Joan del Alcàzar Garrido

De compañero a contrarrevolucionario


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      A CONTRAREVOLUCIONARIO

      LA REVOLUCIÓN CUBANA

      Y EL CINE DE TOMÁS GUITIÉRREZ ALEA

      Joan del Alcázar Garrido

      Sergio López Rivero

      UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

      © Del texto, los autores, 2009

      © De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2009

      Publicacions de la Universitat de València

       http://puv.uv.es

      [email protected]

      Ilustración de la cubierta: Tomás Gutiérrez Alea i Sergio Corrieri,

      durante el rodaje de Memorias del subdesarrollo.

      © Distribuidora Internacional de Películas ICAIC

      Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

      Realización ePub: produccioneditorial.com

      ISBN: 978-84-370-7660-7

      ÍNDICE

       PORTADA

       PORTADA INTERIOR

       CRÉDITOS

       A MODO DE PRÓLOGO

      CAPÍTULO 1

       Los historiadores y el cine, o cómo y desde dónde nos acercamos a Tomás Gutiérrez Alea

      CAPÍTULO 2

       La Revolución Cubana, en clave de esperanza. Acerca de la libertad, la pobreza y la ignorancia en Cuba. Por una contextualización del cine de Tomás Gutiérrez Alea

       1959-1976. De Historias de la revolución a Memorias del subdesarrollo

       1976-1989: De Los sobrevivientes a Hasta cierto punto

       1989-1996: De Fresa y chocolate a Guantanamera

      CAPÍTULO 3

       8 películas para la historia reciente de Cuba. De Historias de la revolución a Guantanamera, 1960-1995

       Historias de la revolución (1960)

       Las doce sillas (1962)

       La muerte de un burócrata (1966)

       Memorias del subdesarrollo (1968)

       Los sobrevivientes (1979)

       Hasta cierto punto (1984)

       Fresa y chocolate (1993)

       Guantanamera (1995)

      CAPÍTULO 4

       De compañero a contrarrevolucionario. A vueltas con la vida y la obra de Tomás Gutiérrez Alea, 1959-1996

       BIBLIOGRAFÍA

      A ese fenómeno histórico conocido como Revolución cubana hay que tutearlo. Mirarlo desde arriba, provoca mareo. Desde abajo, nos abruma. Sólo mirándolo de frente, podemos acercarnos a advertir su justa importancia. No deja de sorprendernos, en nuestra calidad de analistas, que a los cincuenta años de la entrada triunfal de aquellos hombres barbudos venidos de la Sierra Maestra en La Habana, muchos de quienes en Cuba, en América Latina y en el mundo entero simpatizaron con aquel resultado revolucionario sigan creyendo en su eficacia para la solución de los problemas de la pobreza, la ignorancia y la libertad en Cuba.

      Lamentablemente no podemos compartir esta visión, a nuestro juicio tan ideologizada como inconsistente. De hecho, aquella empatía acerca del pasado heroico revolucionario que las agencias de socialización como las escuelas, los medios de comunicación, los partidos políticos y hasta las iglesias se encargaron de reproducir por todo el universo, hoy nos parece poco convincente. Medio siglo de poder totalitario construido sobre una doctrina de la frontera, hacen que para nosotros sus actitudes, sus pautas de comportamiento y sus valores ajenos a la circulación de las opiniones, no sean ni arquetípicos ni heredables para la convivencia democrática por las nuevas generaciones.

      Aquel hecho histórico lleno de esperanza que se inauguró el primero de enero de 1959, que tanto alborozo, admiración y expectativas despertó, cuando menos se ha convertido en parte de una articulación mítica, dedicada a justificar las relaciones y las instituciones en el llamado mundo revolucionario. A liberarnos del mito revolucionario y de su función legitimadora, sacudiéndonos de un pasado a todas luces sobredimensionado, nos ha ayudado la obra cinematográfica de Tomás Gutiérrez Alea.

      Resulta curioso cómo partiendo de un marxismo rudimentario, que apostaba por un modelo de desarrollo histórico que sustituía a una clase dominante (la burguesía) por otra (el proletariado) y la necesidad de los Estados Unidos de América como contrario para definir la identidad colectiva, el destacado cineasta cubano haya avanzado tanto en la libertad creativa. Probablemente, porque su viaje hacia el desencanto transcurrió desde la cultura hacia la política. Y porque a pesar de las múltiples hipotecas de los intelectuales cubanos con el poder revolucionario, en el ejercicio de negociación con la elite a propósito de su identidad personal, Tomás Gutiérrez Alea reservó siempre un espacio para la crítica, en medio de la sociabilidad cortesana del totalitarismo en la isla. De compañero a contrarrevolucionario, el título elegido para este libro, pretende caracterizar desde las convenciones y las reglas del poder, su particular distanciamiento con el mundo revolucionario.

      Sin temor a equivocarnos, podemos decir que desde Historias de la revolución (1960) hasta Guantanamera (1995), la obra cinematográfica de Tomás Gutiérrez Alea es una radiografía de la realidad cubana. De ahí que en la medida que la revolución se consolida en el poder, el cineasta cubano deje de hurgar en el quehacer de los personajes vencidos y se recree en los vencedores. La burguesía, la Iglesia católica y los Estados Unidos de América que planean sobre los personajes de Historias de la revolución (1960), Las doce sillas (1962), La muerte de un burócrata (1966), Memorias del subdesarrollo (1968) y Los sobrevivientes (1979), han desaparecido completamente en Hasta cierto punto (1984), Fresa y chocolate (1993) y Guantanamera (1995).

      Del mismo modo, hechos paradigmáticos de la mitología revolucionaria como el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista, la victoria de Bahía de Cochinos o la gestión de la llamada Crisis de los misiles, dejan paso en la pantalla a sucesos mundanos como los problemas de género, la ignorancia, la intolerancia, el deterioro material e ideológico, la desigualdad o la falta de libertad, no resueltos tras la conquista del poder el primero de enero de 1959.

      El término «fortaleza sitiada» como concepto de límite, símbolo de una sociedad cerrada que supuestamente protege la pureza de la Revolución cubana, presente desde el año 1979 en su obra, quizás sea la clave de lo que para él significó el punto final de un proceso enderezado hacia el progreso. Como si a partir de entonces, Tomás Gutiérrez Alea llegara a la conclusión de que no existiera la objetividad del