Fernando de Alva Ixtlilxochitl

De la venida de los españoles y principio de la ley evangélica


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y otros reyes que decapitó Cortés, y por lo que llenó de escándalo a dos mundos? ¿Quién no se pasmará al ver que así haya escrito a presencia y de mandato de un gobierno empeñado en exaltar la gloria del conquistador de México, y de canonizar sus más horrendos crímenes, como lo hizo el cardenal de Lorenzana cuando publicó sus cartas a Carlos V? ¿De dónde le pudo venir tanta energía a Ixtlilxúchitl, a un indio pobre, abyecto, miserable, y de una clase especialmente oprimida y despreciada por la autoridad española? Vínole de la verdad misma, de esta virtud divinal que se hace escuchar con energía a presencia de los mismos tiranos, y a despecho de su orgullo; ella es como el rayo que hiende los robustos cedros, y todo cede a su terrible prepotencia. Nuestra sorpresa sube de punto si notamos que aunque sus relaciones no se publicaron por medio de la imprenta, tampoco se suprimieron por aquellas orgullosas autoridades que al fin reconociéndolas por verdaderas e interesantes, mandaron a los historiadores del siglo XIX que las tuvieran a la vista, como lo acredita la real orden del 21 de febrero de 1790. Por ella previno el rey que se reconociesen los manuscritos de Ixtlilxúchitl para encontrar los hechos de más de un siglo que faltan a su historia. ¿Queremos un testimonio más relevante del aprecio que se merece este escritor mexicano? El conde de Revillagigedo dispuso que fray Manuel de la Vega, franciscano de la provincia del Santo Evangelio de esta capital, reuniese todos los materiales posibles para formar una completa historia antigua y moderna de esta América, y franqueó al efecto de cuenta de la real hacienda los gastos de la empresa; de hecho, el padre Vega presentó una exquisita compilación en treinta y dos volúmenes manuscritos en folio; de estos se sacó principal y duplicado que se remitieron a Madrid por la primera Secretaría de Estado, que entonces corría a cargo del duque de la Alcudia (después príncipe de la Paz) quedando una copia de dicha obra en la Secretaría del virreinato (hoy Archivo General). Del tomo cuarto, página 273, se ha sacado esta copia, y su edición se debe a la protección del Supremo Gobierno que la ha protegido, no menos que a la buena diligencia del excelentísimo señor don José María Bocanegra, hoy secretario de Hacienda. Es muy a propósito la advertencia del padre compilador Vega, en el principio de dicho cuarto tomo, que a la letra dice:

      Las relaciones de don Fernando Alva Ixtlilxúchitl merecen particular estimación; sacadas felizmente del fondo de la antigüedad, presentan agradables objetos a la diversión y a la enseñanza. Ellas granjearon a su autor las alabanzas de los mexicanos estudiosos de las antigüedades de su patria, y capaces de conocer el mérito por las bellas luces de su naturaleza y aplicación. Don Carlos de Sigüenza y Góngora, don Francisco Clavijero y don Mariano Veytia han celebrado particularmente las obras de Ixtlilxúchitl, y con razón; desenvuelven las antiguas monarquías, sus progresos, decadencias, política y vicisitudes; dan idea de las ciencias, artes, agricultura, manufactura e industria de sus nacionales; ilustrar dudas, desimpresionar los errores y fábulas que insensiblemente se habían introducido con las memorias de los sucesos patrios, y tratar estas materias con profundo conocimiento, libre de impresiones vulgares, con sencillez, y animado del amor a la verdad, debe producir un ventajoso concepto de las obras de Ixtlilxúchitl. No se pretende que sus relaciones carezcan de defectos; el ajuste y concordia de las cronologías ofrece muchos puntos disonantes de seria corrección.

      Para sacar la siguiente copia de las obras históricas de Ixtlilxúchitl, hemos tenido presentes dos ejemplares de mss.; el primero pertenece al archivo de este convento grande de México de los padres franciscanos de regular observancia; el segundo es el mismo que sirvió a don Mariano Echeverría y Veytia que nos puso en las manos la poderosa solicitud del excelentísimo señor conde de Revillagigedo.

      Deseosos, pues, de la mayor exactitud y buen orden de esta copia, que considerábamos perder en gran parte de la perfección del original, nos aplicamos seriamente a confrontar los dos ejemplares manuscritos para dar la preferencia al que lo mereciese por el mayor arreglo. Después de un prolijo examen preferimos el de don Mariano Veytia. Observamos que en este ejemplar no está corrompida la escritura de las antiguas voces del idioma mexicano de que abunda la obra; antes bien se mantienen sin alteración con el carácter propio de su origen, ventaja que desvanece muchas dificultades que pudieran interrumpir la inteligencia en el curso de la narración.

      Fuera de esto nos animamos a la preferencia de aquel ejemplar, por saber que es el propio que sirvió muchos años para la composición de sus obras al célebre escritor Echeverría y Veytia, quien supo emplear su buen discernimiento y juiciosa crítica en la elección de los antiguos manuscritos, que son el fondo de las importantes obras que tanto honor hacen a su infatigable ingenio y constante aplicación.

      Dada ya una verdadera idea del mérito literario e histórico de don Fernando de Alva Ixtlilxúchitl, es tiempo de presentar a nuestros lectores la que deben tener de su ascendiente el rey de Tezcuco del mismo nombre, sujeto que tanto contribuyó a arruinar el Imperio mexicano, y afianzar la tiranía española en este suelo.

      Cuando murió su padre Netzahualpilli, tuvo la imprudencia de no declarar quién de sus hijos legítimos debería sucederle en el trono de Aculhuacan. Habíase enlazado con la familia real de México, tomando en matrimonio a una sobrina del rey Tízoc llamada Tzotzocatzin; esta amaba con extraordinario cariño a su hermana de no común belleza llamada Xocotzin, y por tanto la llevó en su compañía a Tezcuco. Con la frecuencia del trato se aficionó a ella Netzahualpilli y se casó, por no estar prohibidas las nupcias con cuñados entre los mexicanos. De la primera reina tuvo por hijo a Cacamatzin, y de Xocotzin a Huexotzincatzin, joven a quien mandó ahorcar su mismo padre por haber quebrantado una ley reglamentaria de palacio; también tuvo a Coanacotzin, a Tecocoltzin y a Ixtlilxúchitl. Dudándose quién de estos hijos debería reinar, se reunieron los grandes del reino, y acordaron jurar a Cacamatzin, joven de 22 años. Diose por ofendido Ixtlilxúchitl de la preferencia, y oponiéndose a ella dijo “que si su padre hubiera muerto, real y verdaderamente, desde luego habría nombrado un sucesor; mas puesto que no lo había ejecutado así, era señal de que aún vivía”. Los vocales del congreso pidieron su voto a Coanacotzin, el cual se pronunció por Cacamatzin, fundándose en la mayor edad, y en los inconvenientes que traería un interregno. Persistió Ixtlilxúchitl en su oposición echándole en cara que era un hombre ligero, que fomentaba los designios de Moctheuzoma, el cual procuraba reinar por su medio, y manejarlo a su antojo; Ixtlilxúchitl cerró la sesión diciendo: “Si en esta vez debe preferirse el valor, a mí solo me corresponde el reino”.

      Por tan desagradables ocurrencias Cacamatzin se ausentó de Tezcuco, y pasó a informar de ellas a Moctheuzoma, que le ofreció proteger la elección, interponiendo su autoridad para con Ixtlilxúchitl, y si era necesario, sus armas; pero aconsejó antes de todo a su protegido que sacase y pusiese en salvo todo el tesoro de su padre. Previó Ixtlilxúchitl las resultas de este viaje, y luego marchó con todos sus parciales a la sierra de Mextitlan, donde reunió un numeroso ejército con achaque de que el emperador de México pretendía usurpar el trono de Aculhuacan. Desde Tepepulco intimó al cacique de Otompan que lo reconociese por soberano; negose a hacerlo, atacolo con la fuerza de su mando, y pereció en la acción víctima de su lealtad. En estas circunstancias, y conociendo Cacamatzin que era menos malo ceder una parte de su reino, que empeñarse en una guerra civil, entró en transacción con él, permitiéndole que poseyese los dominios de la sierra que ocupaba, y que él se contentaba con la capital y estados de la llanura. Suplicole asimismo que no alterase la paz común del reino, en todo lo cual convino Ixtlilxúchitl, y este le hizo decir con reencargo particular que se guardase mucho de la astucia de Moctheuzoma; prevención oportunamente hecha como lo acreditó después la experiencia, porque por conservarse en la gracia de Hernán Cortés, hizo prender traidoramente a Cacamatzin, y este pereció a puñaladas en el día que precedió a la llamada Noche Triste en que fue destrozado el ejército español.

      Según