Guillermo Federico Sperr

El inconsciente escolar


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      ¿Cuáles son los elementos que constituyen la realidad educativa? ¿Estos elementos se encuentran armoniosamente vinculados o más bien su relación está tensada por el conflicto? ¿Alumnos, docentes, examen, niño-niña-más (+), maestro, maestra, currículum, contenidos, espacios, tiempos, actos, bandera, baño de niña, baño de niño, portera o portero, mingitorio, ESI, gremios, caer en la educación pública, salario docente, transporte, trabajo, familia, hambre, padres, analfabetismo, TGD, aprendizaje, inteligencia, psicopedagoga, secundaria, inútil, pruebas PISA, adornos en las paredes, tizas, pizarrón, bancos, la espalda del compañero, la cara del docente, educación física, hora libre, arte, danza, juguete, siesta? Rizoma.

      Luego de estas (raras y no tanto) preguntas iniciales, proponemos varias hipótesis para desarrollar, muchas veces siguiendo la senda que han recorrido otros autores.

      Lo que intentaremos crear en un principio es un argumento que les permita admitir que la realidad educativa está constituida por una serie de elementos (lugares vacíos) que entenderemos como covariantes, pero principalmente de relaciones, y estas relaciones se encuentran tensionadas en vínculos conflictivos en los cuales los diferentes agentes que forman parte de dicha realidad buscan, a través de mecanismos más o menos violentos, establecer las categorías o las etiquetas que dan sentido a lo real.

      Por lo tanto, si podemos considerar admisible que una de las estofas de la realidad son los sentidos que tienen las cosas, la ontología de lo escolar se halla entramada en un texto que establece los sentidos de lo que sucede en el campo educativo, y estos sentidos son objeto de disputa, ya que el plano del sentido, podríamos decir, es una dimensión texturada, es decir, hecha de texto.

      Por esto mismo la psicología institucional no puede dejar de lado la cuestión de que su propia construcción supone desde el inicio, al momento de plantear un determinado modelo, un sustrato ontológico, aunque también este mismo sustrato es considerado en sí mismo un artificio.

      Sin embargo, para poder avanzar en la explicación del modelo que proponemos para la lectura de lo social, lo institucional y también lo individual, partimos de una ontología en la cual el orden del discurso es considerado como la estofa misma de lo que experimentamos como realidad subjetiva (individual, colectiva).

      Con todo esto, no queremos proponer un modelo que abone al dualismo que sostiene dos realidades, ya que, si existen dos, ¿por qué no puede haber tres, o cien?

      Sobre esta cuestión volveremos una y otra vez a lo largo de este texto: el dualismo es también un artificio, un supuesto que forma parte de la manera en que Occidente concibe “institucionalmente” la realidad.

      Si bien sostenemos la artificialidad de la concepción dualista, y toda concepción de la realidad, queremos ser convincentes con la hipótesis que afirma que es el discurso, el lenguaje, el elemento necesario de nuestro modelo que establece una lógica para comprender los fenómenos.

      En resumen, incluimos al leguaje como dimensión de la realidad, y si somos un poco más arriesgados, incluso podremos aventurarnos un poco más, afirmando que esta misma concepción nos permite poder sostener cómo ciertas realidades son “creadas” por lo que llamamos lenguaje, y no solamente “nominadas” por éste.

      Es en este punto en donde conviene también incluir cuál es nuestra perspectiva respecto de la concepción del “poder” en el modelo que estamos estudiando. En este sentido, nos orientamos a un modo de entender el ejercicio del poder, que se da no únicamente en el plano vincular, sino que es hijo del régimen de relaciones que se dan en el plano del discurso. El poder se da de un modo des-sustancializado, y es el resultado del conjunto de relaciones de un determinado campo, y que permiten constituir un tipo de pensamiento como posible o verdadero a través de un proceso que podemos llamar de “naturalización”, de “obviedadización”. Así, si en un determinado momento los elementos de un campo se relacionan de una determinada manera, el ejercicio del poder y su resistencia estarán dados no por los elementos en sí mismos, sino por el conjunto de relaciones que se han establecido en ese campo. De este modo, hay discursos que se establecen como sentido común, es decir que establecen el modo de pensar lo que sucede, y allí radica la fortaleza de su poder, en tanto los individuos interpretamos lo que se nos presenta a partir de un saber establecido previamente, y que en nuestra concepción opera como “saber no sabido”, como “discurso del otro” o como “saber inconsciente”.

      A partir de aquí, ¿podríamos pensar en cuáles son los discursos que hoy nos dominan?, ¿qué enunciados son los que establecen el sentido de lo que experimentamos como realidad?

      Como pueden observar, desde nuestra perspectiva, los individuos son un elemento más en la trama del discurso, por lo que entendemos que existen discursos específicos e interesados que se posicionan de determinada manera para reproducirse y naturalizarse, así como para perpetuarse en determinadas prácticas.

      No es ya la idea instrumental sobre el lenguaje y el discurso en el cual el individuo lo “utiliza” como medio de comunicación, como si cada individuo pudiera seleccionar las palabras que emplea, las categorías a través de las que comprende el mundo, o incluso, el “magma de significados” (Castoriadis, C., 1975) en el cual ese individuo desarrolla su existencia.

      Como notarán, estos supuestos sobre el lenguaje humano nos parecen limitados al concebirlo simplemente como un elemento, como un objeto más del mundo. Por esta razón, nos proponemos una utilización de la noción de lenguaje como dimensión necesaria para la experiencia humana del mundo, por lo que agregamos a la concepción comunicativa la concepción ontológica del lenguaje. Es más bien poder pensar que hay ciertas disposiciones que nos llevan a “entender” las cosas de determinada manera, según determinados intereses, que no son propios, porque son previos, ni responden a nuestra voluntad, sino a un más allá, que solamente podemos entender si introducimos la categoría de virtualidad o de inconsciente social para explicarlo.

      Es hacia aquellas disposiciones a las que se dirige la psicología social e institucional. Busca mostrarlas o develarlas, deconstruirlas, construirlas o destruirlas, en definitiva, operar con ellas o sobre ellas.

      Voy a recurrir, para finalizar con esta larga introducción, a un fragmento del cuento de Jorge Luis Borges, “El encuentro” (en El informe de Brodie, 1970), para intentar introducir una serie conceptos que circularán en todo este texto, y que forman parte de nuestra propuesta, para poder pensarnos como personajes de un texto que nos excede y nos constituye conflictivamente, y que tal vez, sin saberlo, natural y obviamente, nos conduzca a realizar determinadas acciones que, si las pensamos bien, nos es imposible concebir como propias.

      “Maneco Uriarte no mató a Duncan; las armas, no los hombres, pelearon. Habían dormido, lado a lado, en una vitrina, hasta que las manos las despertaron. Acaso se agitaron al despertar; por eso tembló el puño de Uriarte, por eso tembló el puño de Duncan. Las dos sabían pelear —no sus instrumentos, los hombres— y pelearon bien esa noche. Se habían buscado largamente, por los largos caminos de la provincia, y por fin se encontraron, cuando sus gauchos ya eran polvo. En su hierro dormía y acechaba un rencor humano.

      Las cosas duran más que la gente. Quién sabe si la historia concluye aquí, quién sabe si no volverán a encontrarse”.

       2. Ideas, preguntas, problemas

       O de cómo el “recortar” puede convertirse en un acto político

       “… desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo.” Psicología de las masas y análisis del yo.

       Sigmund Freud

      ¿Qué sucedería si nos percatáramos de que lo que pensamos, todo lo que pensamos, ya fue pensado antes por otros? ¿Cómo nos afectaría saber que lo que decimos y sentimos, todo lo que decimos y sentimos, no lo digo o lo siento “yo”, sino que viene digitado desde “otro lugar”? ¿Cómo actuaríamos si