Pedro Castro

El incendio del templo de San Antonio en Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua en 1961


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comunistas extranjeros y dinero incautado de cubanos ricos. El desprecio a los Estados Unidos rompió todos los límites de la diplomacia, e incluso la cordura: ‘Nadie sabe a dónde Castro irá con su locura.” El terror anticastrista comenzó poco después de la revolución. Una tienda departamental de La Habana se incendió, un barco en el puerto explotó muriendo más de cien personas, se quemaron plantaciones de caña de azúcar, y aviones de Florida arrojaron bombas y desaparecieron rápidamente. Algunos de los primeros ataques pueden haber sido llevados a cabo por exiliados, pero pronto Allen tomó el control de la campaña de terror.22 Uno de los camaradas más cercanos de Castro, el guerrillero argentino Che Guevara, había estado en Guatemala en 1954 y presenciado el golpe contra Árbenz. Convenció a Castro de que el presidente guatemalteco torpemente había tolerado una sociedad abierta, que la CIA penetró y subvirtió, y también preservó el ejército existente, que pronto se sometió a los dictados de los Estados Unidos. Con una lucidez política asombrosa y temeraria, Castro acordó que un régimen revolucionario en Cuba debía evitar esos errores. Tomando el poder, reprimió la disidencia y purgó al ejército. Muchos de los cubanos apoyaron su régimen y estaban listos para defenderlo. Todo esto echó por tierra la posibilidad de derrocarlo.23 Entonces un frustrado Estados Unidos desató una campaña “contra el comunismo” sin precedentes ni límites, perturbando la marcha pacífica de países y robando la tranquilidad de los ciudadanos, poniendo a la Unión Soviética, China y desde luego Cuba como tres jinetes del Apocalipsis. En América Latina se impusieron las políticas más represivas y sanguinarias de la Guerra Fría como reacción desaforada a la experiencia cubana, con el entrenamiento de gobiernos militares al estilo del de Castillo Armas en Guatemala. Los hermanos John Foster y Allen Dulles guiaron a su país por el mundo montado en uno de sus extremos. El paso del tiempo y el fin de la Guerra Fría dificultaron la comprensión del miedo que se apoderó de muchos estadounidenses durante la década de 1950. Estudiosos pudieron acceder a archivos secretos de países anteriormente comunistas para indagar, entre muchas otras cosas, los supuestos planes globales de los soviéticos para apoderarse del mundo. En 1996 la historiadora Melvyn Leffler obtuvo información suficiente para llegar a conclusiones muy distintas a las de John Foster y Allen: “Los líderes soviéticos no estaban enfocados en promover la revolución mundial. Se preocupaban principalmente por proteger la periferia inmediata de su país, garantizar su seguridad y preservar su gobierno. Al gobernar una tierra devastada por dos guerras mundiales, temían el resurgimiento de la fuerza alemana y japonesa. Se sintieron amenazados por los Estados Unidos, ahora más ricos y armados con la bomba atómica. Los funcionarios soviéticos no tenían planes preconcebidos para hacer comunista a Europa del Este, para apoyar a los comunistas chinos o hacer la guerra en Corea...Las palabras y los hechos de los Estados Unidos aumentaron enormemente la inseguridad global y posteriormente contribuyeron a la carrera armamentista y la expansión de la Guerra Fría al Tercer Mundo...Los estadounidenses actuaron con prudencia en los primeros años de la Guerra Fría, pero sus acciones aumentaron la desconfianza, exacerbaron las fricciones y elevaron los riesgos. Posteriormente, su implacable búsqueda de una política de fuerza y guerra contrarrevolucionaria puede haber hecho más daño que bien a los rusos y a los demás pueblos de la antigua Unión Soviética, así como a los europeos del este, los coreanos y los vietnamitas. Muchos de los nuevos libros y artículos sugieren que las políticas estadounidenses dificultaron que los reformadores dentro del Kremlin ganaran terreno... A los sucesores de Stalin les hubiera gustado estabilizar la relación y reducir la competencia con Occidente, pero la sensación de amenaza proveniente de los Estados Unidos los detuvo.”24 La exageración de las amenazas de los hermanos Dulles tampoco era algo nuevo en la historia americana. Las teorías conspirativas la acompañan. La mayoría de ellos postulan una camarilla secreta: judíos, musulmanes, masones, anarquistas, banqueros, etc., que traman la revolución mundial. Ellos así vieron tal camarilla durante la década de 1950: “El comunismo internacional es una conspiración compuesta de cierto número de personas, cuyos nombres no conozco, y muchos de los cuales supongo son secretos “, dijo Foster a un comité del Congreso. “Han conseguido control de un gobierno tras otro.”25 Un historiador ha llamado al paradigma de la Guerra Fría “una de las narrativas nacionales más poderosamente desarrolladas en la historia registrada”. Se apoderó de los estadounidenses en una época aterradora, ha escrito otro, porque ofrecía “una forma integral de entender el mundo...El miedo sirvió como el pegamento emocional que mantenía unido a este mundo: miedo al expansionismo soviético, a la subversión comunista en el hogar, a la energía nuclear, a la guerra.”26 Agregaríamos que la Guerra Fría fue una de las equivocaciones monumentales de la historia, que solamente perturbó al mundo y causó infinidad de daños a las sociedades y al medio ambiente común.

      Notas del capítulo

      1 Strauss, Roberta Feuerlicht, Joe McCarthy y el McCarthismo, el odio que trastornó a Norteamérica, Barcelona, Ediciones Grijalbo, 1976, p. 45.

      2 Ibid., p. 46.

      3 Ibid., p. 53.

      4 Ibid., p. 54.

      5 Ibid., p. 55.

      6 Ibid., p. 56.

      7 Ibid., p. 57.

      8 Kinzer, op. cit., p. 96.

      9 Ibid., p. 99.

      10 Ibid., p. 101.

      11 Ibid., p. 102.

      12 Ibid., p. 107.

      13 Ibid., p. 115.

      14 Ibid., p. 116.

      15 Ibid., p. 127.

      16 Ibid., p. 183.

      17 Ibid., p. 185.

      18 Ibid., p. 187.

      19 Ibid., p. 192.

      20 Ibid., p. 213.

      21 Ibid., p. 214.

      22 Ibid., p. 312.

      23 Ibid., p. 315.

      24 Citada por Kinzer, Ibid., p. 341.

      25 Ibid., p. 349.

      26 Ibid., p. 350.

      Las andanzas de la CIA