relaciones internacionales[3]. De hecho, Calligaris llegó a proponer que el oro se utilizara sólo para el comercio exterior, reservando el dinero del Estado para las operaciones internas.
La visión metalista es la que sustentó el establecimiento del sistema monetario de patrón-oro desde principios del siglo xix hasta la Primera Guerra Mundial, y el sistema monetario de patrón-oro-dólar desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta agosto de 1971. Como ya adelantamos en el capítulo 1, estos sistemas obligaban a los Estados a crear dinero solamente si tenían oro para respaldarlo. No obstante, lo cierto es que este compromiso se vulneraba en multitud de ocasiones, especialmente durante las guerras. Esto era muy lógico y natural: cuando los Gobiernos veían que su país estaba en peligro, creaban todo el dinero necesario para poner la maquinaria de guerra en funcionamiento; hubiese sido absurdo quedarse con las manos cruzadas y dejarse conquistar simplemente porque no tuviesen suficiente oro. Es más, desde 1959, Estados Unidos directamente violó el compromiso y comenzó a crear muchos más dólares que cantidad de oro tenía. Esta brecha se fue ampliando hasta 1971, cuando ya había seis veces más dólares que oro[4]. Esto fue precisamente lo que llevó al Gobierno de Estados Unidos a abandonar ese compromiso en agosto de 1971, y desde entonces los Estados pueden crear su dinero sin ningún tipo de limitación porque no tienen por qué vincularlo al oro ni a ningún otro activo. A este tipo de dinero se lo llama comúnmente dinero por decreto o dinero fiat («hágase», en latín), porque su valor depende de lo que establezca el Estado que lo cree.
Aunque este concepto sobre el dinero se parezca al manejado por la visión chartalista, no es igual, porque según esta el valor del dinero depende de la capacidad del Estado para lograr la exigencia de sus impuestos, lo que está vinculado a su poderío, mientras que la visión del dinero fiat se centra únicamente en el aspecto legislativo y jurídico.
Muchos economistas, entre los que se encuentran los partidarios de la visión metalista, consideran que este sistema actual es muy problemático y que habría que volver a vincular la cantidad de dinero existente con la cantidad de oro; entre otros motivos para que el Estado no genere desequilibrios debido a su capacidad ilimitada de crear dinero. Más adelante le hincaremos el diente a este último aspecto, pero baste señalar que la TMM no cree que haya ninguna necesidad de vincular la creación de dinero a la cantidad de oro ni a ningún otro activo o mercancía.
En el próximo capítulo veremos que esas diferencias en el poderío de los Estados tienen que ver con el margen fiscal del que disponen. No es lo mismo el margen de maniobra que tiene Estados Unidos que el que tiene Haití, por ejemplo. Pero tampoco tiene el mismo margen España, que usa una moneda que no emite, que el Reino Unido, que utiliza la moneda que crea; por lo que nos tocará hablar de soberanía monetaria.
[1] P. Tcherneva, «Money, Power and Monetary Regimes», Levy Economics Institute, Working Paper n.º 861, 2016. Para una versión traducida al castellano: [http://www.levyinstitute.org/pubs/wp_861_esp.pdf]. K. Rhodes, «The Counterfeiting Weapon», Federal Reserve Bank of Richmond, Econ. Focus, First Quarter 16, 1 (2012), pp. 34-37; R. Finlay y A. Francis, «A Brief History about Currency Counterfeiting», Reserve Bank of Australia Bulletin September, 2019, pp. 10-19.
[2] Por cierto, sobre este suceso hay una película muy interesante titulada Los falsificadores, dirigida por Stefan Ruzowitzky.
[3] H. Dirk, «Knapp’s “State Theory of Money” and its reception in German academic discourse», Working Paper, n.º 115, Hochschule für Wirtschaft und Recht Berlin, Institute for International Political Economy (IPE), Berlín, 2019.
[4] A. Viñas, El oro español en la Guerra Civil, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1976, p. 37.
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