el lugar. Mi esposa es quien lo ha dirigido. Yo he hecho bien poco, con excepción de quitar algunos grandes espejos de mi cuarto de vestir, que era el de su padre. Un buen hombre y un verdadero caballero, cierto es, pero... yo pienso, señorita Elliot -mirando pensativamente-, pienso que debe haber sido un hombre muy cuidadoso de su ropa, en su tiempo. ¡Qué cantidad de espejos! Dios mío, uno no podía huir de sí mismo. Así que pedí a Sofía que me ayudara y pronto los sacamos del medio. Y ahora estoy muy cómodo con mi espejito de afeitar en un rincón y otro gran espejo al que nunca me acerco.
Ana, divertida a pesar suyo, buscó con cierta angustia una respuesta, y el almirante, temiendo no haber sido bastante amable, volvió al mismo tema.
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