Alfonso Armada

Cuánto pesa una cabeza humana


Скачать книгу

Mundial había cinco países separados por muros. Hoy son setenta, a pesar de la globalización. En lugar de mirar las causas, miramos al destino final. No puedes vivir siempre cerrado en casa».

      Cerrado,

      encerrado,

      en estado de sitio

      decretado por el miedo.

      «Ten miedo, Alfonso, ten miedo.

      Por tu propio bien,

      ten miedo», me decía un joven

      durante el cerco de Sarajevo.

      ¿Era peor?

      Ya lo creo.

      Antes de pasar página

      para adentrarme en el pedregal del día

      vuelvo a Paul Celan

      que me sale al encuentro

      como si me estuviera esperando

      con la palabra en la boca:

      «Te vemos, cielo, te vemos.

      Viruela a viruela

      vas creciendo,

      pústula a pústula.

      Así aumentas la eternidad».

      ¿Qué vemos nosotros

      desde nuestro privilegiado mirador

      panóptico del pánico?

      Coronavirus a coronavirus

      vas creciendo

      nos vas atornillando

      a la silla de la conciencia.

      Sigue, Celan:

      «Te vemos, tierra, te vemos.

      Alma tras alma

      vas exponiendo,

      sombra tras sombra.

      Así respiran los incendios del tiempo».

      Mientras hacía gimnasia

      para no perder el tono vital

      y los Juegos Olímpicos

      la descubrí a pie de obra

      en la estantería a ras de suelo.

      Así llegan los aldabonazos,

      cuando menos te lo esperas,

      en medio de la noche

      o bajo la quebradiza luz del día

      el aire que respiramos

      amoníaco disuelto en humo

      una gasa mortal

      que nos impide salir

      del encierro del cuerpo,

      aunque forcemos los cerrojos

      de la razón

      y las llaves maestras

      de la sinrazón.

      Es como si tuviera una cita a ciegas

      con La piedad peligrosa,

      donde anota Stefan Zweig

      (que también se quitó de en medio

      por su propia mano,

      y junto a ella):

      «Empezó con ese repentino tirar de las riendas. Fue por así decirlo el primer síntoma de ese peculiar envenenamiento por compasión».

       Día 4, miércoles 18

      Con una pluma de porcelana

       made in China

      como el malhadado virus

      a pesar del pangolín que

      perplejo

      nos interpela

      porque es inocente

      del hambre insaciable que gastamos,

      una pluma que mi hermana la ceramista

      me trajo de Jingdezhen

      (léase Chintechén)

      antes de que el mundo

      entrara en hibernación.

      Con una pluma se abraza

      con una pluma se cava un pozo

      con una pluma se mata

      con una pluma se ama

      con una pluma se pincha un globo

      con una pluma se llena una barriga

      con una pluma se imanta un brazo

      con una pluma se zarpa

      con una pluma se llega

      con una pluma se compadece

      con una pluma se calla

      con una pluma se cancelan metáforas

      con una pluma se reza

      con una pluma se acaba con Dios

      con una pluma se funda un paraíso

      con una pluma se habita un páramo

      con una pluma se enciende una ventana

      en el silencio clínico de la noche

      cuando todo es

      fuera de campo

      y nos limitamos

      en un abrir y cerrar de ojos

      a corregir

      el curso del tiempo

      lo que íbamos a ser

      lo que íbamos a hacer.

      «¿Quién puede decir lo que es el mundo?»,

      se pregunta Louise Glück,

      y se responde:

      «El mundo

      fluye, por tanto es

      ilegible»,

      pero el poema

      «Prisma»

      se prolonga como una partitura

      que cada uno

      sepa o no música

      debe interpretar a solas:

      «un corazón al aire se construye

      su casa»

      y

      «Al dejar entrar

      a un enemigo, a través de estas ventanas

      uno deja entrar

      al mundo»

      o

      «Los sonidos del lago. Los tranquilizadores, inhumanos

      sonidos del agua lamiendo el muelle»,

      todavía es Louise Glück

      convocándonos

      en Averno

      de uno en uno

      sin saber

      que iba también

      a acompañarnos

      en este tiempo de virus coronado

      asediándonos

      como en Sarajevo

      pero sin asesinos

      atrincherados

      en las colinas

      que