María Cristina Inogés Sanz

No quiero ser sacerdote


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de muchos de esos elementos; sin embargo, ¡cuánto nos queda por aprender de la sencillez de Jesús! Supongo que algún día podremos recuperar mucho de lo que se perdió... Recuperar desprendiéndonos, que no deja de ser una paradoja. Una bella paradoja.

      Dice Serafín Béjar 5 en uno de sus maravillosos tuits: «¿Qué pasa cuando un “grupo” está constituido no para sí mismo, sino para el servicio a los demás? Que nadie que no pertenezca a ese grupo puede ser considerado como extraño. La Iglesia es el grupo que tiene como centro lo otro de sí; es decir, los “nuestros” son “todos”» 6. Si hacemos un pequeño cambio y, en lugar de poner «grupo constituido» ponemos «grupo tejido», vemos que todos somos hilos del tejido eclesial entrelazados para el bien común, el bien de todos. Los de dentro y los de fuera.

      Que a unos les guste más ser «alta costura» resulta una opción personal y, como tal, debe ser respetada, aunque no se entienda mucho ahora. Si otras y, haciendo honor a la verdad, otros, somos orillo del tejido... ¿pasa algo? Por un lado, nada, porque nos sentimos parte del tejido eclesial; de hecho, en nuestro orillo, el «Fabricante» añadió una inscripción que dice: «Parte del tejido eclesial en virtud de su bautismo». Que sí, que en virtud de nuestro bautismo y de nuestra vocación concreta participamos por igual varones y mujeres en la dimensión sacerdotal, profética y real de Cristo. En consecuencia, actuamos como tal y, aunque el orillo se ondule con el tiempo, ni pierde fuerza ni deja de cumplir su función, pero... ¡cuidado! Porque, si se corta el orillo, si desaparece de un tejido, por mucho cuidado que se tenga, este se deshilachará a toda velocidad y no de la misma forma a lo largo del mismo; un tramo deshilachado estará más próximo a la zona del orillo y otro más alejado, lo que en buena parte dejará al conjunto del tejido muy dañado, tirante, incluso retorcido, y, por supuesto, dejará de ser tenido por tejido.

      Así que los de la «alta costura», por un motivo que dejo a su reflexión, y, los que somos prêt-à-porter y estamos en el orillo –borde de la Iglesia–, por otro, tenemos que ser responsables de lo que debemos hacer, porque, repito una vez más, todos somos tejido eclesial y todos tenemos una responsabilidad similar, aunque a algunos les cueste entenderlo y den por hecho que unos pueden disponer de su poder –como norma– y otros deben obedecer sumisamente –también como norma–. Por si alguien tiene duda, estoy hablando de corresponsabilidad, sinodalidad –que debería extenderse hacia una relación más fraterna entre jerarquía y laicos– y, por supuesto, comunión.

      ¡Qué tiempos los de la bufanda y la estola! Bufandas tengo varias, y estolas... ¡tengo una! En SEUT, cuando terminas los estudios de teología, te imponen la estola a fin de tener un cierto signo de autoridad –que no poder– de la Palabra. ¿De qué sirvió aquel poco atinado comentario con el que abría este capítulo? De nada, salvo para intuir otros obstáculos del camino... Al final, y sin habérmelo propuesto, tengo una estola y la puedo utilizar si quiero. Bien es verdad que en la familia protestante y no en la católica, aunque, también es verdad, no tengo ninguna prisa por hacerlo en ninguna de las dos. Porque yo no quiero ser sacerdote. Sin embargo...

      Le he tejido a la luna una bufanda,

      unos guantes y un gorro bien modernos,

      para hacerle más dulces los inviernos.

      Son de un suave color lavanda.

      Ser orillo –borde de la Iglesia–, prêt-à-porter, es permitir que el tejido muestre su calidad, de ahí que sea suavemente fuerte, porque tiene que sujetarlo sin tirar de él en ninguna dirección. Al final es el que mantiene el tejido, que, para existir, depende de él; ¿se entiende la metáfora? De modo que, de un suave color lavanda o de cualquier otro color, no estaría mal, además de la estola, tejer una bufanda que hiciera más dulce el invierno. Para los que lo estén pasando ahora y también para los que no. Que nunca se sabe cuándo llegará el frío para todos.

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