Guillermo Federico Sperr

El inconsciente escolar


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delirante?

      Propongo comenzar este texto como un andar, un devenir que transcurre como un recorrido por una geografía, un parque, o mejor, como la propuesta y a la vez la lectura de un mapa, una topología. Un mapa sobre la psicología institucional, sobre lo social el alma y el cuerpo.

      Un mapa sobre nosotros mismos y sobre los otros. Un mapa sobre la realidad educativa, y tal vez, sobre la realidad toda.

      Pero también el presente texto es presentado como un desafío: crear juntos una psicología social e institucional que nos permita preguntarnos cuál es la relación entre las instituciones, las prácticas y los aprendizajes en los niveles inicial, primario y medio, ya que este texto es en sí mismo elaborado como texto para la formación de futuros decentes de los niveles mencionados, por lo que no busca ser un texto meramente técnico.

      Es decir que el presente texto fue pensado para acompañar las trayectorias educativas de los y las futuras docentes del nivel inicial, primario y medio, deconstruyendo algunas concepciones respecto de “lo institucional” que forman parte del sentido común, y proponer un dispositivo de lectura e intervención sobre lo social y lo institucional que a la vez nos permita constatar la importancia de esta perspectiva en la función docente.

      También es un intento de sistematización de ideas que buscan amarrarse en el puerto de lo programático. Es decir, organizar cierta línea de pensamiento arraigada en conceptos de autores muy diversos y de diferentes campos, pero que, puestos en determinado orden, podríamos decir que hablan un dialecto común, y que, en nuestro caso puntual, apuntan a producir saberes no dogmáticos que se orienten a una práctica crítica, reflexiva y situada.

      ¿Por qué psicología social e institucional? ¿Qué relación hay entre lo individual y lo colectivo? ¿Cómo establecer un dispositivo que permita intervenir sobre lo instituido, sobre lo que ya está establecido, lo que funciona?

      El enfoque que intentaré desarrollar resulta de importancia, ya que entiendo los límites en términos de conceptualización que ofrecen los modelos actuales para la comprensión de las complejísimas situaciones que se producen en el campo educativo, por lo que considero necesario un abordaje conceptual transdisciplinario que nos permita lecturas creativas y novedosas respecto de los fenómenos educativos en particular, y sociales en general. Si somos exitosos en esta empresa, habremos habilitado, al menos en términos argumentales, una serie de prácticas que puedan dar material de análisis e intervención conforme a las necesidades actuales en lo que refiere a la práctica docente.

      Conviene iniciar con una propuesta actitudinal frente a todo lo que se presenta como saber tanto sobre el campo educativo, como también para otros campos. Esto es, el dispositivo de la “duda” y la “desconfianza” incluso sobre las ideas que intento demostrar a partir de la presente propuesta. En este sentido, por ejemplo, podemos dudar de la diferencia tajante entre individuo y sociedad, entre cuerpo y mente, o desconfiar de las ideas que sostienen el saber del docente sobre la ignorancia del estudiante, o dudar incluso de la “naturaleza” esencial de la escuela, o del interés del Estado en la educación, o el interés “privado” por la gestión de instituciones escolares, etcétera.

      Para ser más concretos, diré que optamos por la perspectiva pragmática que pregunta; ¿nos son útiles los modelos actuales para abordar las problemáticas que se presentan en el ámbito de la educación, la cultura y los saberes?

      Pero volviendo a lo que nos convoca en este apartado, que es la cuestión de los límites, de los márgenes o de las fronteras que se piensan de manera “establecida” respecto del individuo y la sociedad, de la naturaleza y la cultura, de la institución escolar y su comunidad de referencia.

      Tal vez, nos convenga, en términos estratégicos, establecer márgenes grises, difuminados entre lo que se nos presenta o como claramente diferente, o como claramente continuo.

      Si admitimos esta hipótesis, podríamos aceptar incluso que la escuela se extiende aún más allá de sus muros, que la intervención de una docente se extiende más allá del individuo al que se expuso una estrategia de enseñanza, etcétera. O al revés. Tal vez los problemas familiares y sociales se hagan presentes en cada una de las prácticas que se llevan adelante dentro del aula, o la escuela. La falta de trabajo en una sociedad, la muerte de un referente comunitario, el debate que se da en el Congreso Nacional respecto de la interrupción legal del embarazo, el desarrollo del mundial de fútbol, la discusión del salario docente, el aislamiento social obligatorio, etcétera, no pueden ser dejados de lado al momento de intentar comprender por qué un estudiante no aprende, o por qué este estudiante tiene problemas de conducta, o por qué un docente tiene tal o cual expresión en una clase, o por qué el mismo docente se encuentra más o menos frustrado con su práctica, etcétera.

      Si no admitimos que las paradojas se dan debido a la manera en que categorizamos el mundo, el enunciado que reúna las palabras “psicología” y “social”, es decir, la “psicología social”, se presenta como una contradicción, y ya partimos de un problema, ya que, si “suponemos” que lo mental es individual, es decir, de los individuos, y lo social tendría que ver con los otros, ¿cuál sería el punto de contacto posible entre lo social y lo individual, entre yo y el otro?, ¿o que no hay sujeto sin la figura del otro?

      Si bien sabemos que “lo social” representa en sí mismo un concepto abstracto, podemos decir que desde el sentido común “lo social” se muestra, se percibe o se piensa como la suma de individuos que constituyen un entorno necesario para la supervivencia del individuo humano, pero claramente y de ningún modo “lo social” podría constituirnos. Lo social, desde el sentido común, está afuera del individuo. Se da como suma de personas.

      Sin embargo, desde nuestra propuesta, ¿podríamos admitir la idea de que “somos lo social”?, ¿o que somos el otro?, ¿o que el sujeto es “en” el campo del otro?

      Cabe aquí nuestra primera aclaración: no es lo mismo cuando hablamos de sujeto que cuando hacemos referencia al individuo. Diremos, en principio, que un individuo hace referencia a una entidad tridimensional, podríamos decir, un ser vivo considerado independiente de los demás, separado de los otros. En un sentido etimológico, la palabra individuo viene del latín individuus, que quiere decir indivisible (la unidad mínima y no divisible menor en un grupo es el individuo). De aquí podríamos decir que esta idea de “individuo” es tomada como referencia, principalmente para el discurso de la biología, pero también para otras disciplinas que buscan dar cuentas de las conductas, en nuestro caso, de los seres humanos.

      Pero también sabemos que un individuo es divisible. Hay órganos, tejidos, células. Dividamos como se quiera el cuerpo del humano. ¿Podremos ser uno y muchos a la vez?

      En este texto, sin embargo, utilizaremos la palabra “sujeto”, que no es sinónimo de individuo. Cuando hacemos referencia a un “sujeto”, hacemos referencia a una composición. Un sujeto no es sólo un individuo. Un sujeto es también un conjunto de elementos históricos y sociales en tensión. Un sujeto no es un individuo, sino que los individuos estamos capturados por los entramados de elementos que conforman un sujeto, en el sentido de una traza textual, epocal, social e histórica.

      Desde el presente modelo, haremos referencia a los dos conceptos, aunque con estos dos sentidos específicamente establecidos.

      Por ejemplo, si optamos por una perspectiva individualistas en la cual los seres humanos serán concebidos como individuos, es decir, como entidades biológicas tridimensionales, la relación con otros individuos será como la relación de una bola de billar con otras bolas de billar. Esto nos conduce a una psicología social en la cual se trata de dilucidar cómo actúa un individuo en solitario y en comunidad. A esta relación de un individuo con otros, si somos benevolentes, la llamaremos “interacción”.

      Pero, entonces, ¿por qué la insistencia en una psicología social institucional?, si somos todos individuos,