Stefania Garassini

Smartphone


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qué” sin asustarnos el “cómo”; tener claro el valor de la gradualidad de cada aprendizaje y su relación con la edad de desarrollo, como ya lo hacemos en tantas otras áreas del proceso educativo.

      Y no hay que olvidar nunca que las reglas sirven de guía y protección en el crecimiento, pero deben estar encaminadas a adquirir autonomía, capacidad de elegir y, en última instancia, la verdadera libertad.

      10 RAZONES PARA NO REGALAR UN SMARTPHONE “TAN PRONTO”

      RAZÓN 1

      EL SMARTPHONE ES COMO UN FERRARI, NO SE LO DEJES A UN NOVATO

      Darle un teléfono móvil de nueva generación a un niño es como darle las llaves de un coche deportivo a quien apenas puede conducir un Panda. Es una herramienta poderosa y compleja, diseñada para convertirse en algo indispensable para quien la usa. Se necesita madurez y habilidades críticas para manejarlo de la mejor manera posible.

      ¿No se habrá dejado engañar la gente con el cuento de los “nativos digitales”, que considera a los jóvenes de hoy verdaderos genios de la informática, a los que no habría nada que enseñar? Probablemente tú también estés convencido de ello porque la definición (acuñada por Marc Prensky, consultor y desarrollador de videojuegos en 2001) ha tenido una suerte increíble y reaparece puntualmente cada vez que se habla del tema “la juventud y la tecnología”. Dice, más o menos: «¡Qué le vamos a hacer...! Los chicos de hoy tienen un cerebro diferente, imposible de entender». Los adolescentes —dice Prensky— son hablantes nativos del idioma digital, más inclinados a la interactividad, a la multitarea, al consumo de contenido multimedia, no lineal, en la red. Aquí está la brecha, descrita como irremediablemente insalvable, con nosotros los adultos, “inmigrantes digitales” en palabras del autor. La metáfora que se utiliza es precisamente la del conocimiento de un idioma: los que lo aprenden de adultos nunca alcanzarán el nivel de los que lo hablan y lo escuchan desde su nacimiento. ¿Y qué? Se acabó el juego. Pero, ¿acaso no hay nada que hacer para nosotros, adultos trogloditas tecnológicos, condenados a perseguir a nuestros hijos sin poder nunca igualarlos, y mucho menos —por supuesto— educarlos? No es coincidencia que el libro más conocido de Prensky se llame Mamá no molestes, estoy aprendiendo, con un chico en la cubierta manejando un joystick y conectado a un videojuego.

      Es innegable que los niños y adolescentes están naturalmente familiarizados con las herramientas tecnológicas. Si ponemos nuestro smartphone en manos de nuestro hijo de once años, seguro que encontrará funciones que nos resultan completamente desconocidas, y conseguirá hacer funcionar esa app que para nosotros resulta indescifrable. Pero es casi seguro que no es consciente de lo que está haciendo. El periodista Paolo Attivissimo narra un sucedido acerca de seguridad informática en una clase de quinto de primaria. Ante la pregunta: “¿Quién no usa Internet?”, se alzó una única mano. «Le pregunté al chico cómo era posible que no navegara por la red y me respondió, desconcertado, que él no usaba Internet: usaba YouTube». Otro ejemplo: una niña de 2.º de la ESO le aseguró a su madre que ella se encargaría de la inscripción online en la escuela secundaria. Introdujo los últimos datos y dio por concluida la inscripción, tan tranquila. La confirmación del registro, sin embargo, tardaba en llegar. La madre, desconfiada, repasó el proceso y vio que faltaba un último paso: la presentación real de la solicitud. Podríamos mencionar muchos otros casos similares donde se atestigua que la competencia de los niños está, de hecho, frecuentemente sobrevalorada.

      Si tratamos de investigar su conocimiento de cómo funcionan motores de búsqueda como Google o Bing, tal vez pidiéndoles que usen más de uno de ellos para evaluar cierta información comparándola con otros tipos de documentos, tanto online como en papel, es muy probable que vacilen (tal vez nosotros también, pero esa es otra historia). Cuando quisiésemos comprobar si saben que el orden de resultados propuestos por un motor de búsqueda no se basa en la autoridad sino en la popularidad —porque nosotros sabemos ¿no?, que el primer lugar de la clasificación no es el más fiable, sino el más consultado y vinculado a otros a través de enlaces— haremos algunos descubrimientos desoladores. Tuvieron dichos resultados los investigadores de una conocida fundación que, en colaboración con un Ministerio italiano organiza cada año el concurso Webtrotter para estudiantes de los tres primeros años de secundaria. El objetivo es que demuestren ser hábiles en la búsqueda inteligente de información. Esto no se alcanza completamente, más aún si implica búsquedas complejas que requieren consultar múltiples sitios y evaluar resultados. El “nativo” está acostumbrado a usar estas herramientas sin hacerse demasiadas preguntas, “basta que funcione”, como dice el título de una famosa película de Woody Allen. Y ciertamente, para determinadas actividades en la Red esto es suficiente. Pero renunciar a preguntarse “qué hay debajo”, significa no utilizar la herramienta de manera consciente y crítica. Este es precisamente el punto débil de los estudiantes (desde la secundaria hasta la universidad) según un estudio de la Universidad de Stanford, que investigó las habilidades necesarias para reconocer las noticias falsas. Pocos fueron capaces de evaluar correctamente la fiabilidad de una noticia (la presencia de una foto de buena calidad se consideraba un elemento de credibilidad), de una fuente (muchas personas no conocían el significado de la doble marca azul que en las diferentes redes sociales indica un perfil verificado) y de captar la diferencia entre un contenido patrocinado (pariente cercano del anuncio) y un artículo periodístico.

      LAS MALETAS ESENCIALES PARA NUESTRO VIAJE

      Por supuesto, tampoco los adultos somos impecables en esto, pero disponemos de algunas herramientas más: no nacimos en el caos de información que caracteriza a Internet: hemos aprendido que hay diferentes tipos de fuentes y —aunque el error siempre es posible— sabemos que detrás de las noticias de un periódico o la entrada de una enciclopedia hay un trabajo de verificación que no existe en buena parte de lo que se lee online. No podría ser de otra manera: la web es como un lugar gigante donde la información se difunde de boca en boca —más de cuatro mil millones de personas están hablando ahora, más de dos solo en Facebook— y no parece requerir ningún tipo de verificación.

      Los adultos y los jóvenes se enfrentan a los mismos retos: cómo interpretar y evaluar la información online, qué sucede con nuestros datos, sin olvidar que detrás de la pantalla hay personas y que pulsar el teclado tiene un efecto sobre ellas. Así pues, la etiqueta de “nativos digitales” es engañosa. Como todas las etiquetas, solo sirve para tranquilizar a quienes la usan, convencidos de que basta nombrarlas para comprenderlas algo mejor. Como explicó el escritor Alessandro d’Avenia en un artículo de La Stampa: «El “nativo digital” es la cara que hemos dado a un miedo: la velocidad del progreso en los últimos años y el ritmo de vida al que estamos sometidos hace que el diálogo entre generaciones, ya de por sí difícil, se atasque aún más». Las dificultades no surgen con la tecnología, tienen raíces más profundas. Las herramientas digitales pueden amplificarlas, pero si se usan bien son un recurso para mejorar la situación. El requisito fundamental para que esto ocurra es mantener el control, recordando siempre que educar en el uso de la tecnología es, ante todo, educar.

      Empecemos por decidir el momento adecuado para darle a nuestro hijo un teléfono móvil. No niego que es bastante difícil hoy en día, porque las presiones ambientales son muy fuertes. En 6.º de primaria, los que no lo tienen son ya una clara minoría. Pero este es un primer paso muy importante. El segundo será establecer algunas reglas simples (trataremos sobre esto en la Razón 6). Como explicamos, el smartphone es una herramienta de gran complejidad, que requiere un cierto grado de madurez para ser utilizada. Si decidimos entregarlo alrededor de los 13 años, tenemos que dar algunas directrices más y no podemos dar por supuesto que los hijos ya gozan de la conciencia y la madurez necesarias. Aunque reaccionen negativamente, entablando discusiones agotadoras y acusándonos de impedir su libre creatividad y socialización, en realidad esto es exactamente lo que esperan de nosotros: que pongamos límites. Como nos recuerda la psicoterapeuta Asha Phillips, autora del bestseller Los “noes” que ayudan a crecer, para dar seguridad al adolescente está «nuestra capacidad para establecer reglas y atenernos a ellas, para tener ideas claras sobre lo que está bien y lo que no». De esta manera contribuiremos «a hacerles sentir que tienen una base segura desde la cual pueden aventurarse