la teoría de la protoindustrialización, desarrollada por aquellos mismos años por, además de Mendels, Peter Kriedte, Hans Medick y Jürgen Schlumbohm. Son, por decirlo así, desarrollos ulteriores de sus dos libros, en diálogo o debate con las aportaciones historiográficas del momento, como lo serán también, ya en Valencia, su introducción al debate Brenner, publicado inicialmente en Past and Present y traducido parcialmente en la revista Debats; su presentación del congreso de Roma sobre el feudalismo mediterráneo y también traducido parcialmente en la misma revista; y su contribución al congreso de Zaragoza sobre Señorío y feudalismo en la Península Ibérica: «Economía y sociedad feudo-señorial: cuestiones de método y de la historiografía medieval», en la que, además de reclamar una aproximación conceptual más elaborada al feudalismo, arremetía contra la aversión del medievalismo español a la reflexión teórica y metodológica.
En Valencia, donde sigue residiendo, Iradiel ha pasado cuarenta años. Aquí ha desarrollado la mayor parte de su obra, ha hecho escuela y ha dotado a ambas de una gran proyección internacional, especialmente en el campo de la historia económica, que es también, en estos tiempos de declive de la disciplina, el principal signo distintivo del Departamento de Historia Medieval de la universidad valenciana. En el momento de su llegada, en 1981, la Universidad de Valencia no era ningún páramo. Todavía era patente la huella de los discípulos de Vicens Vives –Joan Reglà, en historia moderna; Emili Giralt, en historia contemporánea; Josep Fontana y Ernest Lluch, en historia económica–, quienes, junto con otros destacados catedráticos –Miquel Tarradell, en prehistoria y arqueología, y José María Jover, también en historia contemporánea– y del ensayista Joan Fuster, desde fuera de las aulas, pero con gran influencia intelectual entre profesores y alumnos, impulsaron la renovación historiográfica de los años sesenta, la apertura a las grandes corrientes historiográficas, en particular a la escuela de los Annales y al marxismo, y que alcanzaría uno de sus puntos culminantes con la celebración, en 1971, del Primer Congreso de Historia del País Valenciano. Aunque general en todas las especialidades, la renovación se dejaba sentir sobre todo en historia moderna y contemporánea. Medieval era otra cosa, refractaria a los nuevos estímulos que llegaban del exterior e incluso de las disciplinas vecinas en la propia universidad. En parte por las obsesiones anticatalanistas de Antonio Ubieto, director del Departamento durante veinte años, jaleadas por los sectores más reaccionarios de la sociedad valenciana durante los tensos años de la transición a la democracia, y en parte también por sus peregrinas teorías sobre los ciclos económicos. Iradiel llegó a Valencia cuatro años después de la partida de Ubieto a Zaragoza, en 1977. No hubo, pues, coincidencia entre ambos. Ni el Departamento que se encontró era exactamente el mismo que había creado el medievalista aragonés, puesto que muchos de sus miembros habían acabado enfrentados con él. Iradiel venía precedido por su reputación como investigador, su cada vez mayor proyección internacional, encarnaba la esperanza de cambio y renovación y pudo contar desde el principio con la colaboración de todos los miembros del Departamento, tanto de los que habían sido discípulos directos de Ubieto como de quienes se habían ido incorporando tras la partida de éste. Muy pronto, en 1984, se leyeron las primeras tesis doctorales dirigidas por él, la de Rosa Muñoz sobre la Generalitat Valenciana y la de Enric Guinot sobre la orden de Montesa.
Las primeras publicaciones de Iradiel en Valencia, también muy tempranas, son las dos introducciones ya citadas al debate Brenner y al congreso de Roma sobre el feudalismo mediterráneo, ambas en el número 5, de 1983, de la revista Debats, de cuyo consejo de redacción formaba parte Antoni Furió. Y poco después, en 1986, llegaba un artículo importante, «En el Mediterráneo occidental peninsular: dominantes y periferias dominadas en la Baja Edad Media», publicado en la revista Áreas. Es muy probable que en la elección de Valencia como destino profesional influyesen tanto la riqueza de los fondos archivísticos locales como el atractivo que suponían el Mediterráneo, la historia económica mediterránea y el debate historiográfico internacional en torno a ambos, sobre todo con los medievalistas italianos. En cualquier caso, este artículo suponía la plena inmersión del autor en el debate sobre la economía mediterránea bajomedieval, al cuestionar, desde una perspectiva muy crítica, la pretendida relación de dependencia del área mediterránea ibérica y meridional italiana («las periferias coloniales») respecto de las economías dominantes del norte de Italia. La misma Valencia había acabado convertida en «una auténtica colonia de los italianos» (Del Treppo), después de haber sido colonia de la pañería del Languedoc (Romestan) y, antes, frontera colonial de la expansión territorial europea (Burns). El reino de Murcia, por su parte, era una periferia para Génova (Menjot). En ambos reinos, como también en otras áreas –subperiferias– más extensas de la España litoral (Alicante, Málaga, Cádiz, Sevilla) o del interior (Córdoba, Cuenca, Alcalá, Valladolid), las colonias mercantiles toscanas, genovesas, lombardas, venecianas y hasta alemanas habrían creado situaciones de dependencia, afianzadas por el control del capital y la masiva importación de paños de lujo extranjeros. Lo que supondría la existencia de áreas de diferente desarrollo económico, diferentes fases o grados de evolución en la formación del capitalismo, basadas en las relaciones de intercambio de la circulación mercantil y en el desigual desarrollo de la manufactura preindustrial y de sus condiciones de distribución, que habrían dificultado, si no impedido, la industrialización de la periferia. Es decir, que los paños de lana de calidad superior importados de los polos pioneros del capitalismo europeo (la Toscana, Génova, el norte de Francia, Flandes y, más tarde, Inglaterra) habrían actuado como un drenaje sistemático de los recursos agrícolas y de las materias primas de las regiones periféricas, hasta el punto de poder concluir que «la industrialización del centro europeo supondría la desindustrialización de las áreas periféricas». Para Iradiel, tal esquema no dejaba de presentar incorrecciones, tanto desde el punto de vista teórico –frente a la noción de dependencia, aboga por la perspectiva del desarrollo desigual y aun de un sistema económico integrado, en el sentido que lo formulaba Melis–, como de la investigación empírica, al no tener en cuenta los trabajos más recientes sobre el considerable progreso de las actividades manufactureras en las presuntas áreas periféricas. En apoyo de sus afirmaciones, Iradiel recurría en primer lugar al caso de Valencia, en donde se habría desarrollado desde las primeras décadas del Trescientos una pañería de buena calidad («a la francesa», es decir, nordeuropea transmitida a través del eje Lenguadoc-Narbona-Perpiñán-Lleida), aunque no de lujo, sin que ello supusiese el cese de las importaciones de paños flamencos, y, al igual que en Murcia, la capital del reino habría jugado un papel de centro comercial e industrial regional, respecto a una periferia rural interna, que, justamente por ello, habría tardado más en desarrollarse. El artículo también reivindicaba la importancia de los mercaderes locales como intermediarios de los extranjeros, tanto en la compra de materias primas para los mercados internacionales como en la distribución de productos industriales elaborados en los países de la periferia. Por otra parte, el hecho de que el capital extranjero encontrase tantos obstáculos de orden institucional con el poder real o señorial, con la política económica urbana, con las medidas proteccionistas o con la realidad económica del territorio, tampoco abona la tesis de la periferización y la dependencia colonial, que en su opinión sería preferible substituir por la de una interdependencia económica en el interior de un mismo sistema con distintos niveles de integración. Frente a las explicaciones unilaterales, que oponían las sociedades avanzadas del norte a las más atrasadas del sur, sin tener en cuenta el distinto desarrollo histórico de unas y otras, Iradiel insistía –y ésta era la tesis de fondo tanto del artículo como de sus trabajos anteriores y posteriores– en la reducción de la distancia que separaba a los países de Europa occidental y en particular en los importantes progresos internos experimentados por las regiones peninsulares situadas en la orilla del Mediterráneo.
Se podría decir que toda la obra de Paulino Iradiel, en todos estos cuarenta años, si no ya desde antes, ha girado en torno a esta idea central, que ha desarrollado y particularizado en numerosos trabajos, tanto propios como de sus discípulos. No es difícil, por otra parte, identificar entre ellos cuatro o cinco grandes líneas de investigación, claras y definidas, aunque también interconectadas, con muchos cruces entre ellas y también con varias sublíneas con entidad propia. Sin duda, las más importantes son las referidas a la industria textil y el artesanado, incluyendo las corporaciones de oficio y la política económica; el comercio, los