Stefano Vignaroli

Delitos Esotéricos


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espaldas, se pusieron los anoraks y continuaron hasta llegar a la una zona herbosa más allá del puente. Desde allí, por lo menos, comenzaban cinco senderos, que se dirigían hacia distintas direcciones. ¿Cuál sería el correcto que debían seguir? Aurora vio dos ramas entrecruzadas con tierra removida alrededor, buscó una rama larga y, poniendo cuidado en no pisotear la tierra removida, destruyó la cruz, luego, con la misma rama, dibujó un círculo de tierra, recitando unas palabras que Larìs reconoció como las de un contra hechizo. Alguien había hecho un sortilegio para crearles dificultades en el camino que debían seguir. Pero Aurora tenía mucha experiencia. Después de completar el círculo y dirigir algunas palabras hacia el cielo, fue evidente que desde el claro sólo había un sendero que era el que había que seguir. Después de atravesar la lengua de un glaciar, el sendero descendía, hasta que las praderías de altura dejaron el puesto a un bosque, cada vez más espeso a medida que se descendía. Con cada cruce, con cada bifurcación del camino, las dos, instintivamente, sabían qué dirección seguir.

      El bosque ofrecía frutos y bayas comestibles y de vez en cuando aparecía una fuente de agua fresca por lo que, aunque los víveres que llevaban de reserva comenzaban a escasear, no era posible padecer hambre ni sed. Incluso la temperatura se había hecho más agradable y ya no necesitaban llevar encima los anoraks. El quinto día de camino, saliendo del espeso bosque, se encontraron con un ameno valle, en el fondo del cual vieron su meta.

      El templo era una construcción muy antigua que se había mantenido intacta durante el curso de los siglos y de los milenios, construido como estaba sobre la sólida roca en un lugar inaccesible a los comunes mortales. Lo que suscitó el estupor de las dos mujeres fue la central hidroeléctrica que se entreveía por la parte de atrás del templo. Una cascada, con la fuerza de un salto de unos cientos de metros, alimentaba las turbinas que suministraban energía eléctrica al antiguo edificio. Al lado de las turbinas, una serie de paneles solares aseguraban el suministro de agua caliente y contribuían también a generar electricidad. Una pionera instalación fotovoltaica, que aún no estaba en funcionamiento, completaba la central, que convertía aquel oasis en autónomo desde el punto de vista energético.

      En cuanto llegaron a la entrada del templo fueron recibidas por dos hombres con un aspecto físico majestuoso.

      ―Sed bienvenidas al templo de la Sabiduría y de la Regeneración. El Gran Patriarca os está esperando y, en cuanto sea posible, os recibirá. Mientras tanto, seremos vuestros guías, os conduciremos a vuestros alojamientos y haremos lo posible por hacer agradable vuestra visita en este lugar encantador. Si necesitáis cualquier cosa, preguntadnos e intentaremos contentaros. Yo soy Ero y mi compañero es Dusai.

      Los dos hombres, vestidos sólo con cortas túnicas de colores, eran altos y fuertes, los músculos parecían esculpidos, recordando antiguas estatuas griegas. Ero tenía los cabellos rubios, rizados, bastante largos, tez clara, aunque ligeramente bronceada y los ojos de color azul cielo. Dusai, moreno, los cabellos negros cortos, los ojos oscuros y la tez del color del ébano. Mientras que Dusai se ocupaba de Aurora, Ero se inclinó delante de Larìs y cogió su equipaje. Los cuatro, después de atravesar un patio cuadrado, se adentraron en el edificio y caminaron por pasillos decorados. Los frescos alternaban escenas de caza y escenas de guerra y de acoplamiento entre animales. Llegaron, finalmente, a un claustro, en el centro del cual había una piscina. Bajo los pórticos se abrían las puertas de las habitaciones de los huéspedes. Aquí las decoraciones representaban acoplamientos entre hombres y mujeres, en todas las posiciones posibles e inimaginables extraídas de los más impensables manuales del Kamasutra. Las dos mujeres fueron invitadas por sus cicerones a entrar cada una en una habitación, donde las ayudaron a desvestirse y a relajarse con un largo y minucioso masaje tonificante. Después de un par de horas las dos mujeres y los dos hombres se volvieron a encontrar en el interior de la piscina para gozar de los placeres de un buen baño en el agua templada de la bañera y del sexo ofrecido de manera espontánea por Ero y Dusai. Exhaustas por los días de camino pero regeneradas en el espíritu, Aurora y Larìs fueron invitadas a refocilarse. La mesa ya puesta ofrecía carnero asado con guarnición de sabrosas verduras y una increíble variedad de suculentos frutos. Al finalizar el banquete se retiraron a sus habitaciones para caer en un merecido sueño restaurador.

      A la mañana siguiente, muy temprano, los cicerones llevaron a cada una de las mujeres una perfumadísima taza de té, acompañada por dulces a base de uva pasa y mosto, diciéndoles que se preparasen para ser recibidas por el Gran Patriarca. Sus compañeros del día anterior las acompañaron hasta los pies de una escalinata que conducía a los pisos superiores. Desde ese momento les acompañaría una guía mucho más anciana y mucho menos atrayente, dado que a Ero y Dusai no estaban autorizados a estar en presencia del Patriarca. Hiamalè, así se llamaba el nuevo guía, era una persona que demostraba por lo menos unos ochenta años, pero se decía que tuviese muchos más. Una larga barba gris adornaba su rostro y los cabellos largos y plateados estaban recogidos detrás de la nuca con una larga trenza. Saludó a las mujeres en la antigua lengua y las invitó a subir. A pesar de la edad, el anciano se enfrentó a la escalinata con agilidad, tramo tras tramo, hasta llegar al quinto nivel. Aurora y Larìs se dieron cuenta de que estaban en una especie de torre que sobrepasaba el templo y que, desde las ventanas, se podía admirar la construcción en toda su magnificencia. El anciano Hiamalè se arrodilló delante de una puerta de madera, decorada con estupendas incrustaciones, e invitó a las mujeres a que hiciesen lo mismo. Como si alguien hubiese advertido su presencia, aunque no habían sido anunciados, la puerta se abrió de par en par y las dos mujeres se encontraron en presencia del Gran Patriarca.

      ―No es necesario que os postréis ante mí ―dijo, despidiendo al anciano e invitando a las dos mujeres a entrar en su habitación. ―Sois bienvenidas. Hace tiempo que os esperaba, la percepción de vuestra llegada era fuerte en mi interior. Me presento ante vos, fieles adeptas, que aspiráis a la sabiduría universal. Desde que estoy en este lugar me hago llamar Roboamo, aunque éste no es mi verdadero nombre, en honor del hijo del rey Salomón que se llamaba así. Dice la tradición que este templo fue hecho edificar justo por el sabio Rey en este sitio inaccesible, entre éstas que son las montañas más altas de la Tierra, para hacer las veces de caja del tesoro y para la protección del libro de magia más antiguo y más preciso, escrito de su puño y letra, La chiave di Salomone. Las leyendas dicen que ese libro fue encontrado, unos siglos después de la muerte del famoso Rey, en el interior de su tumba, conservado en un contenedor de marfil junto a un anillo que llevaba su sello. Muchos intentaron traducir ese escrito primero al latín, luego al francés, pero nadie lo consiguió totalmente, ya que era sólo una falsificación y el rey Salomón había conseguido convertirlo en incomprensible. El original de La chiave di Salomone, en cambio, está conservado en el Santa Sanctorum de este templo y sólo unas pocas personas sabias, en el transcurso de los milenios, han podido tener acceso a él. Quizás tú, Aurora, podría formar parte de estos pocos elegidos, pero no anticipemos acontecimientos. Vosotras estáis aquí para acceder al saber conservado en este lugar de la misma manera que, antes que vosotras, han llegado personas deseosas de consultar textos importantes, que han sido custodiados aquí desde tiempos inmemoriales. Han llegado sacerdotes de todo tipo de religiones pero también prominentes científicos, gracias a los cuales esta construcción ha sido dotada de comodidades modernas. Vosotras mismas habéis visto la instalación para la producción de electricidad. No es sencillo hacer llegar hasta aquí materias primas para la construcción de tales instalaciones. El único científico que llegó hasta aquí fue un italiano, cuya idea era transformar la energía de los rayos del sol, pero también aquella inherente a la misma luz, en energía eléctrica, por medio de micro celdas, que él llamaba celdas fotovoltaicas, en honor de su conciudadano Alessandro Volta. Pero, mientras que en vosotras veo auras positivas, alrededor de él aleteaba un aura oscura, que tendía al negro, índice de maldad y perfidia de ánimo.

      ―¿Cómo se hacía llamar? ―preguntó Aurora, con curiosidad y un poco de temor ―¿Ha podido acceder al saber, aunque tuvierais dudas de él?

      ―Querida Aurora, tú tienes un aura de color azul intenso, como el límpido cielo, y por lo tanto un corazón puro, pero eres muy sensible a los influjos externos, porque te fías de todos. Y es por esto que estás acompañada por Larìs, que tiene un aura roja como el fuego y que revela su carácter impulsivo, determinado, listo para sacrificar