sido objeto de estudio para los estudiosos de los movimientos sociales. En la renovación de los estudios sobre resistencia y, concretamente, de las resistencias protagonizadas por el campesinado, como se acaba de mencionar, ha jugado un papel determinante la obra del antropólogo James C. Scott. En sus tres trabajos básicos sobre esta temática (Scott, 1976, 1985 y 2003), este deudor de la historia social marxista británica trata de encontrar una respuesta a la pregunta de cómo individuos o grupos marginados de y por el poder actúan ante condiciones de explotación y dominación. Su respuesta ha abierto una nueva vía de análisis que se ha generalizado en los estudios históricos en los años noventa, provocando un considerable debate en las Ciencias Sociales en lo relativo a las teorías de poder, dominación y resistencia. El planteamiento innovador de Scott sobre la resistencia social supone la superación del análisis de la conflictividad de los grupos subalternos basado en movimientos abiertos y organizados, es decir, de la aplicación de la plantilla que la historia social había aceptado como válida para el mundo urbano y la clase obrera, para detenerse en otras formas, menos vistosas y contundentes, mediante las que el campesinado ha defendido históricamente sus intereses ante el poder político o las élites. Su formulación se centra en el análisis de la vida cotidiana de las clases subalternas, fundamentalmente el campesinado; refuta la mayoría de las teorías de hegemonía tradicionalmente aceptadas, en línea con el pensamiento foucaultiano, y proporciona las claves para deducir cómo los campesinos actúan ante la implantación y consolidación del poder.3 De este modo enlaza la conflictividad vivida en los espacios rurales con la estructura de resistencia civil. Su propuesta teórica es especialmente valiosa para entender lo cotidiano de las relaciones de poder, ya que pone especial énfasis en la dramaturgia de ese poder, las oportunidades para la comunicación y la formación de definiciones alternativas de la situación entre los subalternos y las expresiones culturales de tales formas de protesta.
Scott ha desplegado toda una batería conceptual, ex novo o a partir de conceptos ya existentes, alrededor de la que se articula su aparato crítico: «resistencia cotidiana», «armas del débil», «registro escondido» e «infrapolítica». No pretendemos dar cuenta o resumir su contribución, pero sí consideramos pertinente subrayar algunos aspectos centrales de su análisis por ser sustentadores teóricos de nuestro trabajo. Scott parte del hecho de que las rebeliones campesinas son pocas y muy lejanas en el tiempo. Desarrolla el concepto de «resistencia cotidiana» y lo define como una forma de resistencia rutinaria llevada a cabo por individuos pertenecientes a grupos subalternos que no provoca, ni lo pretende, grandes cambios en el sistema de dominio contra el que actúa, sino que tiene como finalidad frustrar una política o actitud particular que toca y afecta a la vida diaria de dichos grupos. En un contexto autoritario o de falta de libertades, dada la inexistencia de mecanismos institucionales y/u oficiales que permitan a estos colectivos subalternos expresar libremente sus discrepancias y opiniones críticas respecto al sistema de imposición de poder, y en la imposibilidad de hacerlo abiertamente a través de formas organizadas por estar estas sometidas a un alto grado de represión, aquellos optan por usar actividades cotidianas como estrategia para defender sus intereses y contrariar una situación que es entendida como desfavorable. Esta variante de resistencia se muestra como inherente a la cultura campesina, que cuenta con todo un conjunto de formas de oposición silenciosa y corrosiva –que requieren poca o ninguna coordinación, que se valen de acuerdos implícitos o redes informales de sociabilidad y que evitan una confrontación directa con la autoridad– a las que Scott denomina «armas del débil». Se refiere de modo especial a «armas» como el sabotaje, el fraude, la lentitud en el trabajo, el disimulo, la falsa ignorancia, la difamación, la deserción, el furtivismo, los pequeños incendios, etc. Todas aquellas acciones que se vuelven eficaces con el anonimato de sus protagonistas, el uso de la cotidianeidad y la contestación indirecta.
Este planteamiento teórico permite apreciar un amplio rango de patrones de resistencia de los grupos subalternos que comparten la característica de responder a actos cotidianos con los que se pretende mitigar o negar las exigencias del sujeto o ente que ejerce la dominación. Buena parte de su teorización descansa en el paradigma representado por el binomio «registro público» y «registro escondido». Scott establece la existencia de ámbitos no visibles (registro escondido) para el dominador donde se ocultan las visiones críticas, opuestas y resistentes a los procesos de opresión (toda serie de formas discursivas: declaraciones, gestos, expresiones o prácticas), mientras que de cara al poder (registro público) se establece toda una estrategia de fingimientos que son los que impregnan el discurso público (adulación, dobles significados, enmascaramiento, etc.). Los grupos subalternos, faltos de la posibilidad de modificar o cambiar cualquiera de las esferas donde las concesiones se producen y distribuyen, ponen en marcha la táctica racional de producir una falsa sensación de obediencia en el «registro público». En circunstancias especialmente opresivas, las formas de resistencia de los colectivos subalternos tienden a ocultarse del control sistemático de los grupos que ostentan el poder y encuentran cobijo en actividades cotidianas, quedando oculta su expresión, solo perceptible para los miembros del colectivo. El «registro escondido» supone tener presente que los grupos subalternos como el campesinado tienen ámbitos relativamente aislados en los que pueden desenvolver concepciones alternativas y transformar o reafirmar formas culturales propias cuando estas son amenazadas por la imposición del grupo o ente dominante, o bien cuando estas no pueden ser expresadas de manera abierta. En su nivel más básico, estos refugios son lugares de encuentro en los que la comunicación puede ser puesta en práctica sin deferencia al poder, son zonas «liberadas», «de reserva», donde la opinión crítica y la solidaridad de grupo pueden ser alimentadas, puestas a prueba, protegidas. Con frecuencia, estos abrigos existen como espacios culturales tradicionales hasta que aparece, en el caso de que lo haga, un carácter opositor, potenciando el radicalismo que vive en estado de hibernación en la tradición y todo aquello que descansaba en el «registro oculto» se descubre haciéndose visible para el dominador.4
Scott afirma que la diversidad de actos de resistencia cotidiana traduce diferentes niveles de protesta y su elección depende de varios factores, desde el motivo del descontento, al grupo de individuos que expresa ese descontento y a las formas de represión a las que están expuestos. Esta es una de las grandes aportaciones de este antropólogo: la alusión a una gran variedad de formas de resistencia que recurren a formas indirectas de expresión, que él conceptualiza como «infrapolítica». Son formas básicas para acercarse al análisis del poder y de la hegemonía porque, si bien no suponen un desafío articulado por parte de un colectivo subalterno, tampoco son inocuas ni carentes de trascendencia, ni para el que las protagoniza ni para el que las sufre. En las formas de resistencia cotidiana hay algo que va más allá de la frontera de simples reacciones instintivas para asegurar el sustento. Lo que los «infractores» ponen sobre el tapete es el hecho de que las nuevas formas y reglas impuestas desde fuera no están por encima de sus necesidades vitales y de las de sus familias, sino que estas tienen prioridad sobre aquellas. Es más, las cuestionadas son las formas en que el poder se impone en ámbitos como la apropiación del trabajo, la conducta, las relaciones, etc. No se trata pues, sin más, de un desafío de individuos aislados frente a un nuevo orden impuesto, sino, como señala Josep Fontana (1997), de la contraposición de un proyecto social distinto.
La resistencia cotidiana como teoría ha demostrado su potencial como referente en los análisis históricos debido a su potencialidad. En los últimos quince años el trabajo de Scott ha tenido un gran impacto en los estudios rurales (influencia más sentida en el caso de latinoamericanistas y africanistas) y en los estudios culturales, sensibilizando a los investigadores sobre la diversidad de formas de oposición a la dominación.5 No puede ser despreciada tampoco su influencia sobre los historiadores sociales europeos, que han recepcionado sus propuestas demostrando las múltiples aplicaciones de esta teoría «todoterreno».6 Así pues, a su alrededor ha surgido todo un movimiento de estudiosos entusiastas que han aplicado sus preceptos en todas aquellas sociedades que, en los más variados marcos espaciales y temporales, comparten, al menos en términos