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Guerra y viaje


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que reinó entre los años 493 y 526. Es sabido que había irrumpido en el norte de Italia por encargo de Zenón, emperador de Oriente, de quien era magister militium et patricius. Después de sitiar Rávena durante dos años –lo cual luego, en las leyendas de Dietrich, se convertirá en la Rabenschlacht–, Teodorico pactó con Odoacro la repartición de la soberanía, pero pronto rompió el acuerdo, asesinó a Odoacro y asumió el gobierno absoluto. A pesar de esta ruptura del pacto al principio de su mandato, Teodorico consiguió por otra parte, mediante su Edictum Theoderici, una situación jurídica de seguridad territorial totalmente atípica para la época de las migraciones germánicas, que tenía validez para todos los vasallos de su reino, ya fueran godos o no.7 El reinado de Teodorico en Italia puede ser considerado como un intermezzo de relativa seguridad y paz en medio de una época caracterizada por el caos en general. Sin embargo, los acontecimientos históricos se contradicen con el Cantar de Hildebrand, dado que ahí es Teodorico quien «huyó del odio de Odoacro». Así pues, por de pronto aquí puede constatarse que pese a su imbricación en el contexto histórico de las migraciones y del reinado de Teodorico en Italia, el Cantar de Hildebrand no describe acontecimientos históricos auténticos.

      Es fundamental para la teoría de la cultura de la memoria reconocer que con el recuerdo del pasado no se transmite, en el sentido de la historiografía, la manera en que la historia transcurrió realmente, sino que mediante el recuerdo se construye una imagen determinada de la historia. Esta construcción tiene lugar en la memoria individual, pero se realiza también en los planos social y colectivo. Así, la pertenencia a una determinada generación es constitutiva para la memoria social:

      Cada generación construye su propio acceso al pasado, y no se deja imponer la perspectiva de las generaciones anteriores (...) Los roces en la memoria social se deben a los diferentes valores y necesidades [énfasis del autor] típicos de cada generación, que forman el correspondiente marco para la memoria (Assman 2006: 27).

      Si se admite un concepto relativamente amplio de memoria cultural, éste podría definirse de la siguiente manera:

      La «memoria colectiva» es un superconcepto para todos los procesos de tipo orgánico, medial e institucional que son importantes para la influencia mutua entre el pasado y el presente en contextos socioculturales (Erl, 2005: 5 y ss.).

      Pero ¿qué significa esto para el Cantar de Hildebrand? Como ya hemos visto, esta obra no representa un puro relato de acontecimientos históricos. Sin embargo, tiene una pretensión de historicidad cuando se dice al principio: «Ik gihorta dat seggen» («Oí contar»), donde Seggen no sólo significa aquí «decir», en el sentido de «hablar», sino que también es «la transmisión de realidad» (Hennig, 1965: 495), mientras que dat «expresa la seguridad de que lo que ahora sólo se puede expresar en palabras fue una vez una realidad externa» (Hennig, 1965: 496). El «poeta no deja lugar a dudas sobre la veracidad de lo que ha oído y nos transmite (...) Evoca en la memoria», pero no una facticidad histórica. Lo que lleva a cabo el Cantar de Hildebrand es una «transmisión de lo histórico profundizado en el recuerdo» (Hennig, 1965: 496). La pregunta fundamental es qué valores y necesidades sociales y colectivos forman el marco del recuerdo en el Cantar de Hildebrand. ¿Qué interés tenía la sociedad noble carolingia del siglo IX por la poesía heroica germánica, un interés tan grande como para plasmar por escrito un tema nada cristiano en un manuscrito teológico? Dicho en otras palabras: ¿qué verdad se transmite aquí si no es una verdad histórica fáctica?

      una historia que reorganiza los hechos en el sentido de una reconstrucción narrativa, que aquí incluso invierte los papeles (...) y que según el testimonio del Cantar de Hildebrand tiene que remontarse a antes del siglo IX (Haubrichs, 2000: 357).