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E-Pack Se anuncia un romance abril 2021


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enterarse de lo que la mujer al otro lado de la línea acababa de decirle, ni de la respuesta que él pudiera dar.

      –Lo siento… ¿Le importaría repetírmelo?

      –Soy Luisa, de la clínica de fertilización New Horizons. Su mujer ha solicitado ser inseminada con su esperma –la alegre voz femenina se lo explicó con una claridad irritante, como si estuviera hablando con un idiota. Y en aquel momento Flynn se sentía como tal.

      ¿Su mujer? Él no tenía mujer. Hacía mucho que la había perdido.

      –¿Se refiere a Renee?

      –Sí, señor Maddox. Ha solicitado su muestra.

      Flynn intentó ordenar sus caóticos pensamientos para tratar de encontrarle sentido a aquella conversación de locos. Primero, ¿por qué Renee intentaba hacerse pasar por su esposa cuando llevaban siete años separados? Fue ella la que solicitó los papeles del divorcio en cuanto transcurrió el periodo de espera de un año. Y segundo, cuando él estaba en la universidad hizo una donación de semen a unos laboratorios por culpa de una estúpida apuesta. No hacía falta ser muy listo para relacionar las dos cosas.

      –Mi muestra es de hace catorce años. Creía que ya la habrían desechado.

      –No, señor. Aún es viable. El semen puede durar más de cincuenta años si se conserva en las condiciones apropiadas. Pero usted dejó estipulado que su esperma no podía ser utilizado sin su consentimiento por escrito. Necesito que firme un formulario para entregárselo a su mujer.

      «Ella no es mi mujer», pensó, pero se lo guardó para sí.

      Su empresa de publicidad tenía clientes extremadamente conservadores, quienes no dudarían en irse a la competencia si aquella historia salía a la luz. Maddox Communications no podía permitirse que sus negocios se resintieran en tiempos de crisis económica.

      Paseó la mirada por el despacho, el último proyecto de decoración que había compartido con su ex mujer. Cuando Flynn se despidió de su anterior trabajo y se unió a la empresa de su familia, él y Renee eligieron la mesa de cristal, los sofás de color crema y la abundancia de macetas. Habían formado un buen equipo…

      «Habían». En pasado.

      Su intención era llegar al fondo de aquel asunto, pero de algo estaba seguro, nadie iba a aprovechar su esperma de hacía catorce años.

      –Destruya la muestra.

      –Para eso también hará falta su consentimiento por escrito –respondió la mujer.

      –Mándeme el formulario por fax. Lo firmaré y se lo enviaré de vuelta.

      –Muy bien, señor Maddox. Si me da su número, se lo haré llegar enseguida.

      Flynn le dio los números de memoria mientras intentaba recordar todo lo que había pasado en torno a la ruptura. En seis meses había perdido a su padre, su carrera de arquitecto y a su mujer. Un año después de que Renee se marchara, Flynn recibió los papeles del divorcio, lo que reabrió la herida que nunca llegó a sanar del todo. Una furia ciega volvió a dominarlo, no sólo contra Renee por haberse rendido tan fácilmente, sino también contra él mismo por permitir que su matrimonio se echara a perder. No había nada que odiara más que el fracaso, sobre todo cuando era el suyo.

      El fax emitió un pitido que alertaba de un documento entrante. Leyó el membrete y volvió a dirigirse a la mujer que estaba al teléfono.

      –Ya ha llegado. Se lo enviaré en menos de un minuto.

      Colgó y sacó las hojas de la máquina. Las leyó rápidamente, las firmó y las envió de vuelta.

      Lo último que recordaba de los papeles del divorcio era que su hermano le había prometido enviarlos, después de que hubieran permanecido más de un mes en la mesa de Flynn porque éste no había tenido el valor de romper aquel último vínculo con Renee. ¿Qué había sido de esos documentos una vez que Brock se hizo cargo de ellos?

      Un escalofrío le recorrió la espalda. No recordaba haber recibido una copia de la sentencia de divorcio… Y sus amigos divorciados le habían dicho que siempre se recibía una notificación oficial por correo.

      Pero él estaba divorciado de Renee. Los papeles estaban en regla. El divorcio se había hecho efectivo… Entonces, ¿por qué ella le mentía a la clínica?

      Se le formó un nudo en la garganta. Renee era la persona más sincera que conocía.

      Agarró el teléfono para llamar a su abogado, pero se lo pensó mejor y dejó el auricular. Andrew tendría que rastrear la información hasta darle alguna respuesta, y a Flynn nunca se le había dado bien esperar de brazos cruzados.

      Era mucho más rápido recurrir a Brock.

      Abrió la puerta del despacho con tanta brusquedad que asustó a su secretaria.

      –Cammie, voy al despacho de Brock.

      –¿Quiere que lo llame a ver si está libre?

      –No, no hace falta. Va a tener que atenderme de todos modos.

      Sus pasos resonaron en el suelo de roble mientras se dirigía rápidamente hacia el ala opuesta de la sexta planta. El despacho de Brock estaba situado en la esquina oeste del edificio. Flynn saludó con la cabeza a Ellie, la secretaria de su hermano, pero no hizo el menor ademán de detenerse e irrumpió en el despacho sin llamar a la puerta, ignorando las protestas de Ellie.

      Sorprendió a su hermano en mitad de una llamada. Brock levantó la mirada hacia él y le indicó con el dedo que esperara, pero Flynn negó con la cabeza, le hizo un gesto para que colgara y cerró la puerta.

      –¿Algún problema? –le preguntó Brock tras colgar el teléfono.

      –¿Qué hiciste con los papeles de mi divorcio?

      Brock se echó hacia atrás en el asiento. La sorpresa se reflejó en sus ojos, tan azules como los que Flynn veía en el espejo cada mañana, pero rápidamente dejó paso a una expresión de cautela.

      –Los enviaste por correo, ¿verdad, Brock? –lo acució Flynn.

      Su hermano se levantó y exhaló lentamente el aire. Abrió un cajón con llave y sacó unas cuantas hojas.

      –No –murmuró.

      Flynn se quedó de piedra.

      –¿Cómo que no?

      –Se me olvidó.

      –¿Que se te olvidó? –repitió Flynn sin salir de su asombro–. ¿Cómo es posible?

      Brock se llevó una mano a la nuca y puso una mueca, visiblemente incómodo.

      –Al principio retuve los papeles, porque estabas tan destrozado por la pérdida de Renee que albergaba la esperanza de que superarais vuestras diferencias. En parte me sentía responsable por los problemas que sufrió tu matrimonio, ya que no dejaba de presionarte para que dejaras el trabajo que tanto te gustaba y te convirtieras en el vicepresidente de Maddox Communications. Y después… sencillamente se me olvidó. Admito que fue un fallo imperdonable, pero recuerda que todos pasamos por momentos muy difíciles tras la muerte de papá.

      A Flynn no se le sostenían las piernas. Se dejó caer en un sillón y hundió la cabeza en las manos. Aún estaba casado… Con Renee.

      Y si ella se hacía pasar por su mujer, era obvio que también sabía que el divorcio no se había hecho efectivo. La pregunta era ¿desde cuándo lo había sabido? ¿Y por qué no lo había llamado para recriminarle que no hubiera enviado los papeles? Ni siquiera le había mandado a su abogado.

      –¿Estás bien, Flynn?

      Claro que no estaba bien…

      –Sí –respondió automáticamente. Nunca había compartido sus problemas con nadie, y no iba a empezar ahora.

      Sin embargo, a medida que la conmoción se disipaba, una emoción completamente distinta ocupaba