Fernando Cordero Morales

El corazón de la pastoral


Скачать книгу

en la eucaristía, junto con el pan y el vino nos estamos donando y entregando junto al Señor, estamos participando de su misterio pascual. Adelantamos lo que un día físicamente viviremos al ofrecernos como el grano de trigo, que cae en tierra, muere y da mucho fruto (cf. Jn 12,24).

      Evangelio vivo

      He de confesar que uno de los momentos de acompañamiento y celebración de la muerte que más me han afectado en los últimos meses ha sido el de José y Belén, dos alumnos de 2º de Bachillerato del madrileño colegio de Nuestra Señora del Recuerdo.

      Maite López Martínez, profesora y pastoralista en dicho colegio, ha escrito bellamente lo inenarrable. ¡Qué manera tan bonita de acompañar! El colegio entero, con los religiosos jesuitas a la cabeza, se ha convertido en lugar, comunidad de acogida, de abrazos, de silencios, de símbolos que se entregan, de llorar juntos y celebrar la fe en Cristo resucitado. Impresionante. Con esta mirada lo comunica:

      La familia cercana de José y Belén se ha convertido en Evangelio vivo para quienes hemos podido estar a su lado estos días: sus padres, otros «Jairos» rotos por el dolor («al verlo se postró a sus pies»); sus hermanos, hermanas de Lázaro («si hubieras estado aquí...»); sus madres, «Marías» al pie de la cruz.

      Relata además los elementos que han beneficiado; entre otros «ha ayudado el silencio respetuoso, ese que surge cuando nos asomamos al Misterio. Y han ayudado, por encima de todo, las miradas, los apretones de manos, los abrazos, las lágrimas».

      ¿Qué queda al final de esta intensa experiencia? «El sabor que queda, en el fondo, es el de la experiencia pascual, el de habernos encontrado con Jesús gracias a José y Belén. Han sido y son buena noticia. Ellos, como los discípulos de Emaús, caminaron juntos (y enamorados), acompañados por el Señor resucitado». Precioso.

      Al final de la eucaristía, los primos del joven José cantaron esta canción. La música, como en Molokai, como en tantos lugares, ayudó a elevar la oración a Dios: «Me tengo que ir, me llaman de arriba. Es muy difícil, lo sé. Mejor que sea breve. No intentéis entenderlo, no dolerá menos. Me tengo que ir. Llevo compañía. No me voy solo. Me voy con quien quiero. Y ya volamos juntos, directos al cielo...».

      Y todo lo que se ha vivido en el colegio del Recuerdo es, además, Evangelio vivo, porque ha interpelado a muchísimas personas. En su columna en XL Semanal, Carmen Posadas relataba un encuentro casual con los padres de José en el propio centro educativo. Fijaos cómo se ha sentido hondamente interpelada: «Mostrar entereza, dignidad y serenidad frente a las adversidades ayuda a sobrellevarlas. Claro que lo que más ayuda es una gran fe, como la de los Amián. Pero ese es un apoyo que muchos hemos descartado, sin saber, me temo, lo que realmente estábamos desechando».

      «¡Sal de donde te han metido!»

      ¡Qué contrastes! Puede haber situaciones muy dolorosas vividas con paz y otras en las que el dolor se expresa de otro modo. Es verdad que a los sacerdotes se nos puede criticar por la manera de actuar, predicar o celebrar, pero hemos de reconocer que con la variedad de personas, contextos y ambientes a los que nos hemos de enfrentar, a veces no resulta fácil. Por eso es bueno también un poco de humor, que es una magnífica expresión del amor.

      En una parroquia popular gaditana, un hermano de mi congregación, Poldo Antolín, se encontró con que tenía que celebrar la misa por Paco, que estaba de cuerpo presente en la iglesia parroquial. Antes de comenzar se acercó para saludar a la viuda, de unos cincuenta años, y a la familia. La mujer, visiblemente no aceptaba la muerte del marido. Cuando ya había comenzado la liturgia exequial, esta mujer grita llamando al esposo fallecido: «¡Paco, sal de donde te han metido!». Imaginaos cuál fue el pensamiento interno del sacerdote que presidía la eucaristía, que más tarde nos confesaría, para rebajar la tensión vivida: «¡Ay, Paco, no le hagas caso!». Poco a poco, la buena mujer se fue calmando, pero después de la comunión se desmayó. Una persona que estaba cerca de ella cogió el acetre con el agua bendita y se la echaron para que reaccionara.

      A mí también me ha pasado que, en un entierro de una persona que se había suicidado, con el calor de agosto en una iglesia pequeña, varios asistentes al acto litúrgico comenzaron a desmayarse durante la homilía. Puse enseguida a la asamblea en pie e invocamos a la Virgen María. Luego tuve que ir abreviando como pude.

      Homilías e imágenes

      Y el humor, cómo no, lo ponen sobre todo los santos. Hay anécdotas ciertamente deliciosas. Al igual que nos pasa a nosotros, también ellos han sufrido las malas predicaciones y las homilías aburridas. Durante unos ejercicios espirituales, el padre predicador, experto en el efecto seguro que supone hablar de la muerte, aborda este punto. San Pío de Pietrelcina, que se encuentra entre los oyentes, no puede evitar la sonrisa. Algunos se dan cuenta, excepto el orador, que se halla inmerso en su tono melodramático. Al final del sermón, un fraile capuchino pregunta al santo: «Padre, ¿por qué se reía usted durante la predicación sobre la muerte? El tema era bastante serio». A lo que respondió el padre Pío: «¿Y qué podía hacer yo? No he podido contenerme. Ciertas predicaciones te dan ganas de reír incluso ante la muerte».

      Para el papa Francisco, el problema de las homilías aburridas es tan serio que, en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium dedica 25 de los 288 números a las homilías. Por eso viene bien leer y aplicar este documento. El papa indica algún recurso práctico y eficaz:

      Uno de los esfuerzos más necesarios es aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, a hablar con imágenes. A veces se utilizan ejemplos para hacer más comprensible algo que se quiere explicar, pero esos ejemplos suelen apuntar solo al entendimiento; las imágenes, en cambio, ayudan a valorar y aceptar el mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, conectado con la propia vida (EG 157).

      Me viene a la memoria una homilía en San Fernando (Cádiz) en la que el sacerdote utilizó la imagen de las redes para enlazar el Evangelio con la vida del difunto, que se llamaba Antonio y había sido pescador. Mientras vivió era conocido porque remendaba ese tejido en la cochera de su casa, a la vista de la gente que pasaba por la calle. Se proclamó, con muy buena dicción, el evangelio de la llamada a los apóstoles:

      Pasando junto al lago de Galilea vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo:

      –Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.

      Al instante dejaron las redes y lo siguieron. Fue más adelante y vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también dentro de la barca, remendando sus redes, y al punto los llamó. Ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, le siguieron (Mc 1,16-18).

      Y el celebrante destacó en la homilía cómo ahora, en el momento de la muerte, el Señor había llamado a Antonio, como también llamó a los apóstoles, a vivir una vida en plenitud.

      El Centre de Pastoral Litúrgica de Barcelona ha desarrollado un gran esfuerzo en las últimas décadas a la hora de proporcionar material homilético para sacerdotes, diáconos y otros ministros. Por poner un caso, en el libro Exequias. Celebración, lecturas y homilías se dan cita una gama amplia de homilías: para todo tipo de asambleas (con algunas para tiempo de Cuaresma y Pascua), para una muerte sentida, ante una muerte después de una larga enfermedad, ante una muerte inesperada y trágica, en la muerte de un joven, en la muerte de un joven en accidente de tráfico, etc. Y realmente están muy bien estructuradas y elaboradas. Pero luego nadie nos puede quitar el esfuerzo de personalizar la predicación. Necesitamos, para llegar a la gente, elementos que les vinculen con sus vivencias, con su historia, con su dolor, con su familia... Eso no lo puede brindar, obviamente, un recurso de revistas especializadas o libros.

      ¡Es tan importante cuidar la homilía! Hace unos meses –no localizaré el lugar– me encontré con un cristiano comprometido en una parroquia,