el cordel de que pendía, único modo con que pudo libertarlo. Resulta de lo expuesto que si Ixtlilxúchitl fue uno de los más valientes generales aculhuas, también fue ambicioso, por cuya causa se dividió la integridad de la monarquía, se puso en armas aquel opulento reino, se enflaqueció y enervó la fuerza que unida habría impedido la entrada de los españoles en México; y para completar la ruina que él mismo había comenzado, despobló y aniquiló el reino de Aculhuacan, mandando numerosas divisiones que sojuzgasen de todo punto este país a la dominación española. ¿Quién pues no verá en Ixtlilxúchitl a uno de los mayores enemigos de su patria? ¿Quién será el que de los muchos que hoy la agitan y destruyen, no tome ejemplo de este hombre fatal para no seguir sus pisadas, ni causarnos igual ruina? Por vosotros, ¡oh amados compatriotas!, por vosotros (digo) he trazado este bosquejo, del que os suplico no aparteis la vista ni por un momento; las lecciones de lo pasado son la escuela de lo presente; ¡ay del que no se aprovecha de ellas! No falta quien pretenda canonizar la conducta de Ixtlilxúchitl diciendo que perdonó la vida de Cortés cuando pudo destruirlo, temeroso de que desapareciese el evangelio que ya había comenzado a anunciarse en estas regiones. ¿Mas acaso Cortés era el único medio por donde la providencia pudiera dispensar a los indios tan inefable ventura? ¿Son acaso los cañones y lanzas los medios de que se valió Jesucristo para extender su ley por todo el inundo? ¿No detestó la violencia? ¿No la proscribió para que por su medio jamás se anunciase su doctrina? ¿No previno a sus apóstoles que a la persecución de los tiranos opusiesen la caridad, la paciencia y el sufrimiento? ¿No les advirtió que cuando se resistiesen a oír sus insinuaciones, y fuesen perseguidos, sacudiesen sus sandalias y se marchasen a otra parte? He aquí por tales principios desaprobada esa conducta bárbara, y por los que en todos tiempos los conquistadores de México pasarán por unos malvados invasores, que con achaque de darnos el cielo, nos quitaron la tierra, y causaron toda clase de males. Vale.
CARLOS MARÍA DE BUSTAMANTE
Nota importante. En la página 386, tomo 4o., del manuscrito del archivo general de adonde se sacó esta historia formada en diez libros, consta: que los aprobantes de ella y que dan testimonio de verdad ante Diego Ortiz, escribano, en 18 de noviembre de 1608, y que aseguran ser verdadera y conforme con la que se halla pintada en las antiguas, son don Martín de Suero, gobernador del pueblo de San Salvador Quatlacinco en la provincia de Otumba, y los demás oficiales de la República, a saber: don Francisco Pimentel, don Silvestre de Soto, don Gaspar Guzmán, José de Santa María, Baltazar Ximénez, Francisco de San Pablo, alcalde, Baltazar de San Francisco, Francisco Xuáres, alcalde, don Luis de Soto.
1 Esta salva era indispensable hacer a presencia de un gobierno que en esta materia no sabía disimular ningún defecto; sin ella no se habría copiado esta Relación Décima Tercia. Dígalo Clavijero que no se permitió publicar en español (N.de CMB)
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