Stefano Vignaroli

Delitos Esotéricos


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acabar su trabajo en la escena del crimen. Mientras uno sacaba fotos, otro recogía tierra alrededor de la víctima metiendo muestras en el interior de bolsas de plástico, otro más esparcía Luminol para la búsqueda de posibles pistas ocultas de sangre.

      ―¿Han encontrado algo interesante? ―pregunté.

      ―Parece que el incendio ha sido provocado sirviéndose de un líquido inflamable, no gasolina, pero algo que intentaremos localizar en el laboratorio. También hemos encontrado rastros de cera, quizás proveniente de una antorcha de papel prensado y cera, una de esas que usan en las procesiones, en las vigilias, para entendernos ―me respondió uno de los tres.

      ―¿Habéis encontrado la antorcha?

      ―No, comisaria. Sin embargo, estamos cogiendo incluso detritos carbonizados, quizás podamos encontrar algo útil. En cuanto acabemos el trabajo en el laboratorio le enviaremos un informe detallado. Aquí, por ahora, hemos acabado. Los de la morgue han llegado y podemos mandar el cadáver al depósito de cadáveres.

      Volvemos hacia la explanada donde estaba aparcado nuestro coche, un cartel de color negro, que señalaba la Fonte della Noce, llamó mi atención.

      ―¿Vamos a echar un vistazo? ―dije volviéndome a Mauro y, sin esperar su respuesta, me metí por el sendero que se adentraba en la zona de espeso bosque.

      Avanzamos durante un pequeño trecho y llegamos a una llanura dominada por un gran nogal, cerca del cual, de una fuente, manaba un apetecible surtidor de agua. Debido al calor y las fatigas de la jornada, tanto yo como Mauro, bebimos unos sorbos de agua muy fresca, luego comenzamos a mirar a nuestro alrededor para percibir algo de particular, cualquier señal, cualquier indicio. A primera vista parecía que no había nada interesante. Mientras me lamentaba por no tener conmigo a mi fiel Furia, inigualable seguidor de pistas, mi ojo cayó cerca del gran árbol donde noté que la tierra estaba removida.

      ―Ha sido hecho un dibujo en el suelo con un objeto puntiagudo, un cuchillo o un bastón con punta. Habitualmente los seguidores de las sectas efectúan unos ritos en determinados lugares, dibujando unos símbolos, pentáculos y otras cosas, que al final se eliminan. Parece que el dibujo fue borrado a todo correr dado que todavía se pueden ver algunas partes. Se vislumbran incluso algunas letras. Quizás la ceremonia fue interrumpida y los adeptos se han debido escabullir, de otro modo habrían tenido más cuidado en borrar el rastro.

      ―¿Piensas en una Misa Negra, quizás con sacrificios, qué sé yo, de una animal, de una virgen, de uno de los mismos adeptos ?

      ―Por ahora no pienso nada, me limito a observar y a recopilar lo que veo y siento. Hay muchos elementos pero todavía no sé cuáles pueden ser útiles y cuáles no. El sendero va hacia aquella parte. ¿Proseguimos?

      Después de unos pasos la vegetación se volvió tan intrincada que parecía que el sendero se acababa. Estaba a punto de volver sobre mis pasos, cuando entreví, a unos treinta metros, una silueta oxidada.

      ―Debe ser la carcasa en medio de la leñera que se quemó hace unos años. Nadie se ha ocupado de llevársela, imagino que porque el propietario está muerto desde hace años. Dada la espesa vegetación, diría que no conseguiremos jamás llegar ―fue el comentario de Mauro.

      ―Ya, deberemos traer un aparato adecuado para podarla y echar un vistazo ―respondí ―¡Ahora, volvamos al coche!

      Nos acercamos a paso moderado descendiendo por las curvas cerradas que conducían hacia el fondo del valle, recorriendo el encantador Valle Argentina. Superado el poblado de Molini di Triora, la carretera seguía bajando. Un cartel publicitario indicaba que a unos cien metros encontraríamos el restaurante Da Luigi.

      ―¿Vamos a comprobar la coartada de la bruja? ―propuse a Mauro.

      ―Sí, encantado ―fue su respuesta ―Y dado que estamos a últimas horas de la tarde y no hemos metido nada entre los dientes, propondría aprovechar el restaurante también para su función concreta.

      El local a esa hora estaba desierto. Nos sentamos en una de las mesas y esperamos a que apareciese alguien. El propietario del local, un hombre de unos cuarenta y cinco años, con sobrepeso, la cara rubicunda y sudada, no tardó en aparecer.

      ―¿Puedo serviles en algo, señores? Por desgracia a esta hora en la cocina tenemos pocas cosas.

      ―Policía ―le dijo Mauro ―¿Estaría dispuesto a respondernos a unas preguntas?

      ―Imagino que se refiere al delito de la última noche. El lugar está bastante lejos de aquí. ¿Cómo os puedo ayudar?

      ―¿Usted conoce a Aurora Della Rosa, verdad? ―intervine

      ―Claro, es una cliente muy apreciada, de vez en cuando viene aquí y yo aprovecho para pedirle algún consejo. Sufro de ciática y ella tiene unos remedios fantásticos a base de hierbas, mucho mejor que la medicina convencional.

      ―¿Ayer por la noche estaba aquí?

      ―Sí, llegó hacia las nueve y media y se fue cuando ya había pasado la medianoche. Estaba extraña, más taciturna que de costumbre. Pidió de comer pero creo que no probó la comida. Incluso le tuve que reñir porque, sentada a la mesa, se había encendido un cigarrillo y fumaba en la sala. No había muchos clientes y nadie se hubiera quejado, pero al estar prohibido por ley, sabe, ¡debo intervenir!

      ―¿Estaba sola?

      ―Sí, sola.

      ―¿Y habitualmente viene sola o acompañada?

      ―Depende. A veces sí, viene sola, pero a menudo en compañía de una amiga morena, una hermosa mujer de acento extranjero. Parece que las dos son pareja, aquí en la zona se dice que son lesbianas.

      Para pronunciar estas últimas palabras se acercó a nosotros, bajando el tono de la voz.

      ―Homosexuales ―le corregí.

      ―Sí, claro. Hoy, en las grandes ciudades, no se les hace ni caso pero en nuestra zona no estamos tan habituados a ciertos comportamientos.

      ―Bien, mi querido Luigi, ¡ya basta! Diría que yo y el inspector Giampieri agradeceríamos poder comer algo. ¿Qué nos propone?

      ―Bueno, como decía antes, no hay mucho donde escoger por ahora. Os puedo aconsejar un buen plato de trofie liguri al pesto alla genovese con fagiolini e patate6, un plato único que realmente os dejará satisfechos.

      ―¡Traenos dos raciones abundantes!

      Ya era casi de noche cuando llegamos a Imperia y aparcamos delante de la comisaría de policía.

      ―Aquí estamos ―dijo Mauro ―Has llegado a tu nuevo lugar de trabajo. Aquí estamos en una zona descentralizada de la ciudad mientras que la jefatura está en el centro, en Piazza del Duomo. Creo que mañana por la mañana, antes de comenzar cualquier actividad, deberemos pasar por allí. El comisario jefe es uno de esos a los que le gustan mucho los formalismos y te deberás presentar ante él.

      Mauro me guió por un laberinto de pasillos y oficinas hasta llegar a la que sería mi oficina.

      ―Vale, pero antes de ir a la Jefatura, agradecería conocer al personal que está en servicio. ¿Crees que será posible conocer a los hombres a primera hora de la mañana?

      ―Haré lo posible para que todos estén aquí, salvo excepciones justificables, a las ocho. Por ahora, creo que deberías reposar. Allí al fondo hay una habitación con una cama y el baño está en el pasillo. Encontrarás todo tu equipaje y, si necesitas algo, debes saber que pasaré la noche en la sala de guardia.

      ―Bueno, hasta que no encuentre un alojamiento mejor, me adaptaré, luego ya veremos. Ahora estoy demasiado cansada para buscar otro alojamiento. Y además, de todos modos, estoy habituada a vivir en el lugar en que trabajo.

      Di una ojeada a mi escritorio, donde ya destacaba una gran caja, que contenía todas las carpetas de las investigaciones sobre personas desaparecidas en Triora. Realmente no tenía ganas de ponerme manos a la obra