o los aspectos y reivindicaciones que prioriza. Todo esto lleva a que hoy ya no podamos hablar de feminismo, en singular, sino de feminismos, en plural, y se haga necesario un diálogo abierto entre las diferentes tendencias sin excluir, pero también sin absolutizar.
No es esta la ocasión de detenerse en la explicación del desarrollo de los movimientos feministas3, pero sí la de señalar la oportunidad y vigencia tanto de sus reivindicaciones políticas y sociales como del corpus teórico que lo sustenta. Aunque, como todo en la vida, tenga también sus excesos, el feminismo, en sus diferentes formulaciones, desafió la «neutralidad de la realidad» aceptada, afirmando que nuestra percepción de ella está siempre situada y contextualizada. Todo lo que vivimos está condicionado por nuestro horizonte cultural: nuestros valores, nuestras relaciones, el modo de darles sentido, el entorno en que vivimos.
Desde esta percepción, el feminismo fue cayendo en la cuenta de que esa parcialidad con que percibimos la realidad muchas veces jugaba en contra de las mujeres. Y comenzó a cuestionar muchos a priori que se daban por naturales y que, sin embargo, eran una construcción cultural. Uno de los más significativos fue el que se refería a la construcción social alrededor de las diferencias sexuales.
Desde la antigüedad, los sistemas sociales se fueron construyendo a partir de la preeminencia del varón frente a la mujer –lo que la teoría feminista denominó patriarcado–, que suponía su subordinación e invisibilización. El varón emergía así como la figura capaz de gobernar, desarrollar la cultura o legitimar los cambios sociales, y la mujer, salvo excepciones, asumía los roles de la maternidad y del cuidado del hogar, manteniéndose a la sombra o custodiando los sueños que los varones anhelaban.
Darse cuenta de esta situación y de las consecuencias que tenía para la vida de las mujeres llevó a muchas de ellas y a algunos hombres a denunciar la desigualdad y la parcialidad con que se asignaban los roles y los espacios en las sociedades y a cuestionar los discursos teóricos que las sustentaban (diferencias de género). La categoría de género incluye, por un lado, la realidad biológica del ser humano, pero, por otro y principalmente, una realidad social y política que repartió el poder y los roles de forma desigual entre varones y mujeres, por lo que no es indiferente a los referentes simbólicos con que se identifica en una cultura a cada uno de los sexos.
Descubrir que las diferencias sexuales no eran solo una cuestión biológica, sino que sobre ellas se había ido construyendo un modo de percibir el mundo y, sobre todo, de configurar las relaciones sociopolíticas, fue una verdadera revolución que implicó un cambio progresivo de paradigma que iba a afectar a toda la cosmovisión de la realidad. El nuevo paradigma que emergía en la acción y de la reflexión que se fue definiendo como feminista ponía en cuestión muchas creencias, símbolos e ideas, tocando todos los aspectos de la realidad y, por supuesto, también la religión.
En ese humus fue emergiendo a lo largo del siglo XX la teología feminista como una urgencia de repensar también la fe desde el nuevo paradigma. A esto ayudó el hecho de que cada vez más mujeres completaban estudios teológicos e incluso –sobre todo en el ámbito anglosajón– conseguían cátedras de teología en la universidad. Su experiencia vital, su mirada concreta a la realidad y la religión fue configurando un modo diferente de hacer teología, que implicaba también un replanteamiento de la liturgia, de la moral y, cómo no, del modo vigente de organizarse la vida eclesial.
Es importante caer en la cuenta de que el genérico masculino no lo expresa todo y que la aparición de la voz femenina en la teología posibilita la palabra ausente y enriquece la reflexión creyente, que sin duda ya no se puede entender si no se incluye a las mujeres como sujetos de pensamiento y palabra4.
Los años ochenta fueron el momento en que la presencia de las mujeres en la teología se hizo más patente, tanto en las publicaciones como en los espacios académicos. A pesar de ello seguía siendo evidente la desigualdad de oportunidades tanto en el reconocimiento de la cualificación profesional como en las posibilidades de acceso a los centros de estudio y a la enseñanza de las diferentes disciplinas teológicas.
Como señala Felisa Elizondo, esto suponía una incongruencia eclesial, porque la Iglesia «debería mostrar una sensibilidad mayor respecto a las cuestiones que afectan a la justicia y a la dignidad»5, e incluir a las mujeres como partners en la reflexión sobre la fe es de justicia y un modo de reconocer la igual dignidad de las mujeres en la vida y en la Iglesia.
Con todo, los estudios feministas que las mujeres introducen en la exégesis y la teología remueven los cimientos de las instituciones académicas nacidas en el seno de las Iglesias, ocupadas durante siglos únicamente por varones. Como afirmaba categóricamente Elisabeth Schüssler Fiorenza por aquellos años:
Los estudios feministas intentan sustituir el modelo patriarcal de las instituciones académicas por una visión feminista del mundo, de la vida y de la fe cristiana. Estos estudios se orientan a un sistema de investigación y enseñanza dialogal, participativo y no jerárquico, que tenga en cuenta los dones y talentos de todos los universitarios y estudiantes de teología. Más que la admisión de mujeres en el mundo académico y el reconocimiento de la aportación femenina del pasado y del presente al campo intelectual, exigimos una revisión y reestructuración de los actuales sistemas teóricos, totalmente basados en las producciones y experiencias de los hombres cultivados6.
Hoy la teología feminista tiene ya un largo recorrido como disciplina, pero todavía para mucha gente es muy desconocida e incluso, a veces, ignorada. El calificativo feminista suscita cierta prevención en algunos ámbitos religiosos, pero el trabajo serio y riguroso de muchas teólogas –y algunos teólogos– ha ido posibilitando que el enfoque feminista en la reflexión teológica se vaya teniendo en cuenta y que se vayan reconociendo los aportes que ese modo de investigar y reflexionar ofrece al conjunto de la teología.
Sin duda, el enfoque de género y los principios feministas que alimentan la teología feminista están suponiendo la incorporación de nuevas perspectivas epistemológicas que no solo enriquecen la reflexión académica, sino que abren cauces para la incorporación de la experiencia de fe de las mujeres en la vida eclesial. Además, su incorporación al pensamiento teológico desde situaciones vitales y contextos diferentes de los que habitualmente proceden los teólogos permite incorporar nuevas preguntas, metodologías diversas y situarse con una perspectiva nueva a los temas clásicos, a los conceptos tradicionales que han tejido habitualmente el quehacer teológico.
De hecho, la teología feminista impulsa un nuevo paradigma teológico desde el que revierte la exclusividad androcéntrica para habitar una realidad inclusiva tanto antropológica como social y eclesial. En este sentido, por ejemplo, es destacable la importancia que se le dio, ya en los años setenta, al estudio exegético y teológico de los primeros capítulos del Génesis; era necesario releer desde un marco diferente el dato revelado de la creación del ser humano y deconstruir las interpretaciones que a lo largo de los siglos habían justificado la inferioridad de las mujeres y naturalizado los roles que varones y mujeres debían ejercer según el sexo que se les había concedido7.
No podemos hablar aquí de todas las cuestiones que la teología feminista está hoy planteando desde las diferentes disciplinas, contextos y sensibilidades ni presentar todo el trabajo que cada vez más mujeres están realizando en el mundo como teólogas feministas, y de todos los aportes que están haciendo dentro de las diferentes comunidades religiosas. Por eso nos centraremos solo en el ámbito del cristianismo y en los aspectos que quizá puedan ayudar a comprender mejor la importancia que tiene hacer teología desde el compromiso con la liberación y el empoderamiento de las mujeres, incluyendo sus luchas y anhelos en la reflexión sobre la fe, la espiritualidad y la conducta moral.
Quizá estas páginas puedan servir para abrir un espacio de diálogo en la comunidad de fe que ayude a superar ideas preconcebidas, juicios rápidos sobre un modo de hacer teología que quiere ser inclusiva, pero también crítica, con todo discurso que ignore la experiencia de las mujeres, las invisibilice desde una falsa neutralidad académica o se apoye en a priori sociales, culturales o religiosos que silencian su voz y su memoria.
1