Olga Barroso Braojos

Ni rosa ni azul


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en nuestro cerebro siguen instalados los estereotipos de género y cómo, sin darnos cuenta, organizan nuestra manera de tratar y de enseñar a los niños y a las niñas. Nos llevan a no tratar igual a los niños y a las niñas, a seguir «construyendo niños y niñas», dándoles claves, códigos y formas de ser diferentes que se adquieren de forma invisible, para decir después que estos son innatos cuando verdaderamente han sido enseñados. Como si le cortáramos las alas a un pájaro y después le acusáramos de no ser capaz de volar.

      La mayoría de nosotros tendremos la experiencia de conocer a niños y niñas que desafían rotundamente los estereotipos de género, y que suponen pruebas incuestionables de que estos no son ciertos.

      Pongamos un ejemplo. Alguno de nosotros tendremos a nuestro alrededor a una niña, pongamos de 5 años, que es extraordinariamente ágil. Que a su corta edad sube entero el rocódromo infantil del parque mientras que el resto de los niños y niñas de su edad solo llegan, como máximo, a la mitad. Una niña que a su corta edad resiste rutas de montaña de tres horas caminando; que aprendió a los 3 años a nadar, casi por sí misma, a montar en bici sin ruedines y a manejar con destreza el patinete. Si los estereotipos de género fueran ciertos, esta niña no podría ser real, no podría existir. Y estas niñas existen, son reales, muchos de nosotros tendremos algún ejemplo cercano. Aunque ahora no se os ocurran, vosotros también tenéis muchos. Solo pensad en todas las atletas profesionales del mundo, que son unas cuantas; la mayoría de ellas fueron como esta niña de nuestro ejemplo.

      Las capacidades humanas, las físicas y las psicológicas, se distribuyen entre la población no en función del sexo de las personas, sino en función de una distribución normal según la famosa curva normal o campana de Gauss. Este hecho ha sido puesto de manifiesto en la investigación de la psicología de las diferencias individuales.

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      Imaginemos una capacidad intelectual cualquiera; por ejemplo, el cálculo mental. La mayoría de nosotros estamos en la media, es decir, con que nos hayan enseñado a sumar, restar, multiplicar y dividir, podremos hacer «de cabeza» cálculos mentales básicos de manera correcta esforzándonos un poco. Dentro de esta curva estaríamos en la zona más oscura. La mayoría de nosotros somos ese 68 % de la población; tenemos una capacidad para sumar y restar normal, y con ella y con un poco de estimulación calcularemos bien. Pero, aunque tengamos esta capacidad «normal», si no nos estimularan nunca aprenderíamos a hacer operaciones matemáticas. Si con esta capacidad normal nos dedicáramos en cuerpo y alma a hacer cálculos, llegaríamos a ser muy buenos. Si con esta capacidad normal no practicáramos mucho o nos hubieran estimulado poco, calcularíamos regular. Por otro lado, si estuviéramos en el lado derecho de la zona más oscura, que representa al 14 % de la población que tiene la capacidad de calcular mentalmente por encima de lo normal, con poquito que estimuláramos esta capacidad seríamos realmente buenos. Y luego está ese mínimo porcentaje de personas de más a la derecha que son excepcionales en esta capacidad, sencillamente geniales; tanto que, sin apenas estimulación, hacen cálculos complejos mentalmente muy rápido.

      Para seguir ejemplificando esto, pondré un ejemplo real. Uno de mis amigos del colegio, que no era ni especialmente bueno en los estudios, ni le atraían demasiado, desde muy pequeño mostró un don muy marcado para el cálculo mental. Siempre que vamos a comer juntos todos los amigos y tenemos que dividir la cuenta, aun con cantidades complicadas, él hace el reparto en cuestión de segundos, sin calculadora —como tenemos que hacer los demás— y con decimales. Es maravilloso verle. Todos los demás del grupo hicimos cuentas todas las tardes, nos estudiamos las tablas de multiplicar una y otra vez, nuestros padres nos las preguntaron y nos las volvieron a preguntar e hicimos los deberes de verano cada julio y cada agosto. Mi amigo apenas hizo nada de esto, os lo aseguro, no vio ni un solo cuadernillo de verano. Y él es capaz de hacer operaciones matemáticas mejor que ninguno de nosotros. Está por encima de la media en cálculo mental; no por ser hombre, claro está, sino porque él tiene esta capacidad muy alta. Este don de mi amigo le viene muy bien para su trabajo: es comercial y su capacidad le permite hacer mentalmente muy rápido un montón de descuentos, promociones, saber de dónde puede rebajar y, con todo esto, ganar mucho dinero (sin haber pasado por la universidad, por los cuadernillos de verano ni por las tardes de hacer deberes). Mi amigo es verdaderamente excepcional en esto. Como mi amigo, obviamente, también hay mujeres con este «superpoder»; como él, son estadísticamente infrecuentes, pero también existen. Que la persona tenga esta capacidad especialmente alta no lo marca el sexo sino las diferencias individuales. Todos, por ejemplo, podremos recordar a ese compañero o compañera de clase que dibujaba, sin haber ido a clases, especialmente bien, que hacía caricaturas de los profesores como si fuera un retratista profesional o que hacía dibujos de hadas, elfos o duendes a mano alzada que parecían calcados. Probablemente en vuestra época de escolares os cruzasteis con muy pocos, pero con alguno o alguna. Y estos compañeros tan artistas, de nuevo, eran indistintamente chicos o chicas.

      Volviendo a la distribución estadística de las capacidades humanas, las malas noticias son que muy pocas personas tienen capacidades tan brillantes y tan geniales como para no necesitar estimulación para dibujar, escribir, calcular rápido, etc. Solo presentan esta excepcionalidad los extremos finales de la curva. Las buenas noticias son que la mayoría de nosotros estamos en ese 68 % en el que con enseñanza, estimulación y práctica desarrollaremos nuestras capacidades a un nivel bueno, satisfactorio, suficiente para desenvolvernos con soltura ante los desafíos de la vida. Y, si trabajamos duramente en desarrollar más estas capacidades, podremos ser bastante competentes. Negativo y positivo es que algunos de nosotros estaremos un poco por debajo de esta media en algunas capacidades, en el 14 % del lado de la izquierda, y necesitaremos un poquito más de esfuerzo y estimulación para llegar al nivel normal. Pero con ese extra de esfuerzo se consigue sin problemas. Y también es negativo y positivo el hecho de que pocas personas estarán en el extremo izquierdo de la curva para alguna capacidad y, por tanto, necesitarán muchísima estimulación y dedicación para desarrollar bien esa capacidad. Sin embargo, con esa estimulación y dedicación, podrán conseguirlo y llegar a ese nivel medio al que quienes están en el centro de la curva llegan sin más problemas.

      Quiero resaltar de nuevo el papel de la estimulación como pilar fundamental para entender cómo desarrollamos las personas nuestras capacidades. Pensemos en la música. Si nos enseñan a tocar un instrumento desde los 3 años y practicamos sin parar hasta los 30, a esa edad sabremos tocar, por ejemplo, el violín, y tendremos las capacidades musicales muy desarrolladas. Como la mayoría estamos en la media, lo realmente decisivo, más que las diferencias individuales, es la estimulación, puesto que con ella desarrollaremos suficientemente bien nuestras capacidades intelectuales y psicológicas. Eso sí, no podré ser un virtuoso de la música si no estoy en el extremo de la derecha de la curva y además he tenido esta masiva estimulación. De nuevo en este extremo de la derecha la estimulación es decisiva. Mozart era sin duda un genio de la música, pero sin duda también desde los 3 años fue constantemente estimulado por su padre músico. Compuso verdaderas obras de arte, pero se dedicaba intensamente a ellas, es decir, estuvo presente en su vida esa estimulación masiva, primero de otro, su padre, y después de él mismo hacia sí mismo. Sin este nivel de dedicación, su talento tampoco habría llegado a expresarse a este nivel. Del mismo modo que Picasso creó joyas como el Guernica porque pasó horas y horas entregado a desarrollar su extremo talento. «Ojalá que la inspiración me encuentre trabajando», solía decir. Cierto es que, cuando algo se nos da bien, nos suele gustar, y, cuando algo nos gusta, no es esfuerzo pasarnos horas y horas practicándolo.

      Otra cuestión relevante, que hay que sumar a la estimulación y que está estrechamente relacionada con esta, es la de las opciones que la sociedad da a las personas para realizar actividades que permitan desarrollar sus capacidades. Para explicar esto pondremos el ejemplo de conducir. Si midiéramos las capacidades relacionadas con la conducción en un grupo representativo de chicos de 18 años antes de sacarse el carné de conducir, por un lado, y en otro grupo representativo de chicas de 18 años, también antes de aprender a conducir, los datos