John Piper

Cumpliendo las aflicciones de Cristo


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quien [Cristo] recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre (Romanos 1:5).

      Esa era la santa ambición de Pablo, la cual no sólo estaba arraigada en su llamado apostólico único, sino también en la promesa del Antiguo Testamento, que sigue vigente hasta este día:

      Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno, sino, como está escrito: Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; Y los que nunca han oído de él, entenderán (Romanos 15:20–21; cf. Isaías 52:15).

      Porque así nos ha mandado el Señor, diciendo:

      Te he puesto para luz de los gentiles,

      A fin de que seas para salvación hasta lo último de la tierra (Hechos 13:47; cf. Isaías 42:6).

      El propósito divino era enviar al Espíritu Santo y llenarnos con Él:

      Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8).

      El invencible propósito de Dios es que «el evangelio de la gloria de Cristo» se extienda por todos los pueblos del mundo y eche raíces en iglesias que estén centradas en Dios y que exalten a Cristo. Esta gran visión global del movimiento cristiano se hace clara, poderosa y convincente en la Iglesia cada vez que ocurre un profundo avivamiento bíblico en el pueblo de Cristo.

      Eso fue una realidad en la época de William Tyndale (nacido en 1494), quien fue cautivado por el fervor de la Reforma, a medida que Dios despertaba a Su Iglesia a la verdad de la justificación sólo por la fe. Fue una realidad en el tiempo de John Paton (nacido en 1824), quien fue partícipe de los avivamientos de Escocia, los cuales Iain Murray llama: «el despertar misionero».3 Y fue una realidad en la época de Adoniram Judson (nacido en 1788), cuando ocurrió el Segundo Gran Despertar de América.

      Tu persecución es «para testimonio»

      Hay una verdad que se ilustra de manera especial en las vidas de estos siervos, es decir, el hecho de que la estrategia de Dios para destrozar la autoridad de Satanás en el mundo, difundir el evangelio, y plantar la iglesia es una estrategia que incluye el sufrimiento sacrificial de sus heraldos que están en el frente de batalla. Y una vez más, debido a que es algo que fácilmente podemos olvidar, quiero enfatizar que no me refiero únicamente a que el sufrimiento es el resultado de proclamar la verdad en el frente de batalla. También me refiero a que el sufrimiento es una de las estrategias que Dios utiliza para el progreso de Su misión. Jesús les dijo eso a Sus discípulos cuando los envió:

      He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas (Mateo 10:16).

      No hay duda de lo que suele ocurrirle a una oveja que está en medio de lobos. Y Pablo confirmó esa realidad en Romanos 8:36, citando el Salmo 44:22:

      Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero.

      Jesús sabía que esta sería la porción de Sus misioneros, los cuales penetran las tinieblas, avanzan el reino, y plantan iglesias. Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, o espada (Romanos 8:35) —eso es lo que Pablo esperaba, porque eso es lo que Jesús prometió. Jesús continúa:

      Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles (Mateo 10:17–18).

      Aquí podemos notar que el «testimonio» ante los gobernadores y los reyes no es un simple resultado o consecuencia, sino un designio. Literalmente: «Seréis llevados ante (...) reyes para testimonio a ellos [gr. eis marturion autois]». El designio de Dios era alcanzar algunos gobernadores y reyes a través de la persecución de Su pueblo. ¿Por qué diseñó así las misiones? Una respuesta del Señor Jesús sería:

      El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor (...) Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa? (Mateo 10:24–25)

      El sufrimiento no era sólo una consecuencia de la obediencia al Señor y a Su misión. Era una estrategia central de Su misión. Era el camino para llegar a nuestra salvación. Jesús nos llama a unirnos a Él en el camino del Calvario, a tomar nuestra cruz diariamente, a aborrecer nuestras vidas en este mundo, y a caer en la tierra como una semilla y morir, para que otros puedan vivir.

      Nosotros no somos más que nuestro Señor. Está claro que nuestro sufrimiento no expía los pecados de nadie, pero, a través de él, nuestra labor misionera es más profunda de lo que alcanzamos a comprender. Cuando los mártires claman a Cristo debajo del altar celestial, diciendo: «¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?», se les dice que descansen «todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos» (Apocalipsis 6:10–11).

      El martirio no es la mera consecuencia de un amor y una obediencia radicales; es el cumplimiento de un designio establecido en el Cielo para un cierto número de creyentes: Esperemos «hasta que se complete el número de mártires que han de ser muertos». Así como Cristo murió para salvar a los pueblos no alcanzados del mundo, algunos misioneros deben morir para salvar a los pueblos del mundo.

      Cumpliendo las aflicciones de Cristo4

      Es válido que al llegar a este punto nos venga la preocupación de que, por medio de esa forma de hablar, nuestro sufrimiento se conecte demasiado con el sufrimiento de Cristo, al grado de que podría sonar como si nosotros también fuéramos redentores de los hombres. Pero hay un solo Redentor. Sólo hay una muerte expiatoria por el pecado, la muerte de Cristo. Sólo hay un acto de sufrimiento voluntario que quita el pecado. Jesús hizo esto «una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo» (Hebreos 7:27). «Se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado» (Hebreos 9:26). «Porque con una sola ofrenda [Cristo] hizo perfectos para siempre a los santificados» (Hebreos 10:14). Cuando derramó Su sangre, lo hizo «una vez para siempre» y obtuvo una «eterna redención» (Hebreos 9:12). «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5). Así que no hay duda de que nuestros sufrimientos no añaden nada al valor expiatorio y a la suficiencia de los sufrimientos de Cristo.

      Sin embargo, hay un versículo en la Biblia que a muchas personas les suena como si nuestros sufrimientos fueran parte de los sufrimientos redentores de Cristo. Pero eso no es lo que significa. Por el contrario, es uno de los versículos más importantes para explicar la tesis de este libro: que los sufrimientos misioneros son una parte estratégica del plan de Dios para alcanzar a las naciones. El texto es Colosenses 1:24, donde Pablo dice:

      Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia.

      En sus sufrimientos, Pablo estaba cumpliendo «lo que falta de las aflicciones de Cristo por (…) la iglesia». ¿Qué significa eso? Significa que los sufrimientos de Pablo completan las aflicciones de Cristo, no añadiendo nada a su valor, sino extendiéndolas a las personas que han de ser salvadas.

      Lo que les falta a las aflicciones de Cristo, no es algo que las vuelve deficientes en valor, como si no pudieran cubrir de manera suficiente los pecados de todos los que creen. Más bien, lo que falta es que el infinito valor de las aflicciones de Cristo sea conocido y creído en el mundo. Estas aflicciones y su significado todavía son algo que la mayoría de los pueblos desconoce. Y la intención de Dios es que el misterio sea revelado a todas las naciones. Así que hay algo que le «falta» a las aflicciones de Cristo, en el sentido de que no han sido vistas, conocidas y amadas entre las naciones. Por lo tanto, deben ser llevadas por los misioneros. Y esos misioneros «cumplen» lo que falta de las aflicciones de Cristo al extenderlas a otros.