porque hemos leído, de que sabemos diferenciar los bulos de los hechos porque hemos leído, de que hemos sido capaces de organizar una rutina de actividades y lecturas en el encierro porque hemos leído, de que todas las personas que estábamos en el supermercado respetábamos los protocolos porque, aunque muchos ya no lean, todos hemos leído, de que nuestros enfermeros y nuestras médicas no serían quienes son sin nuestros profesores y profesoras, de que pese a las mezquindades de una minoría, el aplauso lo merecemos la gran mayoría. Y de que para todo eso sirve la lectura.
20 de marzo de 2020:
Amazon, Netflix y YouTube han bajado la calidad de sus emisiones en Europa. Se trata de una estrategia de la Comisión Europea, que pidió a los consejeros delegados de las plataformas que eliminen temporalmente la alta definición, para de ese modo no colapsar el sistema de las telecomunicaciones. En nombre del estado de alerta o de alarma o de emergencia, también se empiezan a controlar los teléfonos móviles y los desplazamientos en coche o a pie. Nos vamos a acostumbrar a todas esas devaluaciones.
21 de marzo de 2020:
Como cada sábado y cada domingo desde que nos conocimos, Marilena y yo leemos los diarios en papel mientras desayunamos. Babelia publica hoy un texto histórico de Yan Lianke, el discurso que dirigió hace poco a sus estudiantes de creación literaria de Hong Kong, donde leemos: “Espero que, en un futuro previsible y no muy lejano, cuando este país comience a anunciar a los cuatro vientos con toda fanfarria y épica su victoria en la guerra contra la epidemia, no nos convirtamos en esos escritores que entonan cantos vacíos, sino únicamente en personas honestas y con memoria. Deseo que, cuando se ponga en escena la gran representación, no seamos los actores que recitan sobre las tablas, ni la comparsa que acompaña a la función; en su lugar, espero que permanezcamos alejados del escenario como personas débiles e impotentes que contemplan el espectáculo en silencio con ojos llorosos. Si nuestro talento, valor y determinación no nos convierten en escritores como Fang Fang, que nuestra sombra ni nuestra voz se encuentren al menos entre quienes la envidian y se mofan de ella. Cuando al cabo regrese la tranquilidad y no podamos, en medio de cantos de sirena, lanzar en voz alta nuestras dudas sobre la aparición y propagación de este coronavirus, los susurros servirán como muestra de consciencia y valentía. Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie, pero guardar silencio y olvidar son barbaries aún más terribles. Si no podemos actuar como el médico Li Wenliang que dio la voz de alarma, seamos al menos aquellos que escuchan la llamada de alarma”.
22 de marzo de 1912:
Antes de su entrada del diario de este día, Franz Kafka escribe entre paréntesis: “En los últimos días he escrito fechas falsas”.
23 de marzo de 2020:
Tras la primera noche de insomnio llamé a Jaime y le dije que quería que me ayudara a coordinar un taller de crónica y de ensayo por WhatsApp, porque era un momento histórico para el periodismo iberoamericano, porque el trabajo me ayudaría a sobrellevar el encierro y porque el dinero no nos vendría mal. Pero enseguida la fiebre alta, los problemas para respirar, el cansancio, el dolor de cabeza, la cama necesaria, el Covid-19 en el cuerpo de Jaime, Jaime en la ambulancia y Jaime en una silla durante horas y Jaime, al final, en la cama del hospital.
En nuestro mundo de pantallas, la enfermedad no es real hasta que se realiza en el cuerpo de un amigo, de un pariente, de un compañero de trabajo, de un vecino. Pero entonces entramos en un bucle, porque aunque viva en nuestro barrio no podemos visitarlo ni ayudarlo, nos relacionamos con él igualmente a través de pantallas. Un bucle que se parece bastante a la locura. En los audios que les envío a los alumnos de Buenos Aires, Lima o Guayaquil, sobre la enfermedad y sus metáforas o sobre la generosidad como rasgo principal del periodismo, les hablo de Jaime, porque la medicina y la literatura comparten la genética de la fe en el poder de la palabra, supongo.
23 de marzo de 2020:
La oms ha afirmado que “la pandemia se está acelerando”.
Geles Hermanos
Rogelio Garza
Rogelio Garza (Satélite, Edomex, 1969) empezó haciendo los fanzines La Duda y El Picahielo en los años noventa. Ha sido colaborador en diversos medios como el suplemento La Barda Cultural, La Mosca en la Pared, la sección cultural de El Financiero y El Ángel Exterminador de Milenio. Escribió los libros Las bicicletas y sus dueños (2008), Zig-Zag, lecturas para fumar (2014) y Bicicletas y otras drogas (2020). Actualmente colabora en Gunk, escribe crónica y la columna musical La canción #6 en el suplemento El Cultural del periódico La Razón.
Yo sólo quería ayudar a mi madre, pero terminé embotellado en La guerra del gel. Bastó con que empezara a caer el dinero para que la nobleza y el deber moral se convirtieran en codicia. Mi madre tiene 79 años y las rodillas acabadas, necesita una operación. Su vitalidad es tal que le impide estarse quieta e insiste en ir y venir con un bastón, pese al dolor. Desde hace cincuenta años distribuye una marca de productos de limpieza doméstica e industrial y normalmente ocupa un asistente en el negocio. Pero lo tuve que correr.
Desde que aterrizó el coronavirus en México hemos vivido días de confusión, incertidumbre y agandalle. Ante lo insólito hacemos cosas que tiempo atrás no imaginábamos. La pandemia es como una bola de nieve que se hace más grande y nos aplasta a todos. En la agencia de publicidad donde tenía el jale atendíamos dos cuentas de turismo que pagaban los sueldos: una cadena de hoteles y un outlet de viajes. Se fueron en picada y nos lanzaron como lastre. En un estornudo de murciélago terminé en la calle con un finiquito que me daría cuerda para tres meses. Pude imaginar cualquier cosa, menos lo que estaba a punto de suceder.
El domingo 8 de marzo visité a mi madre para celebrar su cumpleaños. Quedamos en salir a comer, así que fui por ella en el marco del Día Internacional de la Mujer, al fragor de las marchas y la lucha de género. En su casa encontré una veintena de cajas estorbando. Los del camión de la compañía las apilaron a la entrada, pero del asistente ni sus luces y mi madre no podía moverlas. Las acomodé y le dije que pasaría el martes porque ella se uniría al #ElNueveNingunaSeMueve. El 10 y el 11 el movimiento perdía vuelo porque el coronavirus ya era el foco de atención mediática, mientras yo me daba cuenta de que al asistente de mi madre se le pegaba el flotador con la bebida. Ella lo toleraba por ser hijo de una conocida. Lo peor es que lo sorprendimos robando. Entregó un pedido en la camioneta sin hacer nota y sin avisar. Pero lo entregó incompleto y cuando llamaron para hacer la aclaración lo tiraron de cabeza. Le quité la licencia y lo eché a la calle; si quería recuperarla tenía que pagar lo que se había birlado, poco más de mil pesos. Quién sabe cuántas veces lo habría hecho. Ya encarrilado, viendo la situación de mi madre —a su edad, tener que trabajar y lidiar con gente así—, le dije que la ayudaría a vender esa mercancía mientras encontraba otro asistente. Entonces revisé las cajas y descubrí el tesoro en tiempos del coronavirus: un pequeño embarque de gel antibacterial, solución desinfectante y jabón para manos.
el gel era el rey
Con el celular le tomé fotografías a los productos e hice unas fichas de prevención, precios y los datos de mi madre. Las enviamos a sus contactos de WhatsApp y de correo, también las posteamos en el Facebook de su negocio. Fue como si esparciéramos pan molido en el estanque, los peces empezaron a marcar y a escribir en montón. Mi mamá se puso tan contenta que se le olvidó lo del infeliz aquel. Y a mí me brillaron los ojos.
En la noche le conté lo sucedido a mi novia y al final sólo me dijo: “¿Tienes las fichas?” Ahí descubrí su lado duro para la venta. Claudia tiene dos hijos adolescentes y divide su tiempo entre el hogar, ser diseñadora y productora de eventos, maestra de ballet, se encarga del perro, dos gatos y, a veces, de mí. A la agencia donde labora le cancelaron los lanzamientos. Le envié las fichas a su teléfono, les corrigió el dato con nuestros números de teléfono/Whats y las empezó a reenviar a sus grupos de mamás del colegio, amigas de la preparatoria y la universidad, primos, vecinas y proveedores. La cosa nos explotó en la cara como zepelín de Coca-Cola con Mentos. Los mensajes y las llamadas de gente