Tomás Miranda Alonso

Preguntas para pensar en ética


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      −Eso es fácil. Cultivar más granos y verduras.

      −Más fácil decirlo que hacerlo.

      −Tal vez haya demasiada gente –nada más decir esto se sintió incómodo. Recordó la observación de Randy acerca de la necesidad de matar patos porque había demasiados. Harry sacudió la cabeza−. No entiendo. Hay que tener en cuenta demasiadas cosas.

      −Bien –replicó su padre−, pero tú tienes que ver el cuadro completo, ¿no? Siendo así tienes que tener todo en cuenta.

      −¿Todo?

      −Por supuesto, una de dos: o crees que está bien matar animales y comérselos o crees que no. Tienes que considerar todas las eventualidades: lo que pasa si nos los comemos y lo que pasa si no nos los comemos.

      −Entonces, ¿qué deberíamos hacer?

      El señor Stottlemeier abrió el periódico y dijo:

      −¿No dirías que lo que tenemos que hacer depende en gran manera de la clase de mundo en que queremos vivir?

      −Supongo que sí.

      −Entonces esa es mi respuesta. Algo puede parecer mal hecho, pero luego, si tienes todo en cuenta, puede parecer bien. O justo al contrario: primero puede parecer bien y luego mal, considerando el conjunto 1.

      En este diálogo, el padre de Harry afirma que para decidir qué es lo que está bien hecho o qué es lo que se debe hacer se han de tener en cuenta el cuadro completo y las circunstancias en que se produce la acción, así como las consecuencias de la misma. Por otro lado, lo que se debe hacer, añade el padre de Harry, depende en gran manera de la clase de mundo en que queremos vivir y también, podríamos añadir, de la clase de persona que queremos ser.

      Lo que los seres humanos somos por naturaleza no nos es dado como algo permanente e inalterable. Lo mismo ocurre con el medio natural y social en que vivimos. Por tanto, tenemos la responsabilidad de hacernos a nosotros mismos y de transformar nuestro mundo. Somos responsables de lo que hagamos de nosotros mismos y del mundo. Por tanto, si queremos hacernos cargo de nuestra vida y del mundo, cada vez más globalizado, debemos hacernos las siguientes preguntas: ¿qué clase de persona quiero ser?, ¿en qué clase de mundo quiero vivir?, ¿en qué clase de sociedad quiero convivir con los demás?

      Preguntas para ayudar a parir, como hacía Sócrates

      Empezábamos esta sección hablando sobre las preguntas y su función en los procesos de conocimiento, y decíamos que, sin ellas, no hay pensamiento. Por medio de las preguntas cuestionamos la realidad; la pregunta es el aguijón que se clava en nuestra situación de comodidad y nos incita a buscar, a pensar, a profundizar en nuestro conocimiento de las cosas. A veces, como ocurre en el campo de la ética –y de la filosofía en general–, las preguntas son, en cierto sentido, más importantes que las respuestas. Por eso hay preguntas que los seres humanos no dejamos de hacernos.

      En algunos modelos educativos, como el que propone, por ejemplo, M. Lipman, se defiende que la función principal de la escuela consiste más en ayudar a los educandos a hacerse buenas preguntas que en proporcionar respuestas.

      Sócrates, filósofo griego del que fue discípulo Platón, comparaba la función del maestro con la de la matrona, y, del mismo modo que la misión de esta es ayudar a parir, ayudar a la mujer embarazada a sacar a la luz el niño que lleva dentro, la función del maestro no consiste en decir a los niños cómo deben pensar, no consiste en darles respuestas a sus preguntas, sino en ayudarles a pensar por sí mismos, a descubrir, a sacar a la luz lo que ellos ya saben planteándoles preguntas en diálogo con ellos. Y como en griego mayeuô significa «parir», y el mayeutikós era el perito en partos, el método educativo de Sócrates recibe el nombre de «mayéutica».

      Pues bien, con la intención de ayudar a pensar sobre alguna de las cuestiones tratadas en esta sección planteo unas preguntas que yo mismo me hago:

      • Si vivo como me gusta vivir, ¿implica eso que vivo bien?

      • ¿Puedo vivir como yo quiero y, sin embargo, no gustarme cómo vivo?

      • ¿Puedo vivir como yo quiero vivir y, sin embargo, no vivir como debo?

      • ¿Puedo vivir bien y, sin embargo, no vivir como debo?

      2

      ¿CUMPLIRÍA MIS DEBERES SI PUDIERA

      HACERME INVISIBLE ANTE LOS DEMÁS?

      La leyenda de Giges

      ¿Pagaría mis impuestos si supiera que los inspectores de Hacienda no me van a investigar? ¿Copiaría en un examen si supiera que el profesor no me va a ver? ¿Habría más corrupción si supiéramos que los corruptos iban a quedar impunes? ¿Qué es peor, cometer la injusticia o padecerla?

      En el libro II de la República, Platón nos relata la conversación que Sócrates mantiene con unos amigos sobre la naturaleza y el origen de la justicia. Glaucón asume el papel de defender que, aunque los hombres crearon normas y leyes para poder convivir con justicia, sin dañarse los unos a los otros, sin embargo, si alguien supiera que iba a quedar sin castigo por cometer una injusticia, la cometería. Para ilustrar su punto de vista cuenta una leyenda, de donde extrae la conclusión de que hasta un hombre de bien se convertiría en injusto si supiera que puede cometer la injusticia sin temor al castigo:

      Giges era el pastor del rey de Lidia. Después de una borrasca seguida de violentas sacudidas, la tierra se abrió en el paraje mismo donde pacían sus ganados; lleno de asombro a la vista de este suceso, bajó por aquella hendidura y, entre otras cosas sorprendentes que se cuentan, vio un caballo de bronce en cuyo vientre había abiertas unas pequeñas puertas, por las que asomó la cabeza para ver lo que había en las entrañas de ese animal, y se encontró con un cadáver de talla aparentemente superior a la humana. Este cadáver estaba desnudo y solo tenía en un dedo un anillo de oro. Giges lo cogió y se retiró. Posteriormente, habiéndose reunido los pastores en la forma acostumbrada al cabo de un mes, para dar razón al rey del estado de sus ganados, Giges concurrió a esta asamblea llevando en el dedo el anillo, y se sentó entre los pastores. Sucedió que, habiéndose vuelto por casualidad la piedra preciosa de la sortija hacia el lado interior de la mano, en el momento Giges se hizo invisible, de suerte que se habló de él como si estuviera ausente. Sorprendido de este prodigio, volvió la piedra hacia fuera, y en el acto se hizo visible. Habiendo observado esta virtud del anillo, quiso asegurarse repitiendo la experiencia, y otra vez ocurrió lo mismo: al volver hacia dentro el engaste se hacía invisible; cuando ponía la piedra por el lado de fuera se volvía visible de nuevo. Seguro de su descubrimiento, se hizo incluir entre los pastores que habían de ir a dar cuenta al rey. Llega a palacio, corrompe a la reina y con su auxilio se deshace del rey y se apodera del trono.

      Ahora bien; si existiesen dos anillos de esta especie, y se diesen uno a un hombre justo y otro a uno injusto, es opinión común que no se encontraría probablemente un hombre de un carácter lo bastante firme como para perseverar en la justicia y para abstenerse de tocar los bienes ajenos, cuando impunemente podría arrancar de la plaza pública todo lo que quisiera, entrar en las casas, abusar de todas las personas, matar a unos, liberar de las cadenas a otros y hacer todo lo que quisiera con un poder igual al de los dioses en medio de los mortales. En nada diferirían, pues, las conductas del uno y del otro: ambos tenderían al mismo fin, y nada probaría mejor que ninguno es justo por voluntad, sino por necesidad, y que el serlo no es un bien para él personalmente, puesto que el hombre se hace injusto tan pronto como cree poder serlo sin temor 2.

      Frente a esta opinión, Sócrates mantiene que la justicia es una virtud, y la injusticia, un vicio del alma, y que, por tanto, el justo vive bien, y el injusto, mal. Como, según él, el que vive bien es dichoso y el que vive mal es desgraciado, entonces concluye que es falso que la injusticia sea más provechosa que la justicia. Es preferible, a su parecer, padecer la injusticia que cometerla.