Eduardo Garzón Espinosa

La otra economía que NO nos quieren contar


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que se generalizaba en toda la sociedad. Este proceso evolutivo fue explicado con bastante detenimiento por el economista Carl Menger[2].

      Para dejar constancia de cuánto se recolectaba y de cuánto se pagaba (y evitar que nadie pagara o recibiera algo más de una vez) se decidió anotar por escrito todas las transacciones realizadas en tablillas de arcilla cocida. Este fue el momento en el que se inventó la escritura, concretamente la cuneiforme en Sumeria y la jeroglífica en Egipto.

      De esta forma, si un escriba de un templo entregaba a un capataz una tablilla de arcilla en la que venía recogido su derecho a cobrar 5.000 silas por su trabajo, este podía: 1) directamente obtener 5.000 litros de cebada entregando la tablilla al templo o 2) recibir a cambio productos diferentes de la cebada por valor de 5.000. Como veremos en el próximo capítulo, estas tablillas de arcilla acabaron siendo aceptadas fuera de los templos y los palacios, de forma que dichas tablillas se convirtieron en el medio de pago y de intercambio de la época. Pero no nos adelantemos.

      Si recordamos lo que vimos en el anterior capítulo, nos daremos cuenta de que lo importante aquí no era la mercancía o material que se utilizaban para contabilizar y facilitar las transacciones, sino el sistema de medida que se establecía; algo que es una invención abstracta, no material. Las autoridades sumerias podrían haber escrito todo eso en cualquier parte; lo hicieron en tablillas de arcilla porque les resultaba cómodo, barato, eran difíciles de falsificar y perduraban mucho. Más tarde lo harían en metales preciosos, creando así las monedas, y ya en tiempos mucho más recientes lo pasaron a hacer en billetes, en cheques y en cuentas bancarias electrónicas. Si los pueblos antiguos hubiesen tenido la tecnología para hacer pagos electrónicos que no implicasen el intercambio de cosas físicas, se habrían ahorrado todo ese berenjenal. Pero no la tenían. La clave de este asunto es entender que el objeto no importa en absoluto, lo único que importa es el sistema de medida que se establezca.

      Otra clave de todo esto pasa por entender que el hecho de utilizar un producto como dinero no fue una decisión espontánea y natural de los individuos libres (como reza la visión convencional), sino que fue una decisión autoritaria impuesta por los gobernantes en los templos y palacios que luego se acabó extendiendo al resto de la ciudad. Como se puede ver, esta concepción supone un cambio drástico con respecto a la perspectiva individualista del dinero como mercancía: el dinero no sería una innovación surgida de forma descentralizada y al calor de las fuerzas del mercado para superar los impedimentos del trueque, sino un constructo social y centralizado, y una práctica social compleja que incluiría relaciones de poder y clase.

      Hasta aquí hemos abordado la visión que adopta la TMM sobre la naturaleza y el origen del dinero. En el próximo capítulo veremos cómo lograron estas autoridades que su dinero acabase siendo utilizado por todo el mundo.

      [1] S. Jevons, Money and the mechanism of exchange, Nueva York, D. Appleton and Company, 1875.

      [2] C. Menger, «The origin of money», The Economic Journal, junio de 1892. Disponible en castellano en [http://www.instint.edu.uy/descargas/e%20books%20textos/EL%20ORIGEN%20DEL%20DINERO.pdf].

      [3] G. W. Gardiner, «The Primacy of Trade Debts in the Development of Money», en Wray (ed.), Credit and State Theories of Money, cit., pp. 128-172; K. Polanyi, Primitive, Archaic, and Modern Economies: Essays of Karl Polanyi, ed. George Dalton, Nueva York, Anchor Books, 1975.

      [4] Extraído de una entrevista a David Graeber sobre su libro Deuda: los primeros 5.000 años, en [https://rebelion.org/que-es-la-deuda/], último acceso el 14 de abril de 2021.

      [5] C. Humphrey, «Barter and Economic Disintegration», Man, New Series 20, 1, 1985, p. 48.

      [6] M. Hudson, «The Archaeology of Money: Debt versus Barter Theories of Money’s Origins», en Wray (ed.), Credit and State Theories of Money, cit., pp. 99-127.

      [7]