John T. Sullivan

Nombres de mujer


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esporádica aparición de algún que otro hombre en la trama, los perfiles físicos, psicológicos y sexuales de cada mujer… Me di cuenta de que los relatos estaban unidos por aquello que los hacía diferentes. Entendí que, además, esos personajes que hasta el momento solo aparecían una vez eran la esencia de la historia, la piedra angular sobre la que giraban. Comprendí que el protagonismo era de esos personajes que aparecían menos. Supe entonces que mi primer libro giraba en torno a esos nombres de mujer. Y tal fue el título elegido.

      Me inspiré en distintas etapas de mi vida, en esas compañías que a veces te pide el momento… e incluso en las que no. No digo que esos personajes existan o que, siendo ficticios, representen a nadie de mi vida.

      Simplemente, que la etapa vital (aparte del cuerpo) pedía encontrarse con un tipo de persona con la que compartir una hora, una noche, un fin de semana o la vida misma. Que encontrara esa compañía o no es harina de otro costal. Así completé el elenco de personajes que utilizaría. Luego, además, decidí combinarlos. Y sobre todo quería prestar mucha atención a la construcción de cada historia. Lo dicho, un conjunto de relatos edificados sobre nombres de mujer. Y tal se confirmó como el título elegido para mi primera obra.

      Nombres de mujer intenta ser al relato erótico lo que un local swingers al intercambio de parejas: un lugar perfecto de encuentro entre elementos y personalidades diferentes que acaban conectándose por un objetivo, que no es otro que disfrutar y hacer disfrutar. Yo quería gozar escribiendo y volver a gozar leyendo. Y lo he conseguido con este libro. Ahora falta que tú, querido lector, confirmes con tu aceptación el objetivo primordial de cada obra, que es hacer disfrutar. De hecho, con cada relato he querido vivir al escribir las sensaciones que quiero que vivas tú cuando me leas. He intentado aglutinar diferentes formas de ser, de vivir el sexo, incluso de adaptar las historias al tipo de sexo que quería narrar y a las mujeres sobre las que giraba el relato. Insisto, esta obra no sería nada sin esas mujeres ficticias que la encarnan o sin sus nombres. Y por eso tiene ese título: Nombres de mujer.

      Yuye, el azote del tabú

      Llevaba unos meses saliendo con Yuye. Era una chica de mediana estatura, complexión normal, ojos castaños y pelo negro. Físicamente me encantaba, con sus pechos pequeños y firmes y un trasero prieto que era una delicia en la pista de baile. Ese sábado habíamos quedado a comer con Miguel y Josela, un matrimonio amigo nuestro. Eran algo diferentes a nosotros… Por ejemplo, ellos seguían anclados en viejos tabúes, mientras que Yuye y yo estábamos ávidos por experimentarlo todo en el terreno sexual. Ellos eran una pareja muy tradicional, mientras que nosotros tendíamos a buscar siempre cosas nuevas que nos sacaran de la rutina. Y como esas, muchas cosas más. Pero nos compenetrábamos bien y lo pasábamos bien juntos.

      Llegamos algo tarde, para no perder la costumbre, y Miguel estaba haciendo uno de esos arroces que tan bien le salían. Josela preparaba unos aperitivos y nosotros traíamos el vino y los postres. Comimos mientras charlábamos animadamente y luego nos sentamos a ver una película. El día era lluvioso y no invitaba a hacer mucho más. Pero Miguel había quedado para visitar a sus padres y se marchó a mitad de la película. Josela se había puesto cómoda, con una camiseta ancha y sin sujetador, con un pantalón de chándal para andar por casa. Yuye, que durante mucho tiempo compartió ese mismo piso con nuestra amiga, tenía algo de ropa en la habitación de invitados y se puso una camiseta de tirantes y un pantalón corto. Yo seguía con mis vaqueros rotos y mi camiseta heavy, tumbado entre las dos. Pero sabía que Yuye no tardaría en empezar alguna travesura.

      Ella estaba acurrucada a mi lado, bajo mi brazo, y empezó a besarme juguetona. Josela nos miraba y se mordía el labio. Ella era morena, rellenita y con unos enormes pechos que desafiaban la única contención que suponía la camiseta. Siempre había llamado a sus pechos «las joyas de la corona» porque su forma de vestir, mucho más estrecha que la que llevaba en ese momento, entallaba sus enormes tetazas de manera que todo el mundo se giraba al verla pasar. Pero lo que no sabía nadie, excepto Yuye, es que ella deseaba a mi chica desde hacía años, si bien lo había callado durante mucho tiempo por culpa de esos tabúes en los que vivía enclaustrada.

      Decía que se mordía el labio mientras nos veía besarnos y Yuye empezó a pasear su mano por mi cuerpo, con una sonrisa perversa que delataba su intención de provocar a nuestra amiga. Al fin y al cabo, Josela era bisexual, aunque siempre lo había callado, y Yuye estaba loca por rescatarla de ese crisol de prejuicios rancios. Mi chica seguía besándome ante la atenta e impasible mirada de Josela y levantó mi camiseta para pasarme la lengua desde el pecho hasta el mismo cinturón del pantalón.

      Desabrochó mi cinturón y mi pantalón, dejando que mi miembro se hiciera notar pese a estar atrapado aún en mis boxers. Pasó la lengua por encima de mi ropa interior buscando excitarme, lo cual estaba consiguiendo. De repente su mano hizo acto de presencia y bajó ligeramente mi pantalón y mis boxers para dejar libre mi animal erguido. Josela tenía los ojos como platos, pero seguía sin decir nada. Miguel hacía un rato que no estaba y aún tardaría en volver. Mirando a nuestra amiga y anfitriona a los ojos, engulló mi verga y comenzó a chuparla con suavidad, buscando que mi erección llegase a su punto más álgido. Josela seguía mirando y sus manos pasaron a rodear su entrepierna, frotándose con ella disimuladamente. Ella estaba excitadísima, pero luchaba por mantener el control y no intervenir, algo que Yuye no iba a dejar así. «Vas a ver a qué sabe la polla de mi chico», le dijo severa mientras la cogía del pelo y la besaba fuertemente. Sus labios volvieron a mi miembro y, de ahí, de vuelta a besar a Josela. Y esta seguía sin hacer o decir nada, dejándose hacer cuando tocaba y observando cuando era el momento.

      Yuye se quitó la camiseta y dejó al aire sus pequeños pero firmes pechos. En ese instante Josela abrió la boca, estupefacta, lo cual aproveché para besarla y acariciar sus pechos y abdomen. Ella, fuera de sí, gozaba del momento mientras veía a Yuye seguir con su labor felatoria. Yuye por fin sacó mi miembro de su boca y, quitándose el pantalón corto, demostró por qué la ropa interior no era precisamente una pasión para ella. Se sentó sobre mí y comenzó su particular cabalgada. Cogió de nuevo del pelo a Josela y la acercó a sus pechos, que nuestra amiga no tardaría en empezar a lamer. Esta estaba cruzando el umbral de las fantasías mientras Yuye disfrutaba de mi miembro galopando sobre él. Sus gemidos excitaban más a Josela, que ya sin pudor lamía y mordía los pechos de mi chica. Se quitó la camiseta y las «joyas de la corona» vieron la luz del día. Yo magreaba y lamía sus tetazas y la acariciaba por encima del chándal. Ya podía sentir la humedad que desprendía su excitación.

      Intenté quitarle el pantalón y las bragas, pero ella se resistió. «Eso mejor que me lo haga Yuye». Tampoco me dejó lamer su sexo, el cual Yuye tomó para sí sin pedir perdón ni permiso. Lo acariciaba con sus manos mientras esta se retorcía de placer. Luego se puso a cuatro patas para seguir lamiendo a nuestra amiga mientras yo daba rienda suelta a mis ansias de sexo.

      Empecé a embestir desde detrás, invadiéndola con mi miembro y haciendo que cada embestida supusiera un lametón más fuerte sobre nuestra amiga. Josela agarró el pelo de Yuye y apretaba su cabeza para sí, deseando que su fetiche, su deseada amiga, bebiera de sus más tórridos jugos. Yo intenté acercar mi falo a la boca de nuestra amiga, que no tardó en rechazarlo. Ella sólo quería disfrutar de Yuye y mi presencia era un elemento totalmente accesorio. Yuye volvió a cabalgarme antes de dejarme colocarla sobre Josela, en un 69, y volver a follarla mientras ellas se lamían.

      Josela gemía con más fuerza hasta que su voz estalló en un delicioso orgasmo. Yuye lo lograría poco después. Yo seguí follando a Yuye, penetrando ahora su ano, mientras ellas seguían a lo suyo. A ella le encantaba eso y más de una vez lo había fantaseado con Josela. Nos levantamos y, de pie, seguí rompiendo el culo de Yuye mientras Josela, fuera de sí, empezó a restregarse contra mí buscando ese mismo placer que no me dejaba darle. Eso fue lo que bastó para que mi excitación llegara al máximo. Yuye se colocó frente a mí y esperó a que mi torrente de lascivia cayera sobre sus pechos. Josela en ese momento comenzó a recoger con su lengua mi semen del pecho de Yuye para llevárselo a la boca. Por fin las chicas empezaron a besarse y a pasarse mi semen con la lengua.

      Nos duchamos y nos vestimos, porque Miguel ya estaba al caer. Josela aún sentía cierto desasosiego