vivir. Al participar de la sabiduría divina, el hombre es el único animal capaz de inventar el lenguaje y las herramientas materiales y conceptuales que le permiten construir vestido, calzado, vivienda..., es decir, todo lo necesario para poder sobrevivir en medios diferentes. Pero no eran capaces de vivir juntos, buscaban la forma de reunirse y de salvarse construyendo ciudades, pero, una vez reunidos, se ultrajaban entre sí por no poseer el arte de la política, de modo que, al dispersarse de nuevo, morían. Entonces Zeus, temiendo que nuestra especie quedase exterminada por completo, envió a Hermes para que llevase a los hombres el pudor y la justicia, a fin de que rigiesen en las ciudades la armonía y los lazos comunes de amistad. Y estas virtudes, que podemos llamar éticas, fueron entregadas a todos los seres humanos, porque eran necesarias para la construcción de las ciudades políticamente constituidas (las polis).
Podemos concluir de este relato que los animales nacen, de alguna manera, ajustados biológicamente al medio físico en que viven, mientras que los seres humanos, al no nacer ajustados, tenemos que ser nosotros mismos los que nos ajustemos, los que convirtamos el medio en que vivimos en un mundo, es decir, en un espacio ordenado por leyes y valores, justo y bello.
En la medida en que los animales no humanos nacen adaptados al medio en que viven, gracias a su estructura biológica, podemos decir que su vida les viene dada de antemano. Sin embargo, los seres humanos tenemos que adaptarnos y, para ello, debemos elegir qué hacer con nuestra vida. Por supuesto, nuestra conducta, en parte, está condicionada por nuestra biología y por el medio natural y social en que vivimos. Así, por ejemplo, sabemos que para seguir viviendo debemos alimentarnos correctamente. Pero cada uno de nosotros tenemos que pensar y decidir sobre lo que queremos hacer con nuestra vida, pues esta no nos viene dada de antemano, la tenemos que construir nosotros.
Y si no nacemos ajustados a un medio, entonces tenemos que elegir qué hacer en determinadas ocasiones y qué hacer con nuestra vida, teniendo siempre en cuenta las circunstancias en que nos encontramos. Y si tenemos que elegir entre varias posibilidades y tomar decisiones, entonces hemos de ser capaces de justificar nuestra elección ante nosotros mismos y ante los demás, que pueden pedirme razones de mi conducta. Al elegir tenemos que ser capaces de justificar nuestras acciones, hemos de ser capaces de responder ante nosotros mismos o ante los demás de nuestra elección. En esto consiste la responsabilidad, en la capacidad y obligación que tenemos de responder del porqué de nuestras decisiones y de asumir sus consecuencias.
De todo ello podemos deducir que, en parte, somos responsables de nuestra vida, y, por lo tanto, con frecuencia nos preguntamos qué estamos haciendo con ella. ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Es la mía una buena vida? ¿Merece la pena vivir así? Estas preguntas suponen que cabe la posibilidad de vivir de otro modo, que es posible darle otra orientación a mi vida. Que puede haber un desfase entre cómo es mi vida y cómo debe ser.
¿Y si no coinciden lo que es y lo que debe ser?
Del hecho de que el ser humano tienda a la felicidad ¿se deduce que yo, que soy un ser humano, debo buscar la felicidad? Del hecho de que sea un ser racional ¿se deduce que debo comportarme como ser racional? Del hecho de que los seres vivos nazcan, crezcan, se reproduzcan y mueran ¿se deduce que yo debo reproducirme? En estas preguntas se plantea si a partir de juicios de hechos, de juicios que nos dicen cómo son las cosas, pueden deducirse imperativos morales que nos dicen cómo debemos obrar.
Según algunos filósofos, estos razonamientos no son correctos, son falaces, pues en ellos se pasa injustificadamente del orden del ser (juicios de hechos) al orden del deber ser (imperativos). De cómo son las cosas no se puede deducir, dicen ellos, cómo deben ser.
Kant, uno de los filósofos más importantes de la filosofía moderna, que nació en 1724 en Königsberg, capital de Prusia oriental, en un bello texto dice que hay dos cosas que le producen total admiración y respeto: «El cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí». La primera se refiere al lugar que ocupa en el mundo sensible, y se ve como una criatura animal en una pluralidad de mundos sobre mundos. La segunda le hace tomar conciencia del valor infinito que tiene como ser inteligente, pues la ley moral le descubre una vida independiente de la animalidad y de todo mundo sensible, en la medida en que esa ley no está condicionada por los límites de esta vida, sino que lo proyecta al infinito.
Es muy importante distinguir entre el ámbito del ser y el ámbito del deber ser, entre lo que hago y lo que debo hacer, ámbitos que, con frecuencia, no coinciden. No siempre es fácil responder a las preguntas que se refieren al deber ser. Kant decía que una de las misiones de la filosofía consiste en responder desde la razón a la pregunta: «¿Qué debo hacer?». Para responder a esta pregunta nos puede ser útil, en ocasiones, acudir al derecho, a las ciencias biológicas, psicológicas, sociales, etc., pero, en último término, nos encontramos con una pregunta abierta, de carácter filosófico. La rama de la filosofía que se ocupa de pensar esta pregunta y otras relacionadas con ella es la ética o filosofía moral. Posteriormente intentaremos aclarar estos conceptos.
Es importante insistir en la idea de que la ética tiene que ver no tanto con el ser cuanto con el deber ser. Cuando hemos discutido en clase cuestiones referentes a la pena de muerte o al castigo que merecen determinadas personas que han cometido actos atroces, algunos de los estudiantes defienden que hay que tratar al delincuente con la misma crueldad con la que él ha actuado. Si alguien se opone a este planteamiento, defendiendo, por ejemplo, que el castigo que se imponga al agresor no puede ir contra sus derechos que como persona tiene, los cuales hay que respetar, entre ellos el derecho a la vida, es frecuente que alguien responda a esa persona de la siguiente manera: «¿Tú qué harías si alguien ha cometido un acto de crueldad extrema con tus padres o tus hijos?». Quien plantea esta pregunta está esperando que su interlocutor admita que en una situación de extrema excitación emocional haría con el agresor lo mismo o más que este ha hecho con sus seres queridos, pretendiendo justificar así moralmente la pena de muerte o el ojo por ojo en determinados casos. Cuando me han dirigido a mí esta pregunta, mi respuesta ha sido: «Yo no sé qué sería capaz de hacer “en caliente” si alguien agrede a alguno de los miembros de mi familia, pero lo que sí sé es que la pregunta ética no es “qué haría yo en esa circunstancia”, sino “qué debería hacer”».
No siempre lo que haría la mayoría en una situación determinada es lo que se debería hacer. Y no es lo mismo explicar una conducta que justificarla. La explicación corresponde a las ciencias de la conducta, mientras que a la ética le incumbe la justificación de la misma. Los celos pueden explicar de algún modo, por ejemplo, que alguien mate a otra persona, pero no pueden justificar esa acción.
Matthew Lipman (1922-2010) fue un filósofo estadounidense, creador del proyecto educativo Filosofía para niños, cuyo objetivo consiste en que los niños, desde edades muy tempranas, piensen en comunidad de investigación y dialoguen sobre problemas filosóficos que se encuentran en su propia vida a partir de unas novelas adecuadas a su edad, de las que él es autor. En la creación, difusión y formación de profesores tuvo como estrecha colaboradora a la también filósofa y pedagoga estadounidense Ann Margaret Sharp (1942-2010). En la novela Lisa, orientada principalmente a la investigación ética, nos encontramos en el capítulo primero unos niños discutiendo sobre si está bien comer animales. En el diálogo hablan sobre cómo nos debemos comportar con los animales. Hay que subrayar la relación que ellos establecen entre lo que «está bien» y lo que «deben hacer».
Leamos un fragmento del diálogo que mantienen Harry Stottlemeier y su padre:
Aquella tarde, Harry puso en aprieto a sus padres antes de que el señor Stottlemeier tuviera ocasión de abrir el periódico vespertino.
−Papá, ¿qué crees tú? ¿Está bien que las personas comamos animales?
−Solo si están cocinados, crudos no son muy buenos que digamos.
−Vamos, papá. Mis compañeros estuvieron hoy hablando del tema en el cole. ¿No sería mejor que todo el mundo dejara de comer carne?
−Pero ¿qué pasa? ¿Hay escasez de carne?
−No, pero quizá esté mal matar animales solo para comérnoslos.