María Elvira Bermúdez

Diferentes razones tiene la muerte


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es justamente lo que María Elvira decidió: abrazó su escritura, la llenó de luces y de contrastes; poco le importó adentrarse en mar abierto, como lo era el policiaco en esa época. Participó activamente en la lucha por la igualdad de género (sobre todo, por el derecho al voto). En su nada breve producción literaria, procuró bosquejar a una mujer empoderada (es el caso de María Elena Morán, la célebre detective que se dedica a resolver crímenes, teniendo como única escuela su afición a las novelas de misterio), a partir de personajes que constantemente desafiaban el papel tradicional del ama de casa sumisa y entregada de lleno al hogar. Buscó la inclusión de protagonistas femeninas fuertes y emancipadas o, en su defecto, que denunciaban la sistemática opresión de un sistema patriarcal. Con escritoras como Bermúdez (la Agatha Christie mexicana, como la llamara Marco Antonio Campos en su momento), estamos en deuda. La resistencia que les debemos está en la lectura y la difusión de su obra: sólo así seremos capaces de regresarlas a la luz, donde siempre han pertenecido.

      Más allá de la sombra

      El policiaco es un género de precisión matemática. Sobrevive a partir de fórmulas y variables que, aunque encuentran distintos caminos por los cuales desdoblarse, siempre parten de un mismo supuesto: equilibrar la balanza entre el crimen y la justicia. Quizás de ahí viene el secreto de su infalibilidad. Como lectores, entendemos que la trama nos conducirá por un laberíntico juego de señuelos y acertijos, y que logrará sacudir cualquier percepción que nos hayamos formado previamente. ¿Su as bajo la manga? Un detective curioso, con un (generalmente) feroz instinto para conectar rostros, motivos y secretos. Un mago del enigma. En el policiaco, lo importante no siempre es lo que uno busca, sino lo que termina por encontrar en el camino. Finalmente, el misterio quedará resuelto y el detective revelará al lector los complejos atajos que tomó su psique para desenmascarar al responsable. Pues bien, si conocemos de pies a cabeza cómo funciona el relato detectivesco, ¿cuál es aquella urgencia que nos motiva a seguir devorándolo?

      El policiaco es prácticamente una apología de los claroscuros, donde, detrás de la podredumbre y la sordidez del crimen, casi siempre suele asomarse un tenue halo de luz. Dentro de la narrativa policiaca (como sucede en Diferentes razones tiene la muerte), las partes iluminadas del texto pueden ser suficientes para calmar, por un momento, nuestra sed de justicia. Sin embargo, hay algo que se oculta en la otra cara de la moneda, y que es la clave para resolver la incógnita. El misterio se alimenta de la sombra: eso que no somos capaces de ver y que constantemente nos resbala, nos burla. Se mofa en nuestra propia cara, cuando creemos tener la respuesta indicada. Ya Edgar Allan Poe lo dejaba claro en “La carta robada”, una historia novedosa para su tiempo, donde la resolución del caso aparece todo el tiempo bajo las narices del mismo detective.

      No sé si hablo por todos, pero, como lectora, prefiero los libros que me retan y me llevan al límite. Aquellos que no sólo me vuelven cómplice, sino que me hacen sentir que estoy en un laberinto en el que, a cada momento, voy pisándole los talones al culpable. ¿Cuándo habré de alcanzarlo? ¿Cuál será ese escondrijo que he pasado de largo? Eso es lo que enamora del detectivesco, y la novela de Bermúdez no es la excepción. Las reglas del juego se presentan claras: desde un inicio, nos familiarizamos con los personajes y su cotidianidad, entendemos su contexto y su rol dentro de aquel tablero que es la anécdota e, incluso, tratamos de meternos en sus zapatos para comprenderlos desde lo más íntimo. Es decir, bailamos con ellos un vals que sólo es posible en la más completa cercanía. El policiaco y el noir, como una especie de religión inocua, buscan la empatía a ojos cerrados: quien es capaz de mirar en el mismo ángulo en que lo hacen los personajes, está un poco más cerca de resolver el puzzle.

      ¿Qué se esconde detrás de cada puerta en la hacienda de Georgina Llorente? ¿Qué tienen en común personajes como Diana Leech y Abel Fernández, la una sumergida en la misión de “brillar en sociedad”, y el otro, atolondrado por el alcohol y el yugo de un amor no correspondido?¿En dónde habrá de poner el ojo Zozaya, detective aficionado al psicoanálisis y determinado a resolver el caso a toda costa? Toparse con las páginas de Diferentes razones tiene la muerte es sumergirse de lleno en sus personajes, clasemedieros arquetípicos de la cosmopolita Ciudad de México en los años cuarenta. Los tenemos de todos los sabores: desde la adolescente obsesionada con la moda y el mundo de las apariencias, hasta la abnegada viuda que condena los derroches de la high class. María Elvira hace una punzante crítica a la sociedad mexicana del incipiente siglo xx; una en la que las aspiraciones, la ciega idolatría de los valores occidentales y la marcada sumisión de la mujer ante la figura del patriarca aparecen retratadas con una fidelidad que sorprende. Al mismo tiempo, el sarcasmo, la ironía y el humor negro se revelan como un arma filosa, pero muy necesaria. No sólo nos reímos una y otra vez de los personajes: también lo hacemos de nosotros mismos y de esa parte que, lo mismo en Román Arana que en María López del Campo, aparece para reafirmar nuestra condición falible; humana, al fin y al cabo.

      Con mucho tacto, Bermúdez consigue dibujar el abismo de disparidad entre hombres y mujeres. Los mecanismos de dominación dentro del matrimonio, la búsqueda del ideal femenino como el fin primigenio de nuestro género, la sumisión y la devoción de la mujer en las relaciones afectivas son sólo algunos de los temas con los que María Elvira polemiza. Incluso, se burla con sorna en la cara del macho alfa, y reproduce expresiones que aún rozan nuestro día a día, a pesar de haberse escrito hace poco más de 70 años: “¡Oh! ¡Las mujeres! Son agradables por una temporada, pero después se vuelven celosas y exigentes. ¡Todas son iguales!”, o acaso: “[…] recordó lo que frecuentemente leía en el Para ti y en La familia, acerca de que de las esposas depende que sus maridos las quieran. Esas mujeres que escriben así deben saber lo que dicen”.

      Diferentes razones tiene la muerte es, en esencia, una novela de contrastes. Divertida, crítica y, sobre todo, aderezada con la precisión de una escritora que conoce a la perfección las lindes del género. Hija pródiga de los grandes maestros del misterio, Bermúdez nos hace cómplices y victimarios, se burla de y con nosotros, juega a cazar y a cazarnos. Hay lugar para todos en este libro, que carece de florituras innecesarias y se concentra en entregar una historia ágil, sencilla, que engancha desde el primer párrafo. La de antorchas que enciende María Elvira en esta historia, nada más para recordarnos que hay ocasiones en las que no hay más que incendiarlo todo, y abrazar la resistencia donde sea que nos encuentre.

      aniela rodríguez

      1 En una entrevista publicada en La Jornada de forma póstuma, María Elvira Bermúdez reconoce que, más allá de su incursión en el género policiaco, le gustaría ser recordada como crítica literaria, labor que ejerció activamente por más de 40 años. Bermúdez se dedicó a entender el relato policiaco en México, y publicó tres antologías de cuento en las que incluyó lo más representativo de un género que ganaba cada vez más popularidad en Latinoamérica.

      DIFERENTES RAZONES

      TIENE LA MUERTE

      personajes que intervienen

      en la novela:

      (por orden de aparición)

      Miguel Prado, de 28 años de edad. Hijastro de Georgina.

      María López del Campo, de 49 años. Ex esposa del segundo marido de Georgina.

      Celia Ortiz, de 22 años. Hija de Adela.

      Adela Menchaca de Ortiz, de 42 años. Actual esposa del ex marido de Georgina.

      Mario Ortiz, de 48 años. Ex marido de Georgina.

      Diana Leech y García, de 35 años. Superficial amiga de Georgina.

      Abel Fernández, de 46 años. Incondicional admirador de Georgina.

      Octavio Román Arana, de 43 años. El hombre a quien Georgina ama.

      Georgina Llorente, viuda de Prado, de 41 años. En función suya, directa o indirectamente, actúan todos los personajes del relato.

      Juan Requena, de 45 años. Celoso enamorado de Georgina.

      Armando