nombres de Dios, entonces, tienen el propósito de expresarlo a Él; ellos exponen Sus perfecciones y dan a conocer las diferentes relaciones que Él sostiene con los hijos de los hombres y con Su propio pueblo favorecido. El propósito de los nombres es describir a su propietario. Por ello, cuando Dios creó a Adán y le dio dominio sobre el mundo visible, Él trajo a Adán las bestias del campo y las aves del cielo, para que él las nombrara (Génesis 2:19). De la misma manera, podemos aprender lo que Dios es a través de los nombres y títulos que Él ha tomado. Por medio de ellos, Dios Se describe a Sí mismo, a veces por una de Sus perfecciones, a veces por otra. Este es un campo de estudio muy amplio, no podemos por tanto decir más aquí. Estamos seguros que el buscador diligente y lleno de oración, encontrará este tema digno de fructífera investigación.
Lo dicho anteriormente sirve para indicar la importancia del aspecto actual de nuestro tema. Lo que el Espíritu Santo es en Su Persona Divina y Su carácter inefable se nos da a conocer por medio de los muchos nombres y títulos variados que se Le conceden en las Sagradas Escrituras. Un volumen completo, en lugar de un breve capítulo, bien podría dedicarse a su contemplación. Que seamos guiados Divinamente en el uso del espacio limitado que ahora está a nuestra disposición para escribir lo que magnificará a la Tercera Persona en la Santísima Trinidad y servirá como un estímulo para que nuestros lectores den un estudio más cuidadoso y una santa meditación a esos títulos de Él que no podemos considerar aquí. Posiblemente, podamos ayudar más a nuestros amigos dedicando nuestra atención a aquellos que son más difíciles de comprender.
El Espíritu Santo es designado por una gran cantidad de nombres y títulos en las Escrituras que claramente evidencian tanto Su personalidad como Su Deidad. Algunos de ellos son propios de Él, otros los tiene en común con el Padre y el Hijo, en la esencia indivisa de la naturaleza Divina. Mientras que en el maravilloso plan de la redención, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo Se nos revelan bajo distintos caracteres, mediante los cuales se nos enseña a atribuir ciertas operaciones a uno más inmediatamente que a otro, sin embargo, la agencia de cada uno no es para ser considerados tan distantes sino que cooperan y concurren. Por esta razón la Tercera Persona de la Trinidad es llamada Espíritu del Padre (Juan 14:26) y Espíritu del Hijo (Gálatas 4:6), porque, actuando en conjunto con el Padre y el Hijo, las operaciones del uno son en efecto las operaciones del otro, y en conjunto resultan de la esencia indivisible de la Deidad.
Primero, se le denomina «El Espíritu», lo cual expresa dos cosas. En primer lugar, Su naturaleza Divina, porque «Dios es Espíritu» (Juan 4:24); como bien lo expresan los Treinta y nueve artículos de la Iglesia Episcopal, «sin cuerpo, partes, ni pasiones”. Él es esencialmente puro, es un Espíritu incorpóreo, distinto de toda sustancia material o visible. En segundo lugar, Su modo de operación en los corazones del pueblo de Dios, es comparado en la Escritura con el «aliento» o el movimiento del «viento» (ilustraciones adecuadas de este mundo inferior, ya que son elementos invisibles y vitalizadores). «Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán» (Ezequiel 37:9). Por eso fue que en Su descenso público en el día de Pentecostés, «de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados» (Hechos 2:2).
Segundo, se Le llama eminentemente «El Espíritu Santo», que es Su denominación más habitual en el Nuevo Testamento. Se incluyen dos cosas. Primero, se tiene respeto por Su naturaleza. Jehová es distinguido de todos los dioses falsos de esta manera: «¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad…?» (Éxodo 15:11). De la misma manera el Espíritu es llamado Santo, para denotar la santidad de Su naturaleza. Esto aparece claramente en Marcos 3:29-30, «pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno. Porque ellos habían dicho: Tiene espíritu inmundo» (se contrasta aquí Su naturaleza inmaculada, con la del espíritu inmundo) Observe también cómo este versículo también proporciona una prueba clara de Su personalidad, porque el «espíritu inmundo» es una persona, y si el Espíritu no fuera una Persona, no se podría hacer oposición comparativa entre ellos. Así también vemos aquí Su Deidad absoluta, ¡porque sólo Dios podría ser «blasfemado»! En segundo lugar, este título considera Sus operaciones y eso en lo que se refiere a todas Sus obras, porque toda obra de Dios es santa, al endurecer y cegar, al igual que al regenerar y santificar.
Tercero, se le llama «buen Espíritu» de Dios (Nehemías 9:20). «Tu buen espíritu» (Salmo 143:10). Él es designado así principalmente por Su naturaleza, que es esencialmente buena porque «Ninguno hay bueno sino uno: Dios» (Mateo 19:17); así también de Sus operaciones, porque «el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad» (Efesios 5:9).
Cuarto, se le llama el «espíritu noble» (Salmo 51:12), así designado porque es un Dador sumamente generoso, otorgando Sus favores solidariamente como Le place, literalmente, y sin reproche; también porque es Su obra especial liberar a los elegidos de Dios de la esclavitud del pecado y de Satanás, y llevarlos a la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Quinto, se le llama «Espíritu de Cristo» (Romanos 8:9) porque fue enviado por Él (Hechos 2:33) y como promotor de Su causa en la tierra (Juan 16:14).
Sexto, se Le llama «Espíritu del Señor» (Hechos 8:39) porque posee autoridad Divina y requiere nuestra sumisión sin vacilaciones.
Séptimo, se Le llama «el Espíritu eterno» (Hebreos 9:14). «Entre los nombres y títulos por los que se conoce al Espíritu Santo en las Escrituras, el de ‘el Espíritu eterno’ es Su apelación peculiar, un nombre que, a primera vista, define con precisión Su naturaleza y lleva consigo la prueba más convincente de la Divinidad. Nadie más que «el Alto y Sublime, el que habita la eternidad», puede ser llamado eterno. De otros seres, que poseen una inmortalidad derivada, se puede decir que como fueron creados para la eternidad, pueden disfrutar, a través de la benignidad de su Creador, una futura duración eterna. Pero esto difiere tan ampliamente como lo es el este del oeste, cuando se aplica a Aquel de Quien estamos hablando. Solo de Él, Quien posee una auto existencia no derivada, independiente y necesaria se puede decir, ‘el que es y que era y que ha de venir’, excluyendo a todos los demás seres, que es eterno» (Robert Hawker).
Octavo, se le llama «el Paracleto» o «el Consolador» (Juan 14:16) para lo que no se puede dar una mejor traducción, siempre que se tenga en cuenta el significado en español de la palabra. Consolador significa más que Consolador. Se deriva de dos palabras en latín, corn «junto a» y fortis «fuerza». Por lo tanto, un «consolador» es alguien que está al lado del necesitado para fortalecer. Cuando Cristo dijo que Le pediría al Padre que Le diera a Su pueblo «otro Consolador», dio a entender que el Espíritu tomaría Su propio lugar, haciendo por los discípulos, lo que Él había hecho por ellos mientras estuvo con ellos en la tierra. El Espíritu nos fortalece de diversas maneras: Nos consuela cuando estamos abatidos; nos da gracia cuando estamos débiles o tenemos temor, y nos guía cuando estamos turbados.
Cerramos este tema con unas pocas palabras de la pluma del difunto J. C. Philpot (1863): «Que nadie piense que esta doctrina de la distintiva Personalidad del Espíritu Santo es una mera contienda de palabras, o un asunto sin importancia, o una discusión sin provecho, que podemos aceptar o dejar, creer o negar, sin dañar nuestra fe o esperanza. Por el contrario, deje que esto quede grabado firmemente en su mente, que si niega o no cree en la Personalidad del Espíritu bendito, niega y no cree con ella la gran verdad fundamental de la Trinidad. Si la doctrina de usted no es sólida, entonces su experiencia es una ilusión, y su práctica una imposición».
Tememos que el terreno que ahora vamos a pisar será nuevo y extraño para la mayoría de nuestros lectores. En las ediciones de Studies in the Scriptures [Estudios de las Escrituras] de enero y febrero de 1930, escribimos dos artículos bastante extensos sobre «El pacto eterno». En ellos consideramos principalmente la conexión entre el Padre y el Hijo: ahora vamos a abordar la relación