de la fe católica en el sentido de un apostolado terrenal. Los Jesuitas apuntaban con ello a conseguir una presencia a nivel mundial y a establecer misiones en los rincones y confines más alejados del globo, diferenciándose así de manera radical de las órdenes monacales tradicionales, ya que, según su consigna, «Encontrar a Dios en todas las cosas» («En todo amar y servir»), no se apoyaban en instituciones monacales para la autocontemplación introspectiva y para el culto divino, sino que enviaban a sus representantes por todo el mundo, dirigidos de forma centralizada y organizados por su punto de apoyo principal en Roma y bajo el dominio supremo del Papa, al que únicamente estaban sometidos. Especialmente la zona asiática (China, las Filipinas y, en parte, la India) y el Nuevo Mundo se convirtieron en los puntos principales de las operaciones jesuitas (de forma extensa y detallada sobre esto Haub, 2007).
A principios del siglo XVII los Jesuitas fundaron una misión en Paraguay, que pronto creció y se convirtió en un asentamiento del cual más tarde surgiría el mal afamado «Estado jesuita». En la actual Bolivia se establecieron a partir de 1667 y 1769 las misiones provinciales de Chiquitos y Mojos. En 1683 los Jesuitas, procedentes de Quito, atravesaron los Andes y se instalaron en las selvas a orillas del río Marañón, que es una de las principales fuentes fluviales del Amazonas. En 1740 llegaron a Argentina, mientras que a México ya habían llegado en 1572. En el año 1697 misioneros jesuitas alcanzaron la Baja California y en 1721 la actual provincia de Nayarit (Hausberger, 1995).
Francisco Javier o Xavier viajó como primer Jesuita a la India (1540) y después a Japón (1549) y a China, donde murió en 1552. Su ejemplo fue seguido por multitud de jóvenes de toda Europa a lo largo de los siglos, aunque sólo a una parte de ellos les era concedido el permiso de desplazarse a Asia, porque la Evangelización de América se consideraba exactamente igual de importante, aun cuando las circunstancias culturales fueran allí muy distintas y se requirieran unas capacidades manifiestas para crear en aquellas selvas vírgenes o en aquellos desiertos asentamientos que permitieran la supervivencia y por los que se sintiera atraída la población autóctona para escuchar la palabra de Dios y finalmente ser bautizada. En China, por el contrario, predominaba desde hacía tiempo una cultura de elite, a la que sólo padres jesuitas extraordinariamente bien formados podían enfrentarse, a ellos pertenecía de forma especial el italiano Matteo Ricci (1552-1610) (Hollis, 1968).
Naturalmente, todo esto no son sino trazos de una historia extremadamente compleja que ha sido estudiada por numerosos investigadores (Sommervogel, 1890; Mitchell, 1980; Malachi, 1987; O’Maley, 2006). Lo que se ha revelado como interesante desde el punto de vista germánico es que, desde principios del siglo XVIII y de forma cada vez más numerosa, jesuitas de habla alemana, es decir, hombres procedentes de las zonas del sur de Alemania, que incluyen a las actuales Suiza, Austria, Bohemia y Croacia, eran enviados a las misiones. Hasta este momento, sin embargo, habían sido vistos con desconfianza, sobre todo desde la perspectiva española e italiana, ya que procedían de aquel país en el que la Reforma protestante había ganado un peso preponderante (Meier, 2007). Pero las zonas del norte de México, la actual provincia de Sonora y el estado americano federal de Arizona suponían un desafío extraordinario en relación con las condiciones climáticas y por la actitud hostil de algunas tribus indias, especialmente de Apaches y Seris. A pesar de todas las dificultades, los Jesuitas perseveraron, lucharon para continuar en dirección norte, se esforzaron sin descanso por la ampliación de sus misiones y por la conversión de los indios, a los que enseñaron modernas técnicas de cultivo, instruyeron tanto de forma lingüística como teológica, transmitieron un saber técnico y artesano y a los que ellos, en suma, estaban empeñados en vincularse.
A todos estos aspectos, ya sean las experiencias transculturales, las publicaciones de los autores jesuitas, extensas y la mayoría de las veces provistas de un marcado e impecable carácter científico, ya sean los conflictos político-religiosos mantenidos sobre todo con los propietarios españoles de las plantaciones y las minas y con los representantes de las órdenes de los Dominicos y los Franciscanos, que finalmente condujeron a la derogación universal de la orden de los Jesuitas, a todos estos aspectos, decíamos, hemos dedicado una gran atención porque aportan una clave importante para la comprensión global de las circunstancias históricas en el siglo XVIII, también desde el punto de vista de la historia de las mentalidades (Classen, 1997c). Pero aún deberíamos considerar más importante el hecho de que los misioneros redactaran en su tiempo libre, después de su expulsión, durante su arresto o en los años posteriores a su liberación, extensas disertaciones. Por ejemplo, tratados geográfico-antropológicos, enciclopedias o ensayos religioso-misioneros, en los cuales ponían en palabras aspectos en parte personales, en parte eruditos, con los que conseguían salir, al menos parcialmente, de su posición tan aislada y tomar parte en el discurso científico. En algunos casos incluso hallamos profusas correspondencias que nos ofrecen perspectivas muy personales.
En efecto, a nosotros no nos interesan tanto los temas religiosos o económicos, sobre los que la mayoría de las veces está puesto el punto de mira en estos textos, como las observaciones particulares que hacían los misioneros alemanes mientras permanecían en España a la espera de poder ser trasladados a México. La mayoría de ellos pasaron muchos meses en Cádiz o en Sevilla, porque los costes del transporte eran muy altos, el espacio en los barcos muy escaso y el viaje en sí mismo, la mayoría de las veces, realmente peligroso. Los misioneros pasaban su tiempo aprendiendo español, esforzándose en conocer el país, dedicándose a estudios generales, orando, ampliando su formación como sacerdotes o preparándose para su futura actividad como misioneros. Aquí se nos ofrece una oportunidad excepcional para rastrear experiencias transculturales en un contexto europeo y, especialmente, para investigar sobre la cuestión de cómo reaccionaron los Jesuitas alemanes ante el mundo español, cómo reflexionaron sobre sus encuentros y cómo fueron ellos mismos a su vez aceptados o juzgados por los españoles (sobre la transculturalidad, véase Welsch, 2000).
PHILIPP SEGESSER: UN JESUITA SUIZO EN ESPAÑA
Las cartas personales que el jesuita suizo Philipp Segesser (1689-1762) envió durante toda su vida a su familia en Suiza representan una de las mejores oportunidades para realizar un estudio imagológico y de historia de las mentalidades. A través de esta correspondencia podemos seguir la formación de un joven jesuita que recaló en el Nuevo Mundo a los cuarenta años, una edad relativamente tardía, y que allí desempeñó su labor de misionero hasta su muerte de una forma muy exitosa. A día de hoy disponemos incluso de una copia electrónica de las cartas1 y de una traducción al inglés que será próximamente publicada (A. Classen). La primera transcripción de las cartas, de las que existe una copia en Tucson, en el archivo del Museo Estatal de Arizona, ubicado en la Universidad de Arizona, la llevó a cabo Heiko Schmuck y, partiendo de ellas, trazó un esbozo biográfico basado en datos históricos para su tesis doctoral, que más tarde apareció publicada como libro (2004). Hausberger, sin embargo, ya ofrecía los datos biográficos esenciales de Segesser junto a los del resto de misioneros jesuitas de habla alemana, y presentaba la obra completa de Segesser, que registró de forma precisa en archivos. Podemos tomar aquí como referencia estos datos de manera fiable:
Philipp Segesser fue el tercero de los 17 hijos del concejal y regidor de Lucerna Heinrich Ludwig Segesser y de su mujer, Maria Katharina Rusconi. A la temprana edad de diez años, y siguiendo el modelo de San Francisco Javier, ya quería trabajar en la India como misionero, y así ingresó el 14 de octubre de 1708 en la orden de los Jesuitas de Landsberg, en la provincia del sur de Alemania. De 1719 a 1722 estudió, entre otros lugares, en Ingolstadt, donde fue ordenado como sacerdote el 8 de junio de 1721, y el 2 de febrero de 1726 hizo profesión de los cuatro votos (professio quattuor votorum). Ese mismo año fue elegido para ir a la misión de Paraguay, pero después fue sustituido por otro padre debido a la insatisfacción que con su trabajo tenía el general de la orden. Fue en mayo de 1729 cuando abandonó por primera vez su tierra natal para ir a México. Al año siguiente encontró su país de destino, donde coincidió con su compatriota de Lucerna Johann Anton Balthasar.
Hausberger no muestra en realidad ningún interés por las vivencias, si es que podemos denominarlas así, que Segesser tuvo en España, ya que su objetivo principal consistía en seguir