(El Principito)
La crisis económica que azotó nuestra sociedad hace ya más de diez años ha dejado profundas cicatrices en nuestro país, a pesar de la recuperación en algunos aspectos, inevitablemente ha tenido una repercusión en nuestro estilo de vida, nuestra salud mental, así como en nuestra manera de ejercer la psicoterapia y de vincularnos5. Asimismo, son muchos los avances que han revolucionado nuestro modo de vida, principalmente la tecnología, la ciencia, la innovación…, lo que ha permitido mayores progresos en algunos ámbitos y la promesa de una mayor calidad de vida para nuestra sociedad. Algunos de estos avances, de manera paradójica a su objetivo de mejorar nuestro bienestar, han generado un «individualismo autosuficiente», un «consumismo identitario» y un «reconocimiento social», a través de lo virtual, con enormes riesgos para nuestra salud emocional.
A su vez, hay otras áreas que han experimentado menos avances, como el medio ambiente, la alimentación, o incluso la educación. Donde, al margen de las numerosas leyes educativas que se han ido aprobando, ha permanecido, en muchos casos, una educación tradicional, basada más en enseñar que en aprender, en la cual se fomenta la repetición de conceptos más que la reflexión o pensamiento crítico, y en la que el profesor sigue siendo el protagonista del aula, y no sus alumnos, como ya en los años setenta proponía Jean Piaget6. Asimismo, los ritmos de vida frenéticos, la falta de conciliación de nuestra vida laboral y familiar, la falta de políticas sociales que protejan a la familia y a la infancia están perjudicando nuestra supuesta «sociedad de bienestar», y cada vez son más los casos de menores que acuden a consulta con una sintomatología de «orfandad emocional» como consecuencia de la falta de presencia emocional de sus cuidadores primarios.
Niña de 7 años que acude a consulta después de haber pasado por diversos especialistas como consecuencia de molestias gastrointestinales, sin encontrar una causa aparente. Derivada desde Atención Primaria a nuestro centro para descartar aspectos psicológicos. En la historia clínica con los padres detectamos que, de manera habitual, a las 7:30 a. m. la recoge la ruta escolar y, después de estar en «los desayunos del cole» y tras una jornada escolar de 8 horas, realiza varias actividades extraescolares, con lo que llega a casa, la mayoría de los días, a las 19:30 horas. Después, entre deberes, baño y cena, pasaba con su madre una media de 30 minutos al día y al padre no lo veía la mayoría de los días entre semana.
En etapas del ciclo vital tan tempranas, donde metafóricamente la infancia es el abrigo que te evita pasar frío el resto de su vida, y por ello son tan importantes los cuidadores primarios: para afianzar un apego seguro, reforzar la autoestima, la comunicación y poder contar con un espacio de expresión emocional con sus referentes. Entonces, ¿cómo no podía resultar necesario para esta niña pasar más tiempo con sus padres? Ya que las visitas a especialistas y la preocupación de la madre implicaban para la menor poder disfrutar de más tiempo con ella. Nos planteamos, como hipótesis circular inicial, que el síntoma podía estar reforzando las necesidades afectivas no cubiertas de la paciente identificada.
Es cierto que, los cambios en las familias han sido más profundos y convulsivos en los últimos 40 años que en los últimos 20 siglos. Ha evolucionado enormemente la institución familiar, desde la heterogeneidad de los modelos familiares actuales7, así como sus funciones y competencias, como el papel de la mujer en la familia y en la sociedad.
La ONU, en el año 2016, reconoce que la familia debería ser entendida «en un sentido amplio» e intenta abrir la puerta al reconocimiento de las parejas compuestas por personas del mismo sexo en el derecho y la política internacional. Es cierto que «no hay una definición de familia según las normas del derecho humano internacional», de acuerdo con un informe sobre la «protección de la familia» elaborado por la ONU. Pero entendemos la familia como la institución vertebral donde se han producido, desde la entrada de la segunda mitad del siglo xx, inmensos cambios. Se han renovado los modelos de familia y roles familiares más tradicionales, que responsabilizaban a la madre del equilibrio afectivo del niño y la responsabilidad educativa, Freud (1923) y Spitz (1953). Surgen nuevas ideologías y valores en lo que se refiere al rol de la mujer, madre, esposa, hija, hermana, amiga…, gracias a los movimientos sociales a favor de la perspectiva de género, con una concepción epistemológica de la mirada del género y sus relaciones de poder.
Actualmente, las mujeres españolas se encuentran entre las que menos hijos tienen en el mundo, con 1,33 hijos por mujer, según el INE8 de 2017, donde se indica que el 44,5 % de los nacidos son de madre no casada y que las mujeres tienen su primer hijo con más de 30 años (31,9, según el INE de 2017). La falta de estabilidad laboral, las dificultades en la conciliación familiar y cambio de valores en nuestra sociedad han generado este tipo de transformaciones en la organización familiar.
Como consecuencia, resulta inapelable que la psicoterapia también requiera de una adaptación a estas circunstancias sociales para garantizar la efectividad en sus tratamientos. Es decir, es necesaria un tipo de psicoterapia que se adapte a la logística, disponibilidad y recursos de cada familia, que a su vez sea capaz de reflejar los síntomas y necesidades emocionales de las familias de la actualidad, y que sea respetuosa con los valores, ideologías y creencias de cada estructura familiar.
3. Influencia de la terapia familiar sistémica
El hombre ve lo que sabe
(Goethe)
Como ya hemos explicado en el capítulo9 anterior, la terapia familiar sistémica emerge como una posibilidad fundamental de entender cada caso, donde es importante incorporar de manera directa o indirecta a los diferentes miembros del sistema implicados con el síntoma, y que sin un trabajo en red con la familia o con los diferentes sistemas implicados podemos no entender el síntoma y encontrarnos con resistencias al cambio. Por ello, es fundamental entender cada caso desde una perspectiva más amplia, con causalidad circular, neutralidad, donde el significado de las relaciones y el contenido juegan un papel crucial en todo el proceso terapéutico. Ya que la narrativa de la familia es el resultado del significado que hace de la experiencia relacional, así como de la permanencia del síntoma, que en muchas ocasiones mantiene la homeostasis de la familia.
La psicoterapia emocional sistémica (PES) se nutre indudablemente de la terapia familiar sistémica (TFS), pero, de manera histórica, es importante recordar que la TFS más ortodoxa, a pesar de su surgimiento y evolución desde las corrientes psicoanalíticas, aborda postulados preferentemente contrastados a partir de la conducta de la familia; es decir, a través de las interacciones y acciones de las relaciones, y donde apenas se ha teorizado la parte emocional. Se evita el abordaje de las emociones y se llega a calificar como «proceso dormitivo», según Bateson (1973), o según afirma el doctor Juan Luis Linares (2018)10, psiquiatra y psicólogo sistémico: «[…] rayamos a veces en el tabú, querría dar testimonio personal, especialmente en lo que a las emociones se refiere. Cuando, en 1981, estuve en el Mental Research Institute (MRI) de Palo Alto en el curso de un programa de formación, pude detectar un explícito escepticismo respecto a la utilidad de la focalización y el manejo de aspectos emocionales en terapia. No había motivos para sorprenderse, puesto que Watzlawick no dudaba en referirse a ello, tanto por