para conducir de las personas que lo componen se distribuirían siguiendo la curva normal. Es decir, la mayoría de los chicos y chicas tendrían capacidades medias para conducir, un pequeño porcentaje tendría capacidades para conducir muy altas y un pequeño porcentaje tendría capacidades para conducir muy bajas.
Ahora bien, si esta generación de jóvenes viviera en un país donde no se permite conducir a las mujeres (en Arabia Saudí, hasta el 24 de junio de 2018 lo tenían prohibido), obviamente estas no podrían practicar para desarrollar más sus capacidades. Por lo que, si midiéramos las capacidades de hombres y mujeres para conducir cuando estos tuvieran 40 años y una vida de conducción casi diaria a sus espaldas, obviamente las de los hombres serían superiores. Pero ese dato es engañoso y sería falso decir, basándose en él, que las capacidades para conducir de los hombres son superiores a las de las mujeres.
Durante mucho tiempo, en nuestro país se mantuvo como completamente cierto el estereotipo que sostenía eso de «mujer al volante, peligro constante», es decir, que las mujeres tenían menos y peores capacidades que los hombres para conducir. Aunque aún hay quien cree en este estereotipo, afortunadamente se ha ido eliminando. Si fuera cierto, todas las mujeres que hoy conducen, que son la mayoría, no podrían hacerlo. Y menos aún las compañías de seguros de coches preferirían a las mujeres como clientes porque tienen menos accidentes que los hombres. Por otro lado, esta realidad —que los hombres tienen más accidentes— se explica porque nuestra sociedad enseña a los hombres, y no a las mujeres, que para ser adecuados, para ser válidos, han de ser intrépidos, fuertes y valientes, y esto los lleva a cometer muchas más imprudencias que las mujeres y, por tanto, a tener más accidentes.
Igual que sucede en hombres y mujeres adultos, las capacidades y competencias intelectuales de niños y niñas son las mismas, motivo por el cual realizan con igual nivel medio sus tareas escolares. Un fuerte estereotipo ha sido y es que las mujeres son malas en matemáticas. Esta idea se ha creado a partir de que las mujeres hayan sido consideradas intelectualmente inferiores y las matemáticas se hayan entendido como una disciplina de alto nivel a la que, con nuestra debilidad mental, no podíamos optar. De nuevo estamos ante un ejemplo como el de conducir: si las mujeres estudiamos y practicamos matemáticas, podremos aprenderlas como aprendimos en su día a conducir. Otra cosa es que tanto se repite a las niñas que son torpes con las matemáticas que puede que lleguen a incorporarlo en su identidad, aunque sea de modo no consciente, y esto les genere nerviosismo cuando tienen que realizar ejercicios de matemáticas y, con esta inseguridad, los hagan mal y suspendan. Estos suspensos en absoluto serían datos fiables y confirmatorios de que las mujeres somos peores en matemáticas. De hecho, las niñas suelen obtener calificaciones académicas en general superiores. Del mismo modo, el mayor número de accidentes de coche de los hombres no es un dato confirmatorio de que son más torpes al volante.
De igual manera que hemos considerado las capacidades intelectuales, tenemos que considerar también las capacidades psicológicas y emocionales. Capacidades como cuidar, entender las emociones, consolar o mostrar empatía se distribuyen también según la curva normal y, para llegar al nivel medio, necesitan de una estimulación. Los hombres no están peor dotados que las mujeres para cuidar a sus bebés. Cierto es que no los pueden amamantar, pero para todo lo demás, que es bastante(consolar al bebé, calmarlo, jugar con él, limpiarlo, estimularlo, dormirlo…), están igualmente capacitados. Una mujer no tiene por qué hacerlo mejor que un hombre. Igual que una mujer no tiene por qué cocinar mejor que un hombre, y por eso existen grandes chefs. Ahora bien, si a los hombres se los excluye de estas tareas, si se los priva de la estimulación necesaria para desarrollar las capacidades que permiten llevarlas a cabo, obviamente no lo harán bien, lo harán desastrosamente. Pero no será por no ser capaces, sino porque no se les ha permitido desarrollar estas capacidades.
Por tanto, la conclusión que la investigación no sesgada pone de relieve, así como los datos empíricos que todos tenemos a nuestro alrededor (como las mujeres atletas, las mujeres científicas, los hombres solos sin pareja que adoptan y crían a sus hijos excepcionalmente bien, los hombres sensibles que escriben novelas o canciones profundamente sentimentales, etc.), es que tanto las diferencias conductuales que se observan entre niños y niñas como las cerebrales son fruto de nuestra cultura y de nuestra educación, y no son innatas. La variabilidad entre individuos es más significativa que la variabilidad entre los sexos. Es decir, a nivel estadístico, hay más diferencias cerebrales entre personas del mismo sexo que entre hombres y mujeres o que entre niños y niñas.
Para terminar, quisiéramos volver al ejemplo con el que empezamos este epígrafe, el de las mujeres especialmente capacitadas para el deporte, donde se encuadran las atletas profesionales. Todas ellas son mucho más fuertes, más rápidas, más ágiles y más resistentes que cualquier hombre promedio. Si comparáramos a cualquiera de ellas con cualquier hombre no atleta profesional, veríamos claramente cómo el sexo no es una variable relevante en absoluto para explicar las diferencias «atléticas» entre hombres y mujeres. Se podría decir que esta mujer atleta entrenó mucho; ¿realmente es solo por esto por lo que es profesional? Si ese hombre promedio hubiera entrenado de niño igual que entrenó esa mujer atleta de niña, no hubiera llegado a ser ágil, fuerte y rápido como ella, a no ser que hubiera estado tan dotado como ella para el deporte.
2.4 CUIDADO CON LOS ESTUDIOS QUE REVELAN DIFERENCIAS ENTRE HOMBRES Y MUJERES
Como venimos exponiendo, niños y niñas, hombres y mujeres tenemos las mismas capacidades y podemos desarrollar al mismo nivel nuestros atributos intelectuales y emocionales, siempre que contemos con la suficiente estimulación. Volvamos a poner un ejemplo: todos nacemos con la capacidad de aprender a leer y a escribir para tener después una alta comprensión lectora. Pero para desarrollar esta potencialidad nos pasamos desde los 5 años practicando y siendo estimulados en esa dirección hasta, como mínimo, los 16. De no contar con esta práctica, esta capacidad no se desarrollaría. De la misma manera, hombres y mujeres pueden desarrollar su intelecto para ser escritores; ninguno de los dos sexos está, por el hecho de ser mujer u hombre, mejor dotado para esta profesión. Habrá hombres y mujeres dotados por encima de la media con la potencialidad de desarrollar la lectoescritura a un altísimo nivel y con esto podrán ser escritores.
Sin embargo, a pesar de estas semejanzas entre hombres y mujeres, cada cierto tiempo se publican estudios que sostienen haber encontrado diferencias significativas entre hombres y mujeres, por ejemplo, en habilidades matemáticas, lingüísticas o en orientación espacial. El motivo por el que sostenemos que estos estudios deberían ser cuestionados es que, casi todos ellos, se hacen con individuos adultos o adolescentes cuando ya han sido sometidos a un trato y una estimulación marcadamente distinta en función de su sexo. Es decir, el cerebro de estos sujetos ya se ha hecho distinto. El cerebro se construye y se esculpe a partir de la estimulación externa, sufre modificaciones en función de la experiencia, y estos hombres y mujeres de estos estudios han tenido una estimulación diferenciada que ha hecho que sus cerebros se construyan de manera diferente a pesar de haber nacido de un modo muy semejante.
Si a los niños se les ha facilitado de manera mucho más acusada, significativamente mayor, que a las niñas que hagan actividades al aire libre, que hagan deporte, que exploren activamente el entorno cuando van a la montaña o al parque, entonces puntuarán más alto, por ejemplo, en orientación espacial, puesto que es un campo en el que han tenido una estimulación mucho mayor. Pensémoslo un momento: a los niños, de manera mucho más repetida, se les compran muñecos de superhéroes que se dedican a explorar, a ser activos ante el mundo, y ellos los imitan. A los niños se los calza con zapatillas de deporte. A las niñas frecuentemente se las viste con zapatitos con los que difícilmente se puede subir a una roca o salir a salvar el mundo. A las niñas se les regalan princesas que se quedan tranquilas vistiéndose y arreglándose, y ellas las imitan. ¿Se les regalan a los niños muñequitos de príncipes engalanados que se esfuerzan por estar relucientes y quietos para no mancharse, y conseguir así que se les diga lo guapos que son?
Pensémoslo de otra manera. Si hiciéramos un estudio que midiera las capacidades de memoria, concentración y cálculo en niños de entornos muy desfavorecidos económica y socialmente, y las capacidades de niños de entornos muy privilegiados económicamente, muy probablemente