Esther Juliana Vargas Arbeláez

Autonomía universitaria y capitalismo cognitivo


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y, en consecuencia, se presta de árbitro frente a las irregularidades del establecimiento.

      Poco o nada queda de esta idea de los intelectuales como “magistratura que se manifestaba en el espacio público y proclamaba su incumbencia en lo referente a la verdad, la razón y la justicia” (Altamirano, 2013, p. 20). No solo se ha puesto en entredicho tal concepción por cuenta de los estudios críticos de la ciencia y de la sociología del conocimiento,4 sino sobre todo —y sin mucha teoría mediando, más bien por cuenta de las dinámicas de producción de capital— el intelectual ya no representa una “especie de categoría social exaltada” (p. 22), porque su principal patrimonio, el conocimiento, se ha diluido en la forma de producción más básica y corriente en el capitalismo posfordista (acaso también con ello se haya diluido su modesto protagonismo político).

      Este fenómeno es el que intenta abordar este libro, a saber, la nueva configuración del saber institucionalizado, de la universidad, y su relación con las acciones políticas en los tiempos del capitalismo cognitivo. Las páginas siguientes —en esta sección— tienen la intención de delinear la manera en que se ha transformado el papel del conocimiento en el sistema productivo y, a la postre, en la vida política.

      La tesis del capitalismo cognitivo nace en el seno de la corriente italiana de los autonomistas5 —antes llamados operaístas—, quienes han descrito ampliamente el tránsito del capitalismo industrializado al posindustrializado (o posfordista), el cual está determinado —como más o menos lo predijo Marx (1953b/2007)— por el “abandono de la fábrica” y el desplazamiento de la producción del capital a la fuerza del trabajo cognitivo. La estructura capitalista actual depende de la producción de bienes inmateriales que circulan y se consumen —ideas, códigos, intercambio de información, etc.—. El trabajo inmaterial se define como “la labor que produce el contenido informacional y cultural de una mercancía” (Lazzarato, citado en Virno & Hardt, 1996, p. 133) y actualmente es por lo que se paga más dinero.

      Por ello, el sistema productivo ha pasado de depender de la generación de capital gracias a la industrialización, a concentrarse en el capitalismo cognitivo. En el marco de esa forma de producción, que adopta las formas virtuosas de la acción política (Virno, 2003b), la pregunta es por el lugar de los “intelectuales” o, más precisamente, de la universidad. El rol de la universidad en el sistema posfordista es de orden eminentemente operativo: los académicos producen ciencia o analizan los fenómenos sociales en un vértigo de producción y con unos estándares de calidad que están más cercanos al trabajo de oficinistas que de académicos. Los miembros de la comunidad universitaria se han transformado en productores en serie de artículos, formadores de nuevos productores de conocimiento o “transistores” de información. ¿Qué pasa con la universidad en este contexto? ¿Cómo se reconfigura su papel en la sociedad? Más aún ¿qué pasa con la relación entre el saber científico y la acción política? El trabajo de Gigi Roggero (2011) muestra las implicaciones de la captura del “conocimiento vivo” por parte del sistema productivo posfordista, que ha dejado a la universidad desprovista de una dimensión política y subsumida por el sistema productivo capitalista. La universidad se ha integrado, como agente activo de producción, al capitalismo cognitivo. Esa, que es una realidad del orden de la estructura de producción de capital en la sociedad actual, expone la necesidad de preguntarse nuevamente por la dimensión política del conocimiento y de la universidad.

      Roggero (2011) se ha concentrado en el problema del conocimiento y las instituciones, la universidad y lo común. Este autor se pregunta por la forma como ha mutado la producción de conocimiento dentro de los linderos de una de sus formas institucionales —la universidad— considerando el protagonismo que esta adquirió en el capitalismo posindustrializado. Básicamente, el problema del conocimiento, según este autor, es que sufre una objetivación análoga a la que describía Marx (1953b/2007) sobre el trabajo vivo; esto es: el conocimiento ya no es el producto de una potencia creativa “libre” —o sea, no es conocimiento vivo—, sino que está en la línea de producción en serie que enajena a su creador —antes el proletario, ahora el cognitario—.

      Consecuencia de esto es que el conocimiento debe “escapar” de las formas de sujeción, según Roggero (2011), y debe instaurarse dentro de las “instituciones de lo común”, que están en los bordes de la universidad. Para este efecto Roggero, como varios autonomistas italianos, hacen eco de los conceptos de fuga y nomadismo, traídos del posestructuralismo francés. En el caso colombiano, el filósofo Carlos Enrique Restrepo (2012, 2013, 2014) defendió una crítica sistemática al capitalismo cognitivo en la universidad y respaldó la idea de una universidad nómada.

      Simultáneamente, el problema de la idea de universidad contemporánea es que la universidad sigue románticamente funcionando en torno de una estructura en la práctica caduca —inspirada en la modernidad alemana— (su lugar en la sociedad anhelada por Humboldt, la separación de las facultades inspirada en Kant, el espacio de deliberación de Habermas, etc.6); pero, en la práctica, es un agente de la dinámica capitalista, toda vez que tiene como objeto la formación para la producción, esto es, para el trabajo cognitario; además, la universidad ha integrado la estructura y dinámicas de producción en serie, otrora propias de la fábrica (producción bibliográfica vertiginosa, evaluación de rendimiento, tareas administrativas, etc.).

      Ahora bien, frente a este complejo estado de cosas (no estrictamente sobre la universidad, sino sobre el capitalismo cognitivo que incluyen problemas de orden político, económico y el papel del conocimiento), varios autonomistas han propuesto —en general— como solución la nomadización. Dicho de otra forma, los autonomistas son tales porque defienden la autonomía de la potencia creativa con respecto de toda sujeción productiva del posfordismo (Berardi, 2003a).

      Ya tratándose del conocimiento en la universidad, Roggero examina la nomadización del conocimiento como la forma activa de esa autonomía por fuera de la estructura tradicional universitaria (además de abandonar la clásica discusión sobre lo público y lo privado en la educación superior). En suma, la acción política de resistencia es la nomadización, la fuga. A estos lugares del conocimiento en el borde de la universidad es a lo que Roggero llama las instituciones de lo común.

      Frente a esta situación problemática que tiene componentes administrativos (cuando aparece la pregunta por la universidad normalmente se recurre a pensar el asunto de la financiación —pública o privada—, los criterios de calidad y de acreditación, su vínculo con la productividad de una nación, entre otros asuntos, llamémoslos, sociológicos), también (la situación problemática) invita a la reflexión filosófica. En concreto, este es un estudio que, disciplinarmente, se encuentra entre la filosofía política y la filosofía de la educación. Dadas las condiciones actuales que plantea el capitalismo cognitivo a la universidad, preguntarse por esta institución supone un cuestionamiento político.

      En el apartado anterior se recapituló de forma breve sobre el problema y, más concretamente, sobre las alternativas en relación con la universidad en fuga, la universidad en los bordes, la universidad nómada. Estas alternativas no carecen de fundamento filosófico y han tenido despliegues en la práctica (el caso de Uni-Nómada es uno de ellos). La alternativa por la preservación de la autonomía del conocimiento (que Roggero llama el conocimiento vivo) no parece, según estas apuestas, tener mucho campo en una institución universitaria, presa de la instrumentalización para los propósitos productivos —y solo para ellos— y el detrimento de la formación y actividad política entre los estudiantes. En tiempos en los que ya ni los movimientos estudiantiles parecen tener peso contra la supraestructura político-productiva del capitalismo cognitivo, ¿para qué, aún, la universidad? ¿Para qué persistir en su defensa, en empoderar su resistencia, en defenderla del cerco mercantilista?

      La