Javier Alonso Arroyo

Una escuela en salida


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tener un encuentro con el otro; en muchas ocasiones, el encuentro irrumpe en la vida sin planificarlo (gratuidad) y toca la propia experiencia personal (existencial). Si la persona pone su corazón en la relación, se abrirá un vínculo capaz de restaurar la dignidad herida del «otro». El encuentro humano que cumple con los rasgos de libertad, gratuidad y existencialidad tiene un efecto educativo; y esto solo se produce en el espacio espiritual, que es cuando damos sentido y profundidad a la relación.

      El evangelio recoge experiencias de encuentro de Jesús con personas heridas en su dignidad: la mujer pecadora, la hemorroísa, el ciego de Jericó, el endemoniado. A Jesús le afecta la situación de la gente, de modo que no queda indiferente ante sus necesidades primarias. Brota de él un sentimiento de compasión que le lleva a realizar los milagros. En todos los casos, Jesús los mira con misericordia y les devuelve su dignidad con su cercanía y presencia.

      Para el papa Francisco, el encuentro está ligado al concepto de «periferia». Afirma que «nos encontramos cuando salimos de nosotros mismos, de nuestro centro, y nos abrimos al otro precisamente allí donde el otro es diferente. El encuentro es aprender a recibir de todos, especialmente de los más pobres y de los más pequeños, de los que para el mundo no cuentan» 27.

      «Hay encuentro con el otro cuando soy herido por el rayo de su ser, cuando soy tocado por su acción» 28; así pues –comenta el papa–, «acercarse a toda carne sufriente es abrir el corazón, dejarse conmover en las entrañas, tocar la llaga, cargar al herido; es también pagar los dos denarios y, finalmente, salir garante de lo que se gaste de más. Seremos juzgados en esto» 29.

      Si el proyecto educativo quiere despertar el sentimiento de compasión y la responsabilidad social con los pobres, debe ofrecer experiencias para que los alumnos tengan un encuentro real con los excluidos de la sociedad y que toque su sensibilidad.

      Según Ortega y Mínguez 30, la praxis de una educación para la compasión implica desarrollar las siguientes capacidades y emociones en los alumnos:

      – El desarrollo de la empatía, que implica tomar conciencia del sufrimiento ajeno como algo injusto, asumir responsabilidades frente al otro y el compromiso de actuar para restaurar la dignidad perdida. A través de la relación empática, los alumnos establecen vínculos, se conmueven ante las necesidades de los demás y se entusiasman por el servicio.

      – El desarrollo de las capacidades de comunicación, como son el diálogo, la escucha activa, la expresividad y la participación, constituyen una base necesaria para el aprendizaje de la comprensión empática en las relaciones interpersonales, relaciones que exigen ser de rostro humano, de aceptación y defensa de lo que es digno en la persona del otro.

      – El desarrollo de la capacidad crítica para conocer y valorar «lo que está pasando». Se trata de capacitar a los alumnos para comprender y analizar las situaciones de injusticia social: sus causas y sus efectos.

      – La experiencia del sufrimiento es uno de los escenarios más privilegiados para educar en la compasión. No solo es el sufrimiento físico o psicológico; también el moral y espiritual, el que afecta al sentido de la vida de las personas. Enfrentarse a la experiencia del sufrimiento, entrar en la densidad de la vida del otro débil e impotente, participar de su propia incertidumbre, ayuda a humanizar la relación.

      – El sentimiento de indignación ante un estado violento provocado en alguna persona por una realidad tremenda, dura y radical o una acción injusta o reprobable. Decía Émile Durkheim que «una persona no se hace revolucionaria por la ciencia, sino por el sentimiento profundo de la indignación ética». Ante la injusticia no cabe la indiferencia, sino la indignación, que lleva al deseo de hacer algo para revertir la situación. Este sentimiento está en el inicio de muchos proyectos de solidaridad con los excluidos.

      Cualquier actividad es buena si favorece la experiencia de encuentro con personas que viven una realidad de vulnerabilidad y exclusión social. Lo importante es que haya relación personal y se produzca una corriente de empatía entre los alumnos.

      1) Invitar a los alumnos a escuchar a personas cercanas que viven alguna situación de vulnerabilidad que les produce un sufrimiento.

      2) Identificar posibles situaciones de exclusión social dentro de la escuela y dialogar sobre el mejor modo de afrontar el problema.

      3) Narrar alguna experiencia personal de sufrimiento.

      4) Conocer a personas que se dedican al cuidado de los más pobres; especialmente la atención primaria.

      5) Acoger en casa o en el colegio a un emigrante o refugiado.

      6) Ayudar en un comedor de ancianos o de niños.

      7) Visitar enfermos y compartir con ellos.

      8) Trabajar textos literarios que describan realidades de sufrimiento y dolor.

      Para dialogar en grupo

      1. Comparte alguna experiencia personal de «encuentro» con otras personas; especialmente pobres. ¿Cómo te afectó?, ¿cómo reaccionaste?

      2. ¿Qué iniciativas conoces de «atención primaria» para socorrer a las personas necesitadas?, ¿has participado en alguna?

      3. ¿Qué necesidades primarias tienen los alumnos de la escuela y requieren de nuestra atención?

      4. ¿Qué actividades podemos proponer a los alumnos para que desarrollen una conducta empática hacia los necesitados?

      5. Identifica alguna película o libro que narre la historia de alguien que se ha visto afectado por el contacto con los pobres.

      Y SE ENCARGÓ DE CUIDARLO.

      EL COMPROMISO DE LA ACCIÓN

      Lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: «Cuídalo, y lo que gastes de más te lo pagaré al volver» (Lc 10,34-35).

      Una vez que el P. José hubo resuelto las necesidades primarias de los niños, necesitaba encontrar una solución más permanente para ellos, y la encontró en el hospicio del P. Cerusi para huérfanos. Allí, los niños podrían tener un techo, alimento y una formación adecuada. En el orfanato encontrarían una nueva familia donde sentirse bien cuidados.

      El samaritano no solo curó las heridas del pobre que había sido asaltado en el camino, sino que lo llevó a un albergue para cuidarlo mejor y que se sanara completamente. Esta acción implicaba un compromiso más permanente. Su misión acabará en el momento en que el «el herido» vuelva a la normalidad que tenía antes de ser asaltado por los malhechores; es decir, cuando se cure completamente.

      Encargarse de cuidar al herido después de realizarle los primeros auxilios supone una mayor responsabilidad. Implica buscar una solución estructural al problema de la exclusión social y descubrir en la lucha por la dignidad de las personas un sentido para la propia vida. Supone que la solidaridad expresada con el pobre no es una acción concreta, sino un estilo de vida; un verdadero compromiso. Implica cambiar la propia vida para orientarla desde la solidaridad con los últimos.

      Después del momento asistencial de la etapa anterior se abre uno más pedagógico y transformador. Se pasaría de la urgencia de vendar heridas a la necesidad de construir hospitales y buscar financiación para su mantenimiento. Implicaría formar buenos médicos, implementar buenas terapias que curen realmente y mecanismos para restaurar a la persona para reintegrarla en la comunidad.

      El cuidado al herido se realiza a través de una «acción responsable» que lo cura, dignifica y lo integra finalmente en la comunidad. Los clásicos contraponían bien los actos del hombre (irreflexivos, mecánicos) a los actos humanos, mediados por la razón y la prudencia. Los primeros conllevan una conducta que es mero activismo, el cual consiste en una actuación sin una finalidad. Los actos humanos han de contar con dos momentos: el de la reflexión y el del compromiso con la realidad.

      El problema de la exclusión no se resuelve solo con acciones espontáneas