la mera ascética, los éxitos y progresos en la propia vocación o en los frutos apostólicos —unidos al carácter resolutivo y empeñoso del sujeto—, podrán derivar en voluntarismo, jansenismo y humanismo, con los tintes propios de cada época, ambiente y temperamento. Por la ley del péndulo, muchas veces este planteamiento provoca decepciones, cuando el cristiano experimenta sus límites. Aparecerá tarde o temprano la sensación de fracaso al percibir la santidad como imposible, porque la entendió como autoperfección, o al comprobar esterilidad en su acción apostólica.
La mística es vivencia de las virtudes teologales de las cuales brotan las morales por desbordamiento; la ascética atiende más la acción del hombre. La una abre las alas para volar; la otra corre el peligro de cortarlas.
En estas páginas hablaremos del progreso en la vida espiritual. No resulta, pues, extraño, que recalquemos la forma mística o contemplativa. Por eso, nos detendremos en las premisas para lograrla. La crisálida no desea permanecer eternamente como gusano. No se contenta con andar paso a paso; buscará que le salgan alas. «Ya no tiene en nada las obras que hacía siendo gusano, que era poco a poco tejer el capucho; hanle nacido alas, ¿cómo se ha de contentar, pudiendo volar, de andar paso a paso?»[12].
[1] El planteamiento de Scaramelli no se da por generación espontánea. En el Apéndice I se relatan los avatares que dieron lugar a dicho planteamiento.
[2] Para un tratamiento amplio del tema, ver La cuestión mística. Estudio histórico-teológico de una controversia, JAVIER SESÉ-MANUEL BELDA, EUNSA, Pamplona 1998.
[3] Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 2014. El subrayado es nuestro.
[4] Además de la enseñanza del Catecismo antes citada, el Magisterio enseña: «A propósito de la mística, se debe distinguir entre los dones del Espíritu Santo y los carismas concedidos en modo totalmente libre por Dios. Los primeros son algo que todo cristiano puede reavivar en sí mismo a través de una vida solícita de fe, de esperanza y de caridad y, de esta manera, llegar a una cierta experiencia de Dios» (Carta Orationis formas, de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, n. 25, 15-X-1989). Recordemos que, desde el bautismo y mientras permanecemos en gracia santificante, poseemos todos los dones del Espíritu Santo.
[5] Aunque tienen matices que las diferencian, aquí emplearemos indistintamente los vocablos mística y contemplación. Así, san Juan de la Cruz: «Esta noche es la contemplación en que el alma desea ver estas cosas. Llámala noche porque la contemplación es oscura, que por eso la llama por otro nombre mística teología, que quiere decir sabiduría de Dios secreta o escondida» (Cántico B, canción 39, n.º 12).
[6] «Se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no solo serían cristianos mediocres, sino cristianos con riesgo. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos» (SAN JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo millennio ineunte, n.º 34).
[7] «El puro ascetismo, sin amor, ha fracasado siempre en la historia del cristianismo» (MELQUIADES ANDRÉS, Historia de la mística en la edad de oro en España y América, BAC, Madrid 1994, p. 127).
[8] Por examen particular se entiende la concreción de alguna meta espiritual: desarraigar un hábito, crecer en una virtud, rezar determinadas oraciones, etc.
[9] San Josemaría Escrivá enseña un modo concreto de vencer desde la óptica de la mística: «Si queréis aprender de la experiencia de un pobre sacerdote que no pretende hablar más que de Dios, os aconsejaré que cuando la carne intente recobrar sus fueros perdidos o la soberbia —que es peor— se rebele y se encabrite, os precipitéis a cobijaros en esas divinas hendiduras que, en el Cuerpo de Cristo, abrieron los clavos que le sujetaron a la Cruz, y la lanza que atravesó su pecho. Id como más os conmueva: descargad en las Llagas del Señor todo ese amor humano... y ese amor divino» (Amigos de Dios, n.º 302).
[10] Id. Surco, n.º 452.
[11] Camino, n.º 409.
[12] SANTA TERESA DE JESÚS, Moradas 5, c. 2, n.º 9.
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