tanto para escurrir los fluidos que se usaban como libaciones como para acoger una pequeña hoguera. Había variantes redondas y cuadradas, estas últimas a menudo miniaturizadas y a menudo tenían una base y una superficie superior muy largas (ilustración 13; y véase también el podio en la ilustración 12) y pedestales que eran a veces ligeramente cóncavos y en algunos casos extremadamente estrechos, recordando a un reloj de arena[40].
13. Árula procedente de Roselle, Etruria, entre los siglos IV y II a.C. Museo archeologico e d’arte della Maremma. Fotografía: Sailko (CC-BY-SA 3.0).
Esas instalaciones suntuosas se empleaban evidentemente para comunicarse con actores especiales en los casos en los que se usaba comida o productos semejantes en lugar de objetos duraderos: en otras palabras, cuando lo que estaba en juego eran los contenidos y no los receptáculos. Cuando se invitaba a intervenir a los actores no indiscutiblemente plausibles mediante las ofrendas de comida, se les otorgaba a los productos agrícolas un valor aumentado, porque habían sido tecnológicamente procesados, fermentados u horneados, o seleccionados especialmente. La fragante flor puede ser un símbolo de esta última categoría y, para la primera, los arqueólogos han descubierto no solamente los pasteles –un amplio espectro de términos para pasteles se encontrará mucho más tarde en las fuentes latinas y en las Tablas Eugubinas– sino también la fuente de horno[41] en la Casa de las Vestales.
Quienes se implicaban activamente en la comunicación religiosa podían emplearla para perpetuar tanto el aumento mutuo de agencia que suponía que atribuyeran un poder a destinatarios sobrehumanos como la ganancia de poder para sí mismos que la agencia de estos mismos destinatarios ponía en circulación. Los actores humanos en el proceso se verían atraídos por la idea de compensar la naturaleza transitoria de los alimentos que se usaban en los sacrificios mediante las estructuras permanentes que se construían para hacer el intercambio. El término que se usaba para estas estructuras –āsa, āra– era moneda corriente en los idiomas itálicos. No tenemos testimonios que nos informen de cómo entendían el término sus contemporáneos, pero, etimológicamente, pertenece sin ambigüedad a la esfera de las cenizas y el fuego, y puede haberse entendido mucho tiempo en el sentido de «lar» (el lugar junto al fuego empleado para los procesos de desecado)[42]. La preocupación posterior por restringir el término a su connotación religiosa dio lugar en latín al audaz neologismo focus, para el lar doméstico[43].
El trasfondo lingüístico clarifica hasta qué punto el foco griego en el sacrificio animal –si es una suposición bien fundada[44]– representa un caso especial. Los pueblos itálicos ocasionalmente mataban animales para atraer la atención de sus dioses. Pero los huesos disociados en los depósitos arqueológicos no demuestras que esos ejemplos de matanza tuvieran una importancia central en la comunicación religiosa. Si un acto comunicativo se asociaba con una comida de celebración para los participantes humanos, era apropiado que los huesos se quedaran en el lugar, así como la vajilla empleada en la preparación de la comida, pues ambos eran elementos de especial significado con respecto al acontecimiento en su conjunto. Esta forma de ritualización distinguía las apelaciones a los actores especiales (sobrehumanos) de las actividades del día a día[45]. La misma conceptualización podía aplicarse no solamente a la terminología utilizada –como se ha demostrado ya en el caso del lar– sino también al diseño de los instrumentos, desde los cuchillos y los cucharones, por no mencionar la comida misma que se iba a consumir, ya fueran gachas, carne o bebidas. Muchos banquetes en estos entornos se asocian así con la ritualización de la matanza, un rasgo que se puede rastrear hasta el Imperio[46]. Pero no todos los actos de matanza ritual estaban seguidos de un banquete. Allí donde el vino era un artículo de lujo y la leche una demostración de una producción láctea exitosa, las libaciones –tanto las comunicativas como las demostrativas para los presentes– podían adquirir una importancia que ha quedado oscurecida tanto por la antigua polémica contra el sacrificio animal y por las teorías modernas del sacrificio que reaccionan a esa polémica[47].
El objetivo más importante para quienes organizaban estos banquetes ceremoniales era subrayar, a través de todos los aspectos de los preparativos, las diferencias entre estas comidas y los banquetes domésticos. A la vez que afirmaban la importancia de los actores sobrehumanos y su significado concreto con respecto a la situación en particular, y tal vez también respecto a la dimensión social del acontecimiento, los actores humanos también seguían siendo conscientes de la otredad, de la alteridad de sus contrapartidas sobrehumanas: comían para ellos, pero no con ellos[48]. Solamente cuando las imágenes figurativas se generalizaron surgió la idea de realmente alimentar a los dioses. En el siglo V a.C. en la ciudad de Roma vemos a magistrados ansiosos por obtener atención, juntando bustos portátiles de diversos cultos sobre sillones, colocando comida ante ellos y celebrando ceremonias de lectisternio, «cubrir un lecho»[49]. Los métodos usados para comunicar con los actores no indiscutiblemente plausibles asumieron entonces formas variadas. El acto mismo, y el hecho de su visibilidad, otorgaba credibilidad a los procedimientos.
3. DINÁMICAS DE LOS SIGLOS VI Y V
El siglo VI a.C. fue el periodo decisivo para la monumentalización de los lugares de comunicación religiosa en las ciudades emergentes y en otros lugares. Las dinámicas del proceso se pueden ver en algunos lugares del centro de Italia y en Campania. La monumentalización no había sido importante en el siglo anterior, ni siquiera en Sicilia, siempre orientada hacia Grecia[50]. Los colonos griegos que fundaron la colonia de Posidonia (Paestum), en el sur de Campania a principios del siglo VI, construyeron primero un altar de cenizas a nueve kilómetros de distancia, y después lo complementaron, a mediados de siglo, con una estructura de culto en piedra, erigida por iniciativa de la misma ciudad. Hubo desarrollos paralelos en Metaponto, en el sur de Italia y en Kroton (Cretona)[51], aunque en Posidonia, a diferencia de las otras dos localidades, se añadió una segunda plataforma, más pequeña. ¿Se trataba quizás de un rasgo específicamente italiano? dentro de la ciudad de Posidonia apareció otra estructura más o menos en la misma época. Los templos griegos podían construirse en un punto nodal del interior, en una frontera territorial o en mitad de una ciudad. La posición del lugar del culto en la embocadura del Sele, al norte de Paestum, pertenece a la primera categoría nombrada.
Las imágenes de la diosa Hera que hicieron los artesanos en este último lugar, que incluyen los rasgos característicos de una granada, nos parecen híbridos de los tipos corintios. No obstante, esta representación de la diosa, que la muestra vestida con un cubrecabezas (polos) y un velo, sentada en un trono con esfinges aladas, no se convertiría en su iconografía estándar hasta los inicios del siglo V a.C. El mismo proceso de estandarización figurativa tenía paralelismos en otros lugares como Argos, Tirinto, Corinto y Samos[52]. Como esta estabilización de identidades se iba produciendo a un ritmo regular, es difícil establecer la forma específica de agencia «especial» mediante la cual un lugar de culto se remitía a su fundación. En Punta della Campanella, en la península de Sorrento, el uso religioso de las imágenes comenzó sin duda en una fecha tan temprana como el tercer cuarto del siglo VI a.C., pero no hay pruebas de que se hubieran producido imágenes en forma de estatuillas hasta finales del siglo V, tal vez fabricadas por los artesanos de la colonia griega de Nápoles