Pedro Castro

El incendio del templo de San Antonio en Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua en 1961


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Unidos, Thomas Mann. “Win” y Allan Dulles se conocieron en Londres y fueron buenos amigos durante los siguientes veinticinco años después del final de la guerra, a la par de que la CIA se convertía en un emporio mundial de violencia, propaganda, influencia y poder.1 Personajes de sólidas afinidades, a pesar de que Dulles era de origen aristócrata y Scott hijo de un granjero pobre, trabajaron juntos para lograr que el gobierno de los Estados Unidos transformara a la CIA de mera recolectora de información anodina a una agencia con capacidad para llevar a cabo operaciones secretas contra las fuerzas comunistas en todo el mundo. Una convicción también era compartida por estos dos personajes, y que se ligaban a la filosofía de dicha agencia: combatir al comunismo, hacerle retroceder, y de ser posible, ganarle espacios. Estos propósitos eran quiméricos y carentes de lógica, pero sin embargo se mantuvieron a lo largo de muchos años de operación, y cargaban con un historial de fracasos; a pesar de lo anterior, se mantuvieron como una oportunidad ante la carencia de proyectos imaginativos que le sustituyeran. La agenda de agresivas operaciones secretas de la agencia contra la Unión Soviética y sus aliados de Europa Oriental, que Allen venía empujando desde 1948, había chocado con duras realidades. Los servicios secretos británico y francés no tenían mucha paciencia con la retórica sobre “hacer retroceder” (hay en el discurso anticomunista mexicano la idea semejante de “hacer retroceder”, dados los “avances” del comunismo en el país) al comunismo en Europa Oriental. No podían tomar en serio a los estadounidenses porque todo parecía indicar que los comunistas habían llegado al poder para quedarse indefinidamente en Varsovia, Praga, Budapest y Bucarest, y no sería posible revertir procesos que ya estaban muy consolidados. La CIA carecía de la experiencia del M16, con una ya larga historia de espionaje en condiciones difíciles. Aquella frecuentemente se equivocaba al escoger a sus socios, normalmente exiliados en quienes depositaban su confianza en sus informes y sugerencias, que además de ser inexactos resultaron un atractivo negocio para ellos, por lo que lo más importante eran llenar hojas de papel con invenciones, que por supuesto, eran inútiles y un despilfarro.2 Si Europa tenía sus dificultades, mucho menores eran las de, por ejemplo, Guatemala, que como ya se vio antes, fue pan comido para la agencia debido a la debilidad del gobierno de Árbenz, pero para la CIA cumplía dos propósitos: justificar su existencia burocrática y recibir oxígeno, ya que se le cuestionaban constantemente sus funciones por otras ramas del gobierno. Todo el proyecto fue una falsedad de principio a fin, con resultados sumamente costosos para la sociedad guatemalteca, con el encumbramiento de militares muy represivos –apoyados por los Estados Unidos– y una prolongada guerra civil que ocasionó miles de asesinatos, sobre todo de los más pobres. Los Estados Unidos se vanagloriaron de que –por fin– obtuvieron una victoria en la Guerra Fría, al hacer “retroceder a los soviéticos de América.”3

      Notas del capítulo

      1 Morley, Jefferson, Nuestro Hombre en México: Winston Scott y la historia oculta de la CIA, México, Santillana