Sally Green

Los reinos en llamas


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se preguntaba si recibiría o no algún tipo de ayuda.

      AMBROSE

      CAMPAMENTO REAL,

       NORTE DE PITORIA

      —Se ve bien —dijo Geratan, revolviendo el cabello de Ambrose. Lo habían teñido de blanco brillante, recortado en la parte posterior y dejado largo en la superior: igual que el de Geratan. Sólo que el de Ambrose no era lo suficientemente largo para permanecer oculto detrás de las orejas, por lo que seguía cayendo en su rostro.

      —Hubiera sido más fácil conseguir un sombrero.

      —Pero esto demuestra tu lealtad —Geratan hizo girar su espada de madera de entrenamiento y apuntó con ella a Ambrose—. Y eso resulta muy importante si por tus venas corre sangre de Brigant —Geratan continuó blandiendo su espada a su alrededor—. Cada día hay más cabezas blancas. Y también azules. Todos están interesados en mostrar su lealtad a Tzsayn y a Catherine. Hay mucho entusiasmo por ellos como pareja.

      —Esta semana, sí, pero es algo que fluctúa.

      Ambrose no lograba olvidar la forma en que Catherine había llegado a Pitoria en medio de una ola de entusiasmo, sólo para tener que huir luego a la capital por temor a perder su vida tras la invasión de Aloysius.

      —Para Tzsayn es constante. De hecho, desde que su padre murió, el entusiasmo ha crecido aún más.

      Ambrose sabía que eso era cierto. Y solamente escuchaba buenas cosas sobre Tzsayn. El nuevo rey había guiado a sus tropas valientemente en la defensa de Rossarb, y había preferido ser capturado en lugar de huir y dejar abandonados a sus hombres.

      —Sí, todo el mundo ama a Tzsayn.

      Geratan miró a Ambrose.

      —¿Todo el mundo?

      Ambrose ignoró la pregunta.

      —Me encantaría continuar esta conversación, pero estamos aquí para practicar —blandió su espada de madera frente a Geratan, quien la golpeó con fuerza y la lanzó hacia atrás.

      —¿Así que no serás amable conmigo? —preguntó Ambrose—. Acabo de salir de mi lecho de muerte. Mi hombro está rígido y a duras penas puedo caminar.

      —Puedes cojear bastante bien —Geratan se lanzó hacia delante, intentando hacer un corte en el muslo de Ambrose, pero éste lo esquivó de manera automática. Geratan asintió—. Y tal parece que tus instintos no están tan mal.

      —Esta espada de juguete es inútil, nada como la real. Un palo sería mejor —Ambrose giró la espada de madera hacia la izquierda y la derecha, sintiendo el equilibrio de ésta… y su propia falta de práctica.

      —Deja de lloriquear y pon un poco de esfuerzo de tu parte.

      Geratan se abalanzó a la otra pierna de Ambrose, pero de nuevo fue contrarrestado por Ambrose, quien respondió:

      —Cuidado con lo que deseas, Geratan —al tiempo que se deslizaba bajo la guardia de su oponente y lo golpeaba con fuerza en el muslo izquierdo— o vas terminar apaleado por un lisiado.

      —O abrumado por su palabrería —respondió Geratan, atacándolo una vez más.

      Ambrose se defendió con facilidad.

      —Pero quiero hablar. Todavía no me has contado lo que descubriste en el norte.

      Geratan había regresado esa mañana de una expedición de exploración en la Meseta Norte para evaluar las posiciones del ejército de Brigant.

      —¿Alguna señal de Tash? —preguntó Ambrose, aunque sabía que, si hubiera habido alguna, Geratan lo habría dicho. No tenían noticias suyas desde que había elegido volver al mundo de los demonios para descubrir más sobre ese extraño reino subterráneo. Quizá nunca volvería a haber señales.

      —No. Sólo unos cuantos soldados de Brigant y muchos mosquitos.

      Mientras hablaba, Geratan descuidó su guardia y Ambrose contraatacó, lo llevó rápidamente hacia atrás y golpeó su espada, que arrancó de su mano en el tercer golpe. Ambrose se esforzó por ocultar su regocijo y forzó un ceño fruncido mientras giraba el hombro, murmurando sonoramente:

      —Sí, estoy muy fuera de forma.

      Geratan gruñó:

      —Inténtalo de nuevo. Esta vez seré más exigente.

      Ambrose sonrió.

      —Ah, bajaste la guardia a propósito. Ahora me doy cuenta. Fue un acto de bondad con un hombre herido.

      —No pareces haber perdido la técnica, sir Ambrose —gritó Davyon mientras se acercaba a ellos a través de la hierba—. ¿Cómo sigue la pierna?

      —Aún cojeando, camino más rápido día a día.

      —¿Estás planeando volver a la guerra? ¿O tu esgrima es sólo por diversión?

      —Soy un soldado, Davyon. En cuanto me encuentre bien, volveré a mi posición como guardia personal de Catherine.

      Si alguna vez quiere volver a verme, claro está.

      Davyon asintió.

      —Un cargo vital, por supuesto, pero tenemos otros planes para ti. Si eres capaz y estás disponible para ello.

      —Otros planes. Lejos de Catherine, puedo apostar. Eso se ajustaría a la perfección a los planes de Tzsayn, ¿no es así, Davyon?

      Davyon sonrió, pero su mirada era fría.

      —En realidad, este plan es idea de la reina, sir Ambrose. Acompáñame y te explico.

      Davyon condujo a Ambrose hasta una gran carpa. Dentro había dos mesas cubiertas con mapas. En uno de estos mapas las posiciones de varias tropas estaban caracterizadas con pequeñas piezas de ajedrez, figuras de piedra con banderas que indicaban su nacionalidad. En la otra mesa estaban mapas más detallados de la Meseta Norte y el área alrededor de Rossarb. Con rapidez, Ambrose captó las posiciones de los ejércitos de Pitoria y de Brigant.

      —No veo fuerzas de Calidor en ninguna parte. Hubiera esperado que para este momento ya comenzaran a llegar.

      Davyon esbozó una sonrisa forzada.

      —De hecho, una delegación de Calidor arribó ayer.

      —¿Y?

      —Están de nuestro lado en corazón y espíritu.

      Ambrose no pudo evitar soltar una breve carcajada.

      —En corazón y espíritu, pero no en cuerpo, quieres decir.

      —En resumidas cuentas, así es.

      —Entonces, ¿no enviaron hombres?

      —Dos de barbas grises que nada han hecho desde que llegaron, más allá de comer y dormir. Sobre todo, dormir. Sin embargo, no son hombres lo que necesitamos de Calidor en este momento, sino algunas de sus embarcaciones. La guerra terrestre permanece por ahora estática, pero debemos recuperar el control de dos ubicaciones: el mar de Pitoria, lo que explica la necesidad de los barcos, y el mundo de los demonios, lo que te atañe ahora.

      —¡Ah, me tocó la opción fácil!

      —Sí, la misión va a resultar un desafío, incluso para ti.

      ¿Desafío o imposibilidad?

      —¿Cuál es el objetivo? —preguntó Ambrose.

      —Detener, o al menos interrumpir, el suministro de humo.

      Ambrose frunció el ceño.

      —¿Acaso no tienen ya todo el que necesitan? Cuando Geratan nos contó que estaban reuniendo el humo, me dijo que obtenían dos botellas al día. Han ocupado la Meseta Norte por más de un mes. Eso es bastante humo para mantener a su