Stefano Vignaroli

Delitos Esotéricos


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mi consternación, después de que Thor, este era el nombre que le había sido asignado, había sido el responsable de alguna fea broma adiestrándose con su guía, fue necesario reformarlo. Habitualmente un perro se reforma al acabar su carrera, cuando ya es muy viejo para llevar a cabo sus funciones y, en la mayor parte de los casos, el guía, que ya ahora tiene una relación particular con el perro, lo adopta y lo mantiene junto a él, al considerar, de hecho, que es un animal que todavía tiene unos años de vida. Si eso no ocurre, el perro reformado debe ser sometido a eutanasia, incluso porque no es concebible que perros adiestrados de esta manera acaben en manos de personas que no son de fiar. Era consciente de que el fin de Thor sería la inyección letal y no conseguía tranquilizarme, pero miraba a su guía, con el brazo todavía vendado y no podía asumir la responsabilidad de que eso ocurriese otra vez. Thor había sido sustituido enseguida por otro pastor alemán, esta vez escogido por mí en un criadero local. Lo cogería desde cachorro y lo adiestraría yo misma hasta el momento de asignarlo a un guía.

      Aparte del desagradable episodio de Thor, las jornadas transcurrían veloces. Todos los días el equipo estaba ocupado en adiestrar por lo menos dos o tres horas, luego estaban los servicios, el control antidroga en la aduana del aeropuerto, los servicios durante la ferias y mercados en búsqueda de posibles carteristas o traficantes. A veces nos llamaban también de lugares distantes, para intervenir en protección civil, en ocasión de terremotos u otras calamidades naturales, para recuperar posibles supervivientes debajo de los escombros, o para la búsqueda de personas perdidas en la montaña, no sólo en ocasión de desprendimientos o avalanchas, sino también porque, a lo mejor, se habían extraviado durante una excursión. La fama de mi equipo, con el tiempo, había superado los límites de Le Marche y a menudo éramos llamados para servicios muy distantes de nuestra base. En el equipo faltaba un perro que supiese rastrear una pista, seguir los rastros, en definitiva, ayudar al policía también en una investigación, además de en una acción. Llegaría enseguida y sería mi Furia, un springer spaniel, hijo de una perra del inspector Santinelli.

      El flujo de mis pensamientos fue, en un momento dado, interrumpido definitivamente, por la frenada del avión en la pista y por la consiguiente apertura de la puerta. Estaba a punto de comenzar un nuevo capítulo de mi vida.

      1 Capítulo 2

      Estaba intentando orientarme en la sala de llegadas del aeropuerto para comprender dónde estaba la cinta transportadora por la que llegarían mis maletas cuando un energúmeno con el uniforme de verano de la Polizia di Stato se acercó a mí con aire decidido. Una altura de al menos un metro noventa centímetros, pelo cortado a cepillo, ojos azules y perfectamente afeitado, los bícipes a duras penas podían ser contenidos por las mangas cortas del uniforme. Esbozó un saludo militar, luego, pensándolo mejor, me tendió la mano.

      ―¡Comisaria Ruggeri, imagino! Soy el inspector Mauro Giampieri y desde este momento estoy a su servicio. Tengo instrucciones precisas de parte del jefe superior de policía, debemos irnos enseguida a la escena de un crimen ocurrido esta noche en Triora, un pueblo en el interior de Imperia. Ya le he ordenado a un agente que retire su equipaje y lo lleve a la jefatura. Sígame, no tenemos tiempo que perder.

      Estaba un poco mareada y lo seguí sin poner objeciones, aunque me hubiera gustado comenzar de una manera distinta, cogiendo un taxi hasta Imperia e instalarme en mi puesto de trabajo después de haberme refrescado un poco, por lo menos, en el hotel. Cuando luego vi el coche de color blanco y azul de la Polizia di Stato, en el aparcamiento reservado a las fuerzas del orden, hacia el que nos estábamos dirigiendo, no pude evitar sentir un escalofrío: un Lamborghini Gallardo nuevecito. Sabía que existía ese auto maravilloso, capaz de alcanzar una velocidad de 320 kilómetros por hora, equipado con un ordenador con distintas funciones, conectado por satélite a los archivos informáticos de la Criminalpol y de la Interpol, sólo por haber leído algo sobre esto en nuestras revistas.

      ―Creía que esta joya estaba reservada a la Polizia Stradale ―dije, intentando romper el hielo con el inspector que continuaba manteniendo su paso decidido. Cuando estábamos a unos pasos del coche, los cuatro intermitentes destellaron mientras emitían un bip.

      ―Este es distinto del que tiene la Polizia Stradale, no como modelo, sino por dotación y prestaciones. Tendré la oportunidad de explicarle muchas cosas mientras vamos de camino, ¡siéntese!

      Cuando estuvimos en el coche, insertó una tarjeta en una fisura especial en el volante y compuso un código en un pequeño teclado numérico. Estaba a punto de pulsar el botón de marcha del motor pero se paró y comenzó a trastear con un contenedor.

      ―¡Su antebrazo derecho, Comisaria! Le inocularé un microchip que contiene ciertos detalles sobre usted, como datos personales, grupo sanguíneo, historial clínico pero que también funcionará como rastreador vía satélite si fuese necesario. Será un momento, no le dolerá. Estas son las órdenes, por desgracia. Yo también me he tenido que poner uno.

      La pseudo disciplina militar me estaba poniendo de los nervios e inicié una protesta. ―¡No soy un perro que pueda perderse!

      Con movimientos rápidos, abrió una bolsa estéril donde había un algodón embebido de desinfectante y luego, de otra, extrajo una jeringa con una aguja de gran calibre. A pesar de mis protestas, aferró mi brazo y puso en práctica el procedimiento.

      ―Mantenga el algodón presionado durante unos segundos y póngase el cinturón de seguridad. Nos vamos.

      La aceleración pegó mi espalda al asiento del auto. El Lamborghini, en unos segundos, alcanzó una velocidad muy superior a la permitida por el código de circulación, en fin, se metió por la entrada de la autopista y se puso a viajar a una velocidad que rozaba los 200 kilómetros por hora.

      ―Usted, inspector, parece más un militar que un policía. No conozco su currículo pero creo que lo estudiaré con atención. De todos modos, dado que debemos trabajar juntos y yo siempre he odiado los formalismos, le propondría que nos tuteásemos y llamarnos por nuestros nombres de pila, yo soy Caterina.

      Me respondió, relajándose un poco.

      ―Mauro. Le confieso… te confieso que en efecto, hasta hace unos meses, estaba en el ejército. He seguido al contingente italiano en misiones en el extranjero en varias ocasiones y hasta las últimas Navidades estaba destinado en Afganistán. Estaba en Nassirya en el 2003, en ocasión de la matanza de soldados italianos y me las apañé para no sufrir ni una herida. También he estado en Iraq y en Bosnia-Herzegovina. Todavía estoy muy habituado a la disciplina militar. De todos modos, soy experto en explosivos, lucha al terrorismo y a la guerrilla organizada, guía en condiciones extremas… Creo que el comisario jefe nos ha querido poner juntos para resolver un caso realmente escabroso, del que luego te hablaré. Mientras tanto, te ilustro sobre las características de este coche que por el momento no tiene paragón en Italia. Como ves, aquí sobre el salpicadero tenemos una pantalla de doce pulgadas que parece un navegador GPS pero que tiene muchas otras funciones. Es un auténtico ordenador que además de tener acceso a Internet por conexión satélite, nos permite consultar las bases de datos de la policía, no sólo la italiana, sino de todo el mundo. Eso es un pequeño escáner, conectado al sistema, en el cual podemos insertar las huellas digitales, tomadas con un trozo de cinta adhesiva, y comenzar una búsqueda sobre las bases de datos a las que estamos conectados. A la función de pantalla táctil, muy interesante para trabajar con el menú principal, podemos añadir las funciones de un teclado estándar, que extraeremos de ese cajetín de abajo. Abre el portaobjetos, encontrarás una pistola, que ya te ha sido asignada, y una PDA. Tanto tú como yo tenemos uno igual, con el cual nos podemos comunicar con el ordenador de a bordo del auto. También la PDA, como el microchip que nos hemos inoculado, permite a la central, y a uno de nosotros desde el coche, localizar nuestra posición exacta con sistema GPS.

      ―Cáspita, a juzgar por todo lo que me estás diciendo, la investigación que nos han asignado debería ser bastante arriesgada. ¡Ni siquiera el mítico agente 007 tiene toda esta tecnología a su disposición!

      ―Y realmente no te equivocas. Desde hace unos años en Triora se han constatado eventos extraños: desaparición de personas en circunstancias misteriosas, aparentemente sin dejar