernández de la Reguera, Chris Mendoza, Friné Salguero, Gabriela Sofía Gómez, Hanna Ortega, Isabel Gil, Laura García Coudurier, Mariana Palumbo, Marta Ferreyra, Mónica Maccise, Mónica Meltis, Rebeca Ramos, Regina Larrea, Regina Tamés, Stephanie Brewster, Soren García Ascot, Tania Turner, Valentina Zendejas y Ximena Andión. Sus críticas e intervenciones siempre me ayudan a pensar.

      Y también agradezco a quienes leyeron antes el manuscrito y lo mejoraron con sus comentarios, aunque algunos no los incluí, así que asumo la responsabilidad de lo escrito. Muchas gracias a Amneris Chaparro, Ana Luisa Liguori, Diana Fuentes, Fabio Vélez, Iván Pedroza, María Teresa Priego, Mariana Palumbo, Marta Acevedo, Marta Ferreyra, Natalia Gabayet, Patricia Mercado, Sara Sefchovich y Stephanie Brewster. Agradezco los atinados señalamientos de Ana Sofía Rodríguez Everaert, que me ayudaron a precisar el enfoque. Merece un agradecimiento especial Leticia Cufré, quien me acompañó horas revisando y debatiendo muchos de mis postulados. También reconozco el trabajo de Alba Jiménez del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la unam, que me consiguió, a una velocidad inaudita, todos los artículos que le solicité. Y, finalmente, doy las gracias a Pablo Martínez Lozada por su respetuoso trabajo como editor.

      Como siempre, no hubiera podido escribir una línea sin el cuidado cariñoso de Francisca Miguel, Ofelia Sánchez Felipe, Vicenta Sánchez Felipe y el apoyo solidario de Patricia Ramos Saavedra. La paciencia de Diego, Pablo y Leonard mientras estuve en el proceso de escritura también merece todo mi reconocimiento.

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      Pensar la época

      Esbozar una interpretación, inevitablemente parcial y discutible, acerca de lo que ha pasado —y está pasando— con las recientes expresiones feministas en la Ciudad de México requiere ubicar mínimamente el momento político que estamos viviendo en el país. Ya es un lugar común señalar que nuestra época se caracteriza por el capitalismo en su etapa neoliberal, y aunque en estas páginas hablaré de neoliberalismo, comparto lo que señala Stuart Hall, a quien el término no le resulta satisfactorio, ya que:

      Su referencia a la influencia modeladora del capitalismo en la vida moderna suena anacrónica a oídos contemporáneos. Los críticos intelectuales dicen que el término junta demasiadas cosas para tener una identidad única; es reductivo, y sacrifica la atención a las complejidades internas y las especificidades geo-políticas (2011:706).

      Pese a ello, Hall considera que el término neoliberalismo remite a suficientes rasgos comunes de esta etapa como para otorgarle una identidad conceptual provisional, siempre y cuando se entienda como una primera aproximación. Coincido con él, y con varios autores que sostienen que el modelo de gobernanza neoliberal, con sus aspiraciones y objetivos, no se limita a la esfera económica ni a las políticas públicas estatales, sino que produce sujetos, regula conductas y genera nuevas formas de organización social. Según Wendy Brown el neoliberalismo, que es “una forma peculiar de razón que configura todos los aspectos de la existencia en términos económicos” (2015:17), está desmontando los elementos básicos de la democracia. De ahí que esta politóloga considere el neoliberalismo como la revolución furtiva que está deshaciendo el demos: “deshace vocabularios, principios de justicia, culturas políticas, hábitos de la ciudadanía, prácticas de la ley y, sobre todo, imaginarios democráticos” (2015:17). Precisamente la complejidad del proceso de elaboración psíquica que cada ser humano realiza al internalizar la racionalidad neoliberal consiste en lo que León Rozitchner calificó hace años como la determinación histórica en el psiquismo. Este filósofo planteó que el aparato psíquico es “el último extremo de la proyección e interiorización de la estructura social en lo subjetivo” (1982:15).

      Son muchas, y muy atinadas, las críticas feministas al neoliberalismo, y aquí no voy a dar cuenta de ellas. Remito en especial a Nancy Fraser, una filósofa política que de manera constante ha analizado la relación del feminismo con el capitalismo. Sus trabajos en esta línea vienen desde finales del siglo xx y, en Fortunas del feminismo, ella encuentra en el feminismo eso que Boltanski y Chiapello (2002) calificaron de “el nuevo espíritu del capitalismo” (2013a:217). Fraser no es la única, ni la primera, en analizar el vínculo entre el neoliberalismo y cierto feminismo como un fenómeno característico de la época, pero es quien se ha propuesto llegar a audiencias más amplias que la meramente académica.¹ Su brevísimo texto “Manifiesto de un feminismo para el 99%” (2019), escrito en colaboración con Cinzia Arruzza y Tithi Bhattacharya, contiene una clara crítica al feminismo hegemónico y sus resignificaciones neoliberales, y está hecho en un formato muy accesible para el público general. Mucho del debate feminista respecto al neoliberalismo destaca cómo el enfoque individualista resulta muy útil a los intereses de los grandes capitales, y cómo el objetivo del “empoderamiento” ha sido central para alentar actitudes neoliberales.² La popularización de lo que se llama empoderamiento ha opacado la emancipación, que es una aspiración más amplia, que reclama, más que tener poder, liberarse de cualquier clase de subordinación, tutela o dependencia, como proponen los feminismos anticapitalistas desde los setenta.

      Las consignas y pintas de las activistas feministas expresan la indignación, el dolor y la rabia por el conjunto de violencias en que vivimos. Recurro a las palabras de otres autores para recordar brevemente nuestro contexto de feroz machismo y espeluznante violencia. Como dice Alfredo Guerrero, investigador de la Facultad de Psicología de la unam:

      la violencia que vivimos ahora en México, que se ha propagado a lo largo y ancho del territorio, no es la violencia revolucionaria de 1910-1917, ni la de 1810. Es una violencia que se nutre de la perversidad abyecta que ha hecho erupción desde lo más profundo de los procesos de degradación tanto del Estado como de sus instituciones y se ha propagado por todos los poros de la sociedad hasta los fragmentos más pequeños de la vida cotidiana, invadiendo incluso los espacios más recónditos de la intimidad (2017:243-244).

      Sayak Valencia, una investigadora de El Colegio de la Frontera Norte, califica de gore al ominoso proceso de esta producción biopolítica del capitalismo tardío, de donde han emergido las nefastas prácticas que se sustentan “en la violencia sobregirada y la crueldad ultra especializada que se implantan como formas de vida cotidiana en ciertas localizaciones