Juan Luis Lorda Iñarra

Invitación a la fe


Скачать книгу

que debemos ser justos, que es una cosa buena y un ideal para nuestra vida. La justicia, lo mismo que el amor, son grandes ideales humanos. La mayor parte de la gente los considera el horizonte de su vida.

      Y para fundamentar esto, lo mismo que para fundamentar nuestra inteligencia, hace falta Dios. Es muy distinto pensar que en el fondo de la realidad hay un Dios justo y bueno que pensar que sólo hay una materia indiferente.

      Los canallas siempre piensan que los que quieren vivir de acuerdo con la justicia son tontos. Y que los listos son los que se dan cuenta de que la justicia no sirve para nada. Y tienen parte de razón. El que desprecia la justicia tiene alguna ventaja, porque se quita una traba para obrar. Si no creo en la justicia, puedo engañar y robar a los demás. Esto me da ventajas tácticas.

      Pero también me aleja de los ideales de la humanidad. Me hace menos humano. Sin moral y sin justicia me parezco más a un animal que vive movido por sus impulsos. Pero la diferencia está en que el animal no puede pensar y el ser humano sí. El animal no tiene inteligencia abstracta, por eso no puede hacer esa comparación que los humanos consideramos la regla de oro de la moral: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Pero el hombre sí puede. Y a la mayoría le parece muy importante en su vida.

      Los seres humanos esperamos de los demás que sean justos. La injusticia nos parece un fracaso de humanidad. De alguna manera suponemos que la justicia forma parte o debe formar del orden humano en el mundo. Algo que deben hacer las personas, aunque no puedan hacerlo los animales. Y la echamos en falta cuando no está, cuando una sociedad es injusta. La justicia es como una ley que debe estar allí y no como una preferencia absurda que nos inventamos. Por eso, cuando estamos convencidos de que es mejor obrar de acuerdo con la justicia, obramos como si la explicación última de la realidad fuera un Dios justo. Casi somos cristianos sin saberlo.

      Cuando se descubre a Dios a través de la naturaleza, se aprecia la inteligencia y la belleza. Cuando se descubre a Dios a través del fondo del corazón humano, se descubre la profundidad inmensa del espíritu y una aspiración a la justicia y a la bondad. Sin embargo, con la sola observación de la naturaleza y de los seres humanos no basta para saber cómo es Dios, ni qué piensa de nosotros, ni qué quiere de nosotros. Ni siquiera es suficiente para saber si nos aprecia y nos quiere. Si no nos lo dice, no lo podemos saber.

      A veces, la naturaleza es desconcertante, porque nos hace daño. Refleja la inteligencia y la belleza de Dios, pero no la justicia o la bondad de Dios. Un bello alud de nieve nos puede sepultar y un movimiento de fuerza del mar puede arrasar una ciudad. Y una epidemia puede causar un inmenso sufrimiento a la humanidad. La naturaleza refleja algo de Dios, pero no es Dios. Tiene sus propias leyes físicas o biológicas.

      Tampoco el fondo del corazón es un indicio suficientemente seguro. Aunque es fuerte el indicio de que si somos inteligentes tiene que haber un fondo inteligente en la realidad. Y que si aspiramos a ser buenos y justos debe haber algún fundamento para la moral y la justicia. Por eso, Dios tiene que ser inteligente, bueno y justo.

      Pero esto es solo una deducción bastante probable, no se nos impone como una evidencia. Solo podríamos estar seguros de la intimidad de Dios y de sus pensamientos, si Él mismo nos los mostrara. No basta mirar a las criaturas, hace falta esperar la palabra del Creador.

      La fe cristiana sostiene que Dios ha hablado. Que ha hablado en la historia de Israel. Y que ha hablado en Jesucristo. El Evangelio de San Juan llega a decir en el prólogo, que “a Dios nadie lo ha visto nunca, el Unigénito que está en el seno del Padre, nos lo ha revelado”. Es decir que sabemos cómo es Dios, porque lo ha revelado el Hijo de Dios, Jesucristo.

      Se podría decir que el centro del mensaje de Jesucristo es decir que Dios es Padre, enseñar a los discípulos a tratar a Dios así, y estar seguros de que nos ama como un buen padre a sus hijos. Para que no cupiera ninguna duda, Jesucristo contó la parábola del hijo pródigo. Un hijo que pidió a su padre la parte de la herencia que le tocaba, se fue, la malgastó de mala manera y, cuando no le quedaba ni para comer, volvió a su casa. Jesús cuenta que el padre le esperaba con los brazos abiertos.

      Hay quien dice que esta parábola ha convertido a más gente que todos los sermones de los predicadores. Desde luego, es bien elocuente para saber cómo nos ama y nos perdona Dios. También es elocuente para saber cómo tenemos que amarnos y perdonarnos nosotros. Por eso en el Padrenuestro se pide: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Este rasgo de Dios, lleno de misericordia, no lo podríamos conocer contemplando la naturaleza o nuestra conciencia. Lo sabemos por Jesucristo.

      Dios tiene que ser muy distinto que nosotros y al mismo tiempo, parecido a nosotros. Tiene que ser distinto porque no somos dioses. Pero tiene que guardar un parecido porque somos inteligentes y libres. Estamos seguros de que Dios es inteligente y libre. Solo si Dios es libre e inteligente se puede explicar la cantidad de inteligencia que hay en las leyes y estructuras de la naturaleza, y la inteligencia y libertad que hay en nosotros. La Biblia (el libro del Génesis) dice que hemos sido hechos “a imagen de Dios”. Lo más alto entre las características del universo es la inteligencia y libertad (y la justicia y el amor). Tiene que venir de Dios y tienen que estar en Dios.

      Estamos seguros de que ese Dios nos quiere como un Padre, porque lo ha revelado Jesucristo. Pero al revelar que Dios es Padre, dijo claramente que él, Jesús, era “Hijo de Dios”. No lo dijo en un sentido amplio, sino en un sentido estricto: Realmente, “Hijo de Dios”. Por eso los cristianos confesamos que el Hijo es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza del Padre”, como dice el Credo.

      Y, además, Jesucristo habló del Espíritu Santo. Ya habían hablado los libros anteriores de la Biblia, pero Jesucristo habló mucho más y prometió que lo recibirían sus discípulos. Por eso, los cristianos creemos en un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. A esto le llamamos la Trinidad: en Dios hay tres Personas íntimamente unidas por el conocimiento y el amor.

      Nosotros tenemos experiencia de lo que es una unión de amor y de amistad. Sabemos lo que es un matrimonio que se quiere, una familia unida, unos amigos de verdad. Sabemos lo que son esos vínculos de amor que aquí nos parecen los más hermosos de la vida. Pues también son imágenes del Dios real, que son tres Personas íntimamente unidas. Eso es la Trinidad.

      La capacidad de relación es lo que más define a las personas, nuestra característica más profunda, que pone en juego nuestra inteligencia y libertad. Ser persona es poderse relacionar con las cosas, pero sobre todo con las personas, y establecer uniones de inteligencia y afecto. Todas las comunidades humanas, en distinto rango, son comunidades de inteligencia y afecto, donde se comparte la intimidad. Sería horrible vivir solos, sin podernos relacionar y hablar y compartir. Cuanto menos compartimos, más pobre y triste es nuestra vida, porque estamos hechos para amar y ser amados. Pues esto también es huella e imagen de ese Dios que es Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

      Es un gran misterio y al mismo tiempo un hermoso misterio. Cuando los cristianos pensamos en el fundamento de la realidad, pensamos en esa comunidad de Personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nuestro universo humano es personal. Y lo más importante del universo son las características personales: la inteligencia, la libertad y el amor. También la justicia, que es la base de las relaciones entre las personas, pero el amor es su plenitud.

      A esto no llegamos pensando, lo sabemos porque nos lo ha revelado Jesucristo, y nos da una imagen muy bella del universo que es coherente con nuestro ser y con nuestras aspiraciones personales. Además, ese Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo se relaciona con nosotros. El cristianismo no es otra cosa que ser introducido en el misterio, en la relación y en la vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

      2. LA BIBLIA

      1. LA BIBLIA Y SUS LIBROS

      Con casi todas las cosas que se refieren a la religión cristiana pasa lo mismo: da la sensación de que son cosas sabidas, pero muy pocos serían capaces de explicarlas si les preguntaran por ellas.

      ¿Qué